Al fumador se le ha intentado atacar desde diversos ángulos: por su propio bien, por el de los potenciales fumadores pasivos y por el de la comunidad (si nos fijamos, el perjuicio ocasionado por el fumador se va extendiendo cada vez a mayores ámbitos: el fumador, su entorno y la sociedad). Conviene, pues, dar un tratamiento diferenciado, ya que en cada uno los conflictos morales toman un cariz distinto.
El individuo
Los neoinquisidores gubernamentales focalizan su primer objetivo en salvar al fumador de sí mismo. Fumar mata, por tanto, quien decide fumar es un inconsciente suicida.
En realidad, el asunto no está tan claro. Vivimos en una época en que la ciencia ha sustituido la búsqueda de la causalidad por la casualidad; en otras palabras, en lugar de intentar averiguar la razón por la que fumar provoca cáncer, los científicos se han dedicado a recopilar estadísticas de gente que fumaba y gente que ha muerto por un cáncer presuntamente generado por el hábito de fumar.
No obstante, aun así es dudoso que los resultados avalen al Gobierno. En muchos casos se están forzando los datos para hacerlos coincidir con la prescripción política; o, como hace años aconsejó el ministro de Sanidad canadiense, Marc Lalonde: "Los mensajes sanitarios deben ser altos, claros e inequívocos aunque no estén respaldados por evidencia científica".
Así, valga como llamativa referencia, Japón es el país que más cigarros consume per cápita (y es que el 59% de los varones japoneses son fumadores), y sin embargo, según el Banco Mundial, tiene una de las tasas de muerte por cáncer de pulmón más bajas del mundo (por no hablar de su extraordinaria esperanza de vida). Para profundizar en el incorrecto tratamiento estadístico recomiendo la lectura de In defense of smokers, de Lauren A. Colby.
Por otro lado, incluso suponiendo que, efectivamente, exista un nexo entre el tabaco y el cáncer de pulmón, no queda claro, ni mucho menos, que todas las consecuencias del tabaco sobre el organismo sean nocivas. Así, se conoce que estimula la atención, la destreza y la capacidad cognitiva. Además, tiende a equilibrar los ánimos: estimula a los depresivos y calma a los sobreexcitados (en concreto, rápidas y cortas caladas sirven para estimular, y largas y cortas para calmar). No sólo eso: la tasa de alzheimer, de párkinson, de cáncer de colon o de próstata entre los fumadores es un 50% inferior a la de los no fumadores. En otras palabras, corresponde a cada persona elegir ante qué riesgos quiere exponerse.
Pero aun suponiendo que el tabaco fuera altamente perjudicial y no tuviera efectos salutíferos en otros ámbitos, la elección correspondería por entero al individuo. Cada persona deriva una satisfacción peculiar del hecho de fumar. Los seres humanos asumen riesgos para emprender acciones que les agradan: algunos tienen una vida muy sedentaria (pese al riesgo de problemas cardiovasculares futuros), otros se recorren medio mundo con el automóvil (pese al riesgo de accidente) y otros practican el puenting (pese a los indudables riesgos asociados).
Lo importante en cada actividad es que el individuo asuma la responsabilidad de sus consecuencias. Sería absurdo, en el caso que nos ocupa, endosársela a las compañías tabaqueras, ya que la decisión de consumir tabaco siempre partió del propio fumador.
Sigamos el razonamiento totalitario de los neoinquisidores. Si el Gobierno debe prohibir lo que es malo para la salud, ¿debe imponer lo que es bueno?
¿Y por qué detenerse en cuestiones biológicas? Realmente, el Gobierno podría imponer la lectura de las obras completas de Marx, Lenin o Keynes, porque, desde su retorcida perspectiva, son buenas para nuestra "salud mental". ¿Y por qué no prohibir la lectura del liberalismo, si, según la izquierda, promueve valores egoístas, insolidarios y cuasi fascistas? Cada persona debe ser responsable para decidir qué es bueno y qué malo para sí misma. Si delegamos esa decisión en el Gobierno –como algunos socialistas de diversos partidos promueven– estaremos cayendo en un sistema totalitario.
El entorno
Los neoinquisidores también suelen perseguir a los fumadores por el supuesto perjuicio que ocasionan sobre los no fumadores, esto es, sobre los fumadores "pasivos". Así, consideran que los no fumadores padecen un cáncer sin haberlo deseado, y por ello la cruzada contra el tabaco queda suficientemente justificada. Supongo que el siguiente objetivo de los neoinquisidores será oscurecer el Sol, habida cuenta de que el cáncer de piel es tan poco deseado como cualquier otro, si bien bastante más frecuente.
En realidad, el problema que se plantea con las personas del entorno es uno de derechos de propiedad. Cierto es que el no fumador no puede evitar inspirar el humo "si está al lado de un fumador", pero sí puede evitar estar al lado. ¿Quién tiene preferencia para habitar un concreto espacio físico, el fumador o el no fumador? ¿El rubio o el moreno? ¿El aficionado al fútbol o a melómano? Ninguno. La característica concluyente no son unas pautas de comportamiento determinadas, sino la adquisición de una legitimidad previa para ocupar un espacio físico. Ni el fumador ni el no fumador: el propietario.
Si el propietario permite fumar en su propiedad, el no fumador deberá adaptarse a semejante situación: o soportará el humo o no entrará. De la misma manera, si el no fumador prohíbe fumar en su propiedad el fumador deberá acatarlo: o no fumar o quedarse fuera.
