Una vez escapamos del contexto continental, la posición de nuestro país deja de parecer tan fiscalmente modosita.
La cuña fiscal que padecen los trabajadores españoles asciende al 39,5% de sus salarios: es decir, el Estado le arrebata a cada trabajador una media del 40% de su sueldo en concepto de IRPF y Seguridad Social (a lo que habría que añadir la fiscalidad indirecta y la tributación sobre el patrimonio, con lo que llegaríamos a una imposición fuertemente confiscatoria). La cuña fiscal española se ubica por encima de la de la OCDE (36%) y de las de otros países como Dinamarca (36,5%) u Holanda (37,5%), pero es verdad que se halla por debajo de las de muchos países de nuestro entorno: Suecia (42,8%), Finlandia (43,8%), Austria (47,1%), Italia (47,8%), Francia (48,1%), Alemania (49,4%) o Bélgica (54%).
Es decir, el salario medio de 26.700 euros para España que toma como referencia la OCDE soportaría un IRPF y unas cotizaciones sociales de 10.500 euros anuales (después de haber restado ya las transferencias dinerarias que ese trabajador reciba del Estado). Si, en cambio, España sufriera la cuña fiscal de nuestros vecinos más tributariamente agresivos, los salarios medios pagarían unos impuestos directos que oscilarían entre los 11.400 euros (gravámenes suecos) y los 14.400 (gravámenes belgas): entre 1.000 y 4.000 euros más cada año. En apariencia, pues, España no castiga con especial saña a los salarios.
Sin embargo, mucho me temo que esta es una conclusión esencialmente eurocéntrica (y, especialmente, unioneurocéntrica): una vez escapamos del contexto continental, la posición de nuestro país deja de parecer tan fiscalmente modosita. En concreto, la cuña fiscal española es un 50% mayor que la de países como Irlanda y Australia, prácticamente el doble de la de Corea del Sur, Israel, Suiza o Nueva Zelanda, y más de cinco veces superior a la de Chile.
O dicho de otra manera, si en lugar de fijarnos en el resto de la Unión Europea, nos planteáramos emular a países como Nueva Zelanda o Reino Unido, el trabajador medio español pagaría cada año entre 2.300 y 5.700 euros menos (u 8.600 euros menos si copiáramos los gravámenes chilenos). Con tales cifras en la mano (que, como decíamos, deberían complementarse con la también agresiva tributación indirecta), parece bastante claro que España sí es, en términos comparativos, un infierno fiscal para los trabajadores. Que nuestros vecinos europeos sean infiernos fiscales todavía mayores al nuestro no implica que nosotros no lo seamos, sino que el conjunto de la Unión Europea se ha convertido en una elefantiásica maquinaria de confiscación fiscal sin parangón en el resto del planeta.
En muchas ocasiones, sin embargo, tales comparaciones son rechazadas de plano bajo el argumento de que la fiscalidad europea no es elevada por el hecho de ser Europa, sino porque todos los países desarrollados tienden a incrementar el peso de su sector público para lograr atender las expansivas necesidades de la población. Europa tiene altos impuestos por ser rica, no por ser Europa: y, desde esa óptica, España sería un país con una fiscalidad relativamente moderada dentro del club de los ‘países ricos’.
Pero este argumento es falaz: la renta per cápita media de todos los países con una cuña fiscal superior a la de la OCDE es la misma que la de los países con una cuña fiscal inferior a la de la OCDE (alrededor de 42.500 dólares en poder adquisitivo equivalente). Aunque es verdad que muchos países pobres tienen impuestos relativamente bajos —pues son incapaces de crear una administración tributaria capaz de contrarrestar la economía sumergida que se desata a poco que incrementan la tributación—, no es en absoluto cierto que todo país rico deba aumentar los impuestos: ni es una necesidad lógica ni una regularidad empírica. Dentro de la OCDE, por ejemplo, nos topamos con países como Israel (36.900 dólares de renta per cápita y 22,1% de cuña fiscal), Nueva Zelanda (37.500 dólares; 17,9%), Japón (40.800 dólares; 32,4%), Reino Unido (42.200 dólares; 30,8%), Canadá (44.200 dólares; 31,4%), Australia (47.200 dólares; 28,6%), EEUU (56.500 dólares; 31,7%), Suiza (63.000 dólares; 21,8%) e Irlanda (70.800 dólares; 27,1%) que disfrutan de una mayor renta per cápita y de una menor cuña fiscal que España (35.200 dólares; 39,5%). Podríamos ser más ricos y flagelarnos con menores impuestos.
En definitiva, España sí es un infierno fiscal y lo es como consecuencia de haber importado la socialdemocracia europea. Es decir, España es un infierno fiscal y la mayor parte de Europa también lo es. Afortunadamente, es fácil comprobar que existen alternativas a parasitar con tanta violencia a los ciudadanos: existen otros países mucho más prósperos que nosotros y con una cuña fiscal sobre los salarios mucho más reducida. Empecemos por copiarlos y, una vez lo hayamos logrado, sigamos devolviéndoles a los ciudadanos las competencias autoorganizativas que durante décadas les ha ido arrebatando el Estado.