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El Estado regulador, maestro de marionetas

Publicado en Voz Pópuli

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Este lunes he participado en el congreso internacional Free Market Road Show como ponente del Instituto Juan de Mariana. Mi panel era el dedicado a la regulación de los mercados, y yo me he centrado en la regulación para la competencia.

A partir del innovador concepto de "eficiencia dinámica" defendido por la heterodoxia económica (la Escuela Austriaca de Economía), proponía un análisis de las políticas estatales en el ámbito de la regulación. Una de las falacias que desmonta este enfoque, tal y como explica Fernando Herrera en su libro Mitos de la regulación para la competencia, es la idea de que existe una jerarquía de fines global y única. Las cosas no funcionan así. Somos los individuos los que fijamos nuestros fines, en la vida, en la economía, respecto a lo que vamos a estudiar, la familia que vamos a tener o respecto a qué camino va a tomar nuestra empresa.

Los fines comunes únicos que solamente el regulador conoce

Por supuesto, la vida, como el mercado, como todo lo que rodea al hombre, es imprevisible, y hemos de reconsiderar esos fines de acuerdo a lo que va aconteciendo. Por eso es tan importante que haya un sistema de información claro, conocido, verdadero. En el ámbito del intercambio se llama sistema de precios, y sirve para que todos los participantes se hagan una composición de lugar respecto a cuáles son las mejores oportunidades, sea como demandante, sea como oferente. Todos actuamos buscando nuestra mejor opción, unos para ser provistos de bienes y servicios y otros para proveer dichos bienes y servicios. Es un proceso dinámico e imprevisible que se llama mercado. Esa manera de proceder de los agentes del mercado, tratando de planificar medios y fines, equivocándose y acertando, es la acción empresarial, que puede referirse a los consumidores también. El mercado, por supuesto, necesita reglas para que se cumplan las palabras dadas y no haya engaños. Ahí surge la necesidad de la ley y la vigilancia.

Sin embargo, cuando uno estudia el modelo de regulación para la competencia de nuestras economías, aparece ante nuestros ojos una realidad muy distinta. El regulador no vigila el mercado como la seño en el patio del colegio: sin intervenir en el juego pero evitando agresiones y abusos. Lo que hace el regulador es fijar los objetivos de las empresas que supuestamente compiten, y reglar, aproximar, los resultados obtenidos a los ideales definidos por ese objetivo prefijado. Ese fin ideal es el que marca el principio de la competencia perfecta, que es una ilusión y, como es inalcanzable, retroalimenta la necesidad de regulación en un círculo vicioso que destruye la competencia definitivamente.

Pero lo llamativo de todo esto es que cuando lo cuentas, lo primero que te dicen es que el que cada cual se marque sus propios fines es lo sospechoso. Mucho mejor que venga el Estado a contarnos cuáles son los objetivos que todos debemos tener y compartir. En especial los demás, ese "otro" amenazador. El individuo tiene peores intenciones que un regulador estatal. Como si ese regulador no actuara siguiendo intereses políticos perversos y manipulara, coaccionara y tratara de perpetuarse en el tiempo.

Señor de las marionetas, líbranos de todo mal

El día anterior hablando con "compañeros del metal" sobre la solución a los desahucios, se planteaba que, con el dinero del rescate bancario, se debería permitir que esas cajas públicas que tienen el mayor volumen de impagos inmobiliarios, refinanciaran, caso a caso, a esas familias para que no tengan que abandonar sus casas. Y se planteaba la solución de Obama, que, en vez de poner ese dinero en manos de los bancos públicos, ha negociado mediante arbitraje con las personas. Aparte de las cuestiones técnicas, como el diferente volumen de casos a negociar en USA y en España, etc., me planteaba por qué suena más atractivo que el Estado negocie a que las cajas negocien con las personas. ¿Deben aquellos potenciales desahuciados confiar más en el regulador o en los gestores de los bancos públicos?

El regulador, maestro de marionetas, como el Master of Puppets, de Metallica, tirando de las cuerdas, aplastando tus sueños, al fin y al cabo, es el que no ha vigilado y evitado que lleguemos a donde estamos, sino que casi ha jaleado la juerga y ha dado alcohol al borracho en plena cogorza. Y lo hace porque puede. Porque sabe que no va a desaparecer. Y precisamente porque el gestor de la caja sabe que sí puede caer, si el Estado cierra el grifo, es por lo que tendrá más incentivos para solucionar el problema.

El regulador estatal, el dios del siglo XXI, creación de una sociedad dispuesta a no salvarse a sí misma, no puede aparecer ante nuestros ojos como responsable de nada. Significaría que todo lo que hacemos por él es en vano. Como decirle a los esclavos que levantaron las pirámides que Amón Ra es una de tantas estrellas en el firmamento, y encima pequeña, y ese tipo de ahí arriba que dice ser tu dueño es simplemente uno más. Como tú. Mucho más fácil psicológicamente mantener la tesis mágica que aceptar el error. Y aquí estamos. Te alabamos, señor.

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