Los pactos anunciados son, a menudo, la cáscara de la fruta.
El panorama político español desde que se conocieran los resultados de las elecciones pasadas es un laboratorio ideal para los expertos de la Escuela de Public Choice. Esta Escuela fue fundada por el Premio Nobel de economía ya fallecido, James Buchanan. En términos generales, la perspectiva del Public Choice consiste en asumir las mismas premisas acerca del ser humano que se desenvuelve en el terreno de la política, que las que asumimos cuando analizamos los mercados. Esto implica que los políticos, los grupos de presión, la prensa, los votantes, tienen necesidades por satisfacer, están dispuestos a ‘pagar’ un precio (no necesariamente monetario) en función de diversas circunstancias y se ven empujados por expectativas e incentivos.
Uno de los fenómenos que tratan es el conocido como ‘logrolling’, nombre que proviene de la costumbre entre los vecinos de ayudarse los unos a otros a trasladar los troncos, una vez talados, haciéndolos rodar por el río, en las zonas boscosas de Estados Unidos. El logrolling en el mundo político consiste en el intercambio de favores. Puede tratarse de un proceso de pactos dentro de la legislatura o fuera de ella. El profesor Eamonn Butler, director del Adam Smith Institute, explica en su obra Public Choice. A Premier que la política no es unidimensional, sino que abarca muchos aspectos diferentes, además de la opinión pública. Esa característica explica la complejidad de construir coaliciones eficientes, tanto antes de las elecciones como después de ellas. Por eso, el Public Choice, de la mano de la teoría de juegos plantea el intercambio de votos como una estrategia tal vez más plausible para lograr constituir un gobierno. De ahí la importancia de los acuerdos por encima o por debajo de la mesa entre los políticos.
Ahora mismo, es difícil tener claro si Vox y Ciudadanos están pactando, van a hacerlo, en qué cosas concretamente y el horizonte temporal que consideran. Porque, por supuesto, nadie dijo que los consensos políticos tengan que ser en abierto y transparentes. Es más, la privacidad de los términos es una de las monedas de cambio en este tipo de transacciones. «Yo te doy los votos cuando se aprueba esta ley o esta medida concreta, pero tú no dices a la prensa que estamos pactando y que me vas a dar tus votos en esta otra cuestión». Los pactos pueden alcanzar la complejidad que la imaginación alcance. Porque no sólo se trata de dar los votos a mis proyectos. También se puede pedir no apoyar al partido político enemigo: abstenerse en la aprobación de presupuestos, para favorecer los intereses de mi partido, aunque a tu partido, en realidad, le dé igual. Incluso, puede darse el caso de que un partido se abstenga o vote en contra de una medida a costa de perder popularidad entre su electorado, a cambio de otro favor. ¿Por qué iba a mostrar un partido político un comportamiento tan aparentemente irracional? ¿Por qué exponer la popularidad de mi partido o de mis líderes? Si estamos lejos de las elecciones y el favor que me hace el otro partido es lo suficientemente sustancial y me va a asegurar una meta que en este momento es inaccesible o es difícil para mi partido, entonces merecerá la pena aguantar el chaparrón del desencanto del electorado. Al fin y al cabo, la memoria del votante no pasa de tres meses y puedo ‘lavar la cara’ con otras acciones que refuercen mis líderes y mis partidos más adelante.
En este entorno ¿qué estarán pactando Vox, Ciudadanos, PSOE, PP y Podemos unos con otros? ¿o unos contra otros? He oído críticas hacia candidatos como Daniel Lacalle, o más recientemente Josep Borrell, por renunciar a su escaño y regresar a sus quehaceres diarios, sea en las finanzas o en el Ministerio, porque implica defraudar al electorado que votó a sus respectivos partidos. Yo no estoy de acuerdo. ¿Es un fraude mayor o menor que el que los políticos realizan permanentemente con el logrolling? Porque no estoy presentando la novedad del verano, se trata de una práctica muy común desde hace siglos. ¿Cómo saben los votantes que las concesiones de Rivera, de Casado o de cualquier otro a unos y otros son consistentes con lo prometido en campaña? Y yo iría aún un poco más allá. ¿Tienen alguna esperanza de que la coherencia sea un tema que se tiene en cuenta en estos intercambios?
Por supuesto, los pactos anunciados son, a menudo, la cáscara de la fruta: lo que se ve, el colorido, el anzuelo que engancha el favor del público. Y poco más.
Hay una consecuencia negativa en esta práctica que me importa especialmente por mi profesión. ¿Cuánto dinero del público se dedica a satisfacer estos favores menores, localistas, o de carácter ideológico, que se barajan en este intercambio de cromos? ¿Nos vamos a enterar los españoles del coste del logrolling?
De acuerdo con el profesor Butler, la manera de frenar la tendencia a proliferar del logrolling, que acaba por ser muy perjudicial para la salud de nuestras democracias, es que se convoquen referéndums para determinadas cuestiones locales, de manera que los políticos no puedan ‘comerciar’ con ellas. No es una tradición arraigada en España. La existencia de dos Cámaras también puede ser beneficioso. Pero más allá de eso, y estoy de acuerdo con Eamonn Butler, tal vez el único antídoto duradero para frenar el logrolling sea «un conjunto de restricciones que mantengan reducido tanto el tamaño de los gobiernos como, por lo tanto, los beneficios potenciales de esta práctica». Tampoco es una idea muy arraigada en España. Y así nos va.