Los programas del populismo de izquierdas y el ultra nacionalismo de derechas no son tan diferentes.
A los pocos días de conocerse los resultados de las elecciones presidenciales en Francia, Jean-Marie, el patriarca del clan Le Pen, alababa a su rival más claro, Jean-Luc Mélenchon y animaba a los miembros de su plataforma, “Francia Disidente”, a unirse en torno a su hija Marine, candidata a la presidencia por el partido que fundó él mismo en 1972, el Front National.
Mélenchon, comunista histórico francés, líder del Front de Gauche durante muchos años, cuyo programa se asemeja bastante al de Podemos por su actitud hacia la troika o el carácter asambleísta, no parece, ni por asomo, el socio adecuado del partido más a la derecha del espectro político francés.
Pero si dejamos de lado las severas discrepancias políticas ¿existe de verdad un abismo en las propuestas económicas? Pues no tanto. Marine Le Pen y Mélenchon se apoyan en el poder del Estado para lograr su proyecto político. En un caso se trata de reforzar la soberanía francesa gracias a un gobierno estratégico que ofrezca un estatus superior a los ciudadanos franceses. En el otro caso, se busca un igualitarismo abierto. Los dos se muestran a la defensiva ante las autoridades europeas, si éstas suponen un problema para sus objetivos. Y, sobre todo, ambos prometen unicornios (de diferente color) sin dejar claro quién financia la fiesta.
Los resultados electorales son un reflejo de sus programas económicos.
Ambas formaciones han recogido la decepción de los votantes de derechas y de izquierdas respecto a la gestión de la crisis. La fractura en los partidos tradicionales ha beneficiado a los extremos. Además entre los dos se han ganado a la clase trabajadora.
Marine Le Pen se ha llevado a su terreno a los trabajadores franceses, incluidos los de ultramar, franceses de pleno derecho. Tras el enfrentamiento entre Jean-Marie y Marine, quien llegó a planear la expulsión de su padre del partido por sus declaraciones racistas y anti-semitas, las nuevas generaciones no ven en ella los mismos valores sino una visión más abierta al futuro, más capaz de gobernar. Las desafortunadas declaraciones de Jean-Marie tras el homenaje al policía francés muerto en atentado, en el que el marido del policía pronunció unas emotivas palabras, ha aumentado la tensión entre padre e hija, entre la vieja generación de votantes del Front Nacional y los nuevos.
Para lograr ampliar su electorado potencial Marine no solamente ha tenido que abandonar la retórica y las manifestaciones racistas, también ha abandonado las políticas económicas de su padre, como la privatización, y ha inventado el concepto de “gobierno estratega” que aplique una política pública expansiva pero patriótica. Ese giro le ha llevado a a aproximarse a la formación comunista opuesta, por su acercamiento a la clase trabajadora.
Por otro lado, Mélenchon también se ha apoyado en los trabajadores franceses, pero en los hijos y nietos de inmigrantes que abominan de las ideas de Le Pen, pero desprecian igualmente las reticencias de otras formaciones respecto al gasto social. Una prevención normal, considerando que el gasto público en Francia es un 57% del Producto Interior Bruto, mayor que en nuestro país, dedicando las mayores partidas a la Seguridad Social (26,5% del PIB frente al 15% del PIB de España), a la sanidad pública y a la educación.
Y ésta es la grieta que separa al Frente Nacional de la Francia Disidente. Porque el peor desempeño en educación a pesar del aumento del gasto en esa partida, el aumento del gasto en sanidad o en protección social es atribuido a la inmigración. Francia es el cuarto país de la OCDE en flujo permanente de inmigrantes tras Estados Unidos, Alemania y Reino Unido.
Por supuesto, la inmigración en Francia tiene una connotación extra económica, que es la bandera de Le Pen: la amenaza del terrorismo islámico. Gran parte de los 144 compromisos presidenciales hacen referencia al islamismo: los puestos de trabajo, las viviendas protegidas y las prestaciones sociales serán preferentes para los ciudadanos franceses. Por ejemplo, los empresarios que contraten a trabajadores extranjeros tendrán que pagar una tasa. Propone reforzar la policía, aumentar el gasto en justicia, en defensa para proteger el país de los atentados.
Por el contrario, Mélenchon defiende fronteras abiertas, la recepción de refugiados, la protección universal y abierta. Por la misma razón, mientras ella quiere que la pertenencia a la Unión Europea y a la zona euro sea decidido en referéndum, él cree que hay que seguir dentro pero quitándole el mando a la troika, al estilo griego y podemita.
Mientras que La Francia Disidente propone compartir la riqueza y eliminar el riesgo de exclusión, el Frente Nacional propone asegurar el Estado del bienestar de los franceses y solo de ellos. Pero ninguno es partidario de reducir el gasto, ni el peso del Estado, ni dejan claro cómo van a financiar esos propósitos.
Son varias las preguntas sin contestar de cara a la segunda vuelta. Por ejemplo si los “huérfanos de las pasadas elecciones”, los anti sistema de todos los colores, se van a abstener. Mélenchon no se ha pronunciado aún pero recordemos que fue ministro del gobierno de Lionel Jospin, con Jacques Chirac de presidente. Es reformista pero no anti-sistema. Es cierto que la hija de su archi-enemigo no parece tan diferente y puede ser una aliada, pero no ahora sino para conformar en junio el nuevo Parlamento. El agua y el aceite podrían unirse por una vez.