No hay nada ilegal en la conducta de Espinar, pero el podemita ha hecho una carrera a base de denunciar a los especuladores y reclamar que la vivienda sea un derecho.
En la vida hay amigos, conocidos, adversarios, enemigos y compañeros de partido», fue el acertado resumen del primer ministro Andreotti sobre la alegre vida interna de los partidos políticos. Y lo cierto es que lo vivido este miércoles por Ramón Espinar tiene toda la pinta de ser una filtración de la candidatura rival de Rita Maestre y Tania Sánchez. La radio de Prisa amaneció con la exclusiva: el senador de Podemos y candidato de Pablo Iglesias a dirigir el partido en Madrid compró un piso protegido para venderlo a los dos meses con unos beneficios de 30.000 euros. Ni Madoff ofrecía esas rentabilidades, oiga.
De por sí no hay nada ilegal. Pero, claro, Espinar se ha hecho una carrera a base de denunciar a los especuladores y reclamar que la vivienda sea un derecho, término que en el diccionario de la izquierda significa que la paguen otros con sus impuestos. Y lo que ha hecho se ajusta como un guante al concepto más puro de especulación. El político, en lugar de pedir disculpas o dimitir, intentó al mediodía quedar como un angelito que hizo lo que hizo porque las circunstancias le obligaron. Pero sus explicaciones no se tienen en pie.
En primer lugar, afirma que se apuntó en 2007 a la cooperativa porque el piso estaría terminado cuando él acabase la carrera y esperaba tener un sueldo con que pagarlo. Nadie piensa eso aunque estudie una ingeniería, pero menos aún si se elige Políticas, que como todo el mundo sabe es la carrera que todas las empresas demandan en las ofertas de empleo. En los tres años siguientes aportó 60.000€ que le prestó, entre otros, su padre, que naturalmente tenía sus ahorrillos porque para eso se gastaba el triple de esa cantidad con su tarjeta de Cajamadrid. Asegura Espinar que cuando se terminó la vivienda él ya sabía que no podría afrontar el gasto porque su beca no le alcanzaba, pero que en lugar de salirse de la cooperativa y recuperar su dinero la compró y la vendió inmediatamente. Ha repetido en su comparecencia varias veces que los precios los ponía la Comunidad de Madrid y que él estaba obligado a venderla por ese precio, pero la norma lo que impone es un máximo: podía haberla colocado por el mismo dinero que pagó por ella y así no haber especulado. Con el dinero, que tras los impuestos se quedó en 20.000€, pagó su máster y se compró un ordenador. Dado que el máster cuesta 3.000€, no quiero imaginar qué ordenador se compró. Un Deep Blue, quizá.
Y es que toda la comparecencia ha parecido tener un mismo objetivo: hacernos creer que él era un pobre estudiante que calculó mal y que se vio forzado a ganar una pasta gansa sin querer. Pero esto, además de ser inverosímil, no es cierto. A nadie le amarga un dulce y lo que hizo seguramente lo hubiésemos hecho todos, pero no todos nos hacemos una carrera política clamando contra la especulación. Si fuéramos malpensados, buscaríamos una historia que sí se ajustara a los hechos que sabemos. Podría ser algo así: su padre y el alcalde de Alcobendas, amigos y compañeros en el Consejo de Cajamadrid, sugirieron a la cooperativa de CCOO que incluyeran el nombre del niño de las black en el 15% de viviendas de libre disposición. Al fin y al cabo, varias de sus promociones dependían de créditos de la entidad. El padre puso la pasta y usó sus influencias políticas para que aceleraran el permiso de venta en la Comunidad de Madrid. Cuando se vendió, posiblemente por algo más de lo publicado pagado en negro, el padre se embolsó los beneficios (que, querido Espinar, se definen precisamente por ser la diferencia entre el precio de venta y de compra) y al testaferro de su hijo le dio unos cuantos miles de euros por los trabajos prestado y un curso gratis de primero de Política Real.
Pero, claro, eso sólo lo creeríamos si fuéramos unos malpensados. Cómo vamos a dudar de la honradez de una de las principales caras del mismo partido que Errejón, el que recibió una beca presencial de otro amigo del partido y nunca se presenció; de Pablo Iglesias, el que vive en una VPO de su madre que mientras tanto tiene dinero para pagarse otro alquiler; de Echenique, el que nunca dio de alta en la Seguridad Social al cuidador que le hacía de brazos y piernas todo el día; de Rita Maestre, la condenada por un delito contra los sentimientos religiosos; de Monedero, el que cobró 425.000 euros de la dictadura chavista por un informe que nadie ha visto; de Tania Sánchez, la que ganó a Espinar sacando 50.000€ por la venta de su vivienda protegida en Rivas, que le dieron cuando era asesora del partido que gobernaba Rivas.
Es cierto que todos estos pecados son, para la ideología de Podemos, a lo sumo veniales. La casta que hay que erradicar la forman aquellos que están arriba por el pecado de estar arriba. En coherencia con ese discurso, Espinar se ha mostrado dolido de que le compararan con los «grandes especuladores» que manejan millones y millones de euros. Pero es que la casta no es eso. La casta la forman quienes viven a nuestra costa. Y sí, la forman las empresas que tienen extraordinarios beneficios por su cercanía con el poder, pero no las que como Inditex o Ikea lo han hecho sirviéndonos a los ciudadanos. Los políticos, sí, pero también los sindicalistas liberados, y los funcionarios que no han vuelto a mover un dedo desde que se sacaron la oposición. Y quienes ganan dinero a costa de una vivienda pública que le hemos pagado entre todos.