Esto es especialmente relevante en los llamados "espacios públicos", como bares o lugares de trabajo, que no dejan de ser propiedades privadas. El individuo que decide entrar a trabajar en una empresa donde fumar está permitido lo hará, probablemente, porque podrá obtener un salario mayor que en sus restantes alternativas (en caso contrario, simplemente trabajaría en una empresa donde estuviera prohibido fumar). Similar reflexión es aplicable para el fumador que decide trabajar en una empresa donde tal hábito no está permitido.
De la misma manera, los bares y restaurantes que permitan fumar (o aquellos donde esté prohibido) experimentarán probablemente una reducción en el número de sus clientes potenciales. Se trata, simple y llanamente, de una decisión empresarial para especializarse y atender a un sector particular de la población. Algunos fabricantes de muebles se centran en el diseño juvenil, cierta literatura está reservada para personas cultivadas, hay bares donde se promueve la presencia masiva de homosexuales.
El mercado no es inflexible para adoptar ninguna de estas decisiones, ¿por qué, entonces, la imponen los burócratas neoinquisidores? ¿Por qué bloquean la gestión empresarial? Uno tiende a pensar que nuestros políticos derivan un sádico placer del dirigismo y la represión. Sólo así se explican muchas de sus decisiones.
Mención aparte merece el caso de la propiedad pública: hospitales, colegios o parques. ¿Debería poderse fumar en ellos? Tal cuestión no puede resolverse. Ni los hospitales, ni los colegios ni los parques son propiedad de nadie. El Estado se los ha apropiado de manera ilegítima (a partir de unos fondos –impuestos– que no le pertenecen). Cualquier decisión que tome será arbitraria y dañará o bien a los fumadores o bien a los no fumadores (quienes, según la falsa retórica del Estado, son sus verdaderos propietarios). Es, precisamente, en estos casos donde se refleja con mayor intensidad la inconsistencia de la propiedad pública y su incapacidad para tomar decisiones satisfactorias. Un motivo más para que desaparezca totalmente.
La comunidad
El último argumento de estos moralistas de la nada es que los fumadores perjudican a la sociedad. ¿Razón? Los gastos sanitarios adicionales detraen recursos que podrían utilizarse en otros fines.
En 1991 Willard Manning realizó un estudio sobre la contribución de los fumadores a la sociedad. Manning llegó a la conclusión de que los impuestos especiales pagados por los fumadores prácticamente doblaban el gasto específico sanitario. De la misma manera, si los fumadores morían antes que los no fumadores, el Estado también se ahorraba un considerable montante de dinero destinado a pensiones.
Con todo, aun cuando la contribución neta de los fumadores en términos fiscales fuera negativa, el problema residiría en el obsceno sistema sanitario socialista, donde se paga no por el uso, sino por pertenecer a una comunidad. Si la sanidad fuera privada cada fumador costearía las expensas adicionales él sólo. Los costes "adicionales" no deberían ser soportados por el resto de la población.
Pero la hipocresía principal consiste en que el mayor enemigo que tiene la sociedad, el Estado, se convierta en ortodoxo martillo de herejes. El Estado ha sido el mayor asesino, expoliador, represor y productor ineficiente que ha conocido el siglo XX. El grupo social que impone costes más gravosos al resto de los individuos no es el de los fumadores, sino el de los políticos.
Es particularmente grotesco que un conjunto de chupasangres apunten a los fumadores como enemigos de la sociedad. Y es que, sin salir del tema, habría que preguntar a los políticos quién promueve las onerosas y neoinquisitoriales campañas antifumadores, quién subvenciona el cultivo de tabaco o quién, por ejemplo, ha estado promoviendo durante décadas la venta de tabaco desde el monopolio público de Tabacalera.
Conclusión
La actual cruzada contra los fumadores no es sólo inmoral, sino profundamente hipócrita.
Inmoral, porque cada individuo debe ser libre para decidir qué estilo de vida seguir; ese estilo de vida, obviamente, queda limitado por la injerencia en la libertad ajena, que sólo cabe advertirla cuando se produce una violación de la propiedad privada. La propiedad privada separa las agresiones legítimas de las ilegítimas; el Gobierno no debería imponer a ningún propietario –y ello incluye a los dueños de bares y restaurantes, y a los empresarios– qué comportamientos son admisibles en su dominio.
Hipócrita, en tanto se está ejecutando desde las burocracias estatales y europeas una campaña para estigmatizar al fumador como una especie de enemigo de la sociedad que eleva el número de cánceres y los costes de la sanidad (si bien aumentan continuamente los impuestos especiales sobre el tabaco, ante la expectativa de que la demanda no se reduzca y la recaudación se incremente). Lo cierto es que el principal enemigo del ser humano es el poder coactivo estatal que ostentan los políticos. Nadie ha asesinado y ha elevado más los costes de la sanidad (y de cualquier otra actividad donde haya intervenido) que el Estado.
La persecución de los fumadores es la antesala de una moralización represiva más amplia de la sociedad. Es un ataque frontal a la libertad individual. Los conflictos no se plantean entre fumadores y no fumadores, sino entre libertad y política. Sólo cuando la segunda sea eliminada podrá prevalecer la primera. También en el artificial conflicto del tabaco.