La transformación digital está aquí de verdad. Es global y espontánea.
Esta semana, la ministra Nadia Calviño ha inaugurado, junto al alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, el congreso DigitalES Summit 2019, convocado por la patronal de las empresas tecnológicas españolas. El lema: “Technology is the new rock&roll”. Todo bien hasta ahí. La transformación digital es ese futuro que ya está sucediendo, nos atrevamos a mirarlo o no, y que involucra a toda la sociedad: ciudadanos, empresas, inversores, instituciones.
Sin embargo, a riesgo de ser agorera, y basándome en la historia económica de este país, yo me temo lo peor, que en este caso se resume en cuatro palabras: “más de lo mismo”. España es un país que, tradicionalmente ha llegado tarde a la modernidad, tanto política, como social, y por supuesto, económica. Nuestra economía se ha caracterizado por la escasez de capital nacional, de inversores españoles, la dependencia del exterior y la tutela estatal de todos los cambios que suelen ir bien cuando arrancan de un desarrollo económico genuino, liderado espontáneamente por los agentes del mercado, pero no resultan tan exitosos de otra manera. Nosotros diseñamos la espontaneidad, la pautamos, la regulamos y la echamos a volar, esperando que aquello prospere.
Eso parece que va a suceder con lo que se ha venido a llamar “la transformación digital”.
Para empezar, no es un término que termine de comprenderse en la sociedad en general. No se trata de un cambio, de un retoque. Es una transformación que evoca el cambio de gusano a mariposa: la economía antes y después van a ser la misma, pero no van a ser igual. La digitalización no es simplemente usar internet, o avanzar en la “economía de las plataformas”. Se trata de un proceso irreversible que va a dar la vuelta a sectores enteros, como si fuera un guante. Lo demás es humo. Pregunten a Marc Vidal, él lleva tratando de explicar este fenómeno desde hace años.
Si nos damos cuenta del alcance de esta transformación, entonces resultará fácil señalar lo vacías que suenan las palabras de Nadia Calviño. Ya sé: representa el sector público, no puede decir que no hay papel estelar para el gobierno. Pero, con todo y con eso, Calviño nada y guarda la ropa, mandando mensajes contradictorios, eso sí, sin que se note mucho.
Porque reconoce la importancia de la inversión extranjera y de resultar atractivos al capital extranjero, pero asegura que son “nuestras excelentes infraestructuras” las que atraen la inversión y la innovación. No dice nada acerca de cuánto se grava en España el ahorro, lo oneroso que resulta ser inversor privado, la malísima prensa que tiene en nuestro país tener éxito económico y reconocer que una hace las cosas para lucrarse. ¿Por qué no somos especialmente famosos como grandes empresarios, sea del sector tecnológico o no? Pregunta sin contestar.
Pero Calviño da la vuelta a la tortilla y, para dejarnos tranquilos, nos explica que la digitalización va a ser uno de los ejes de la política del gobierno de Sánchez. Ya imagino al presidente de la patronal tecnológica frotándose las manos: dinero de los contribuyentes a la vista.
¡Fantástico! Si no fuera porque la intervención estatal, también en forma de “ayudas” lo único que hace es cegar al inversor, empujándole a invertir en empresas cuya rentabilidad y éxito potencial están sesgados por esa “ayudita” estatal.
Y si no son ayudas, ¿qué puede hacer el gobierno como agente económico para colaborar? Pues mucho: hacer cumplir los contratos, facilitar que los inversores apuesten por nosotros, impedir que haya engaño o que se vulnere la propiedad privada, permitir que emerja la iniciativa privada y la competencia entre las jóvenes mentes creativas que sí hay en España.
La alternativa es la de siempre: colusión de empresas, banca y gobierno. Los jóvenes creativos acaban por irse allá donde puedan triunfar o intentarlo. Y recordemos que estamos en la era de los nómadas digitales, el coste de moverse de un sitio a otro para estos nuevos empresarios digitales es mucho menor, su mentalidad es otra, son mucho menos frágiles (en el sentido de Taleb) que los empresarios tradicionales.
Afirma Calviño que“Es preciso aumentar la inversión pública y privada en I+D, abordar la transformación digital de las PYMES y mejorar las competencias digitales a todos los niveles; de ahí la importancia de la educación”, y todo ello para “poner al ciudadano en el centro de esta revolución y no al revés”. Y ahí está el veneno. ¿Qué quiere decir exactamente? Pues, independientemente de la poesía, lo que dice es que no hay que preocuparse porque el gobierno está ahí para salvarnos de nosotros mismos. De nuevo, el mensaje es “abramos la ventana pero yo digo cuánto se abre, no sea que te atragantes con tanto oxígeno”.
Llegaremos tarde y mal a la transformación digital, eso sí, bien “protegidos” por un gobierno que aumenta su poder y nos hace cada vez más dependientes de su voluntad y de sus necesidades.
¿Qué esperanza nos queda? La transformación digital está aquí de verdad. Es global y espontánea, como el rock&roll. Es ineludible. Es una metamorfosis.