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El mito de las denuncias falsas, otra vez

Publicado en Libertad Digital

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No intenten convencernos de que las denuncias falsas casi no existen, por favor. Ofenden a la inteligencia y, por supuesto, a su credibilidad.

Con motivo de la detención por denuncia falsa de una mujer que había acusado a su ex de haberla secuestrado y echado pegamento en la vagina, han vuelto a surgir las voces de siempre denunciando el supuesto «mito de las denuncias falsas» y explicándonos que en realidad éstas son un porcentaje ridículo del total, que varía entre el 0,014 de Público y el 0,4 de El País. Pero mienten. La notable discrepancia entre esas cifras es debida a que se basan en informes distintos, pero en ambos casos se equipara el concepto denuncia falsa con una realidad bien distinta: las causas abiertas por denuncia falsa. Lo que hacen quienes repiten estas cifras como papagayos es algo que consideraríamos estúpido si estuviéramos hablando de cualquier otra cosa: considerar que si la Fiscalía no investiga a un delincuente es que no ha existido delito.

Debería resultar significativo que tantos españoles continuemos erre que erre pensando que hay denuncias falsas si las cifras que nos sacan año tras año fueran ciertas. Con datos así, ni siquiera el consabido «menganito me dijo que a su amigo le pasó» tendría mucho recorrido. Pero es que ese runrún no se refiere a condenas por denuncias falsas, sino a denuncias sobre las que el sentido común nos dice que podrían ser falsas pero que jamás se investigaron. Porque, verán, pese a lo que veamos en las pelis de juicios americanas, en España no funciona eso de que eres inocente porque es tu palabra contra la suya. En España se condena, y mucho, sólo con el testimonio de quien denuncia, si el juez lo considera creíble. Pero lo contrario no sucede. Si el testimonio de quien denuncia no se considera creíble, no se abre automáticamente una investigación por denuncia falsa.

Tomemos el informe del CGPJ. Resulta especialmente interesante porque emplea una cata de 500 sentencias, salidas de las Audiencias Provinciales, entre las que se encuentran numerosos casos reales en que la denuncia no prosperó por falta de credibilidad de la denunciante. Así, una se inventó un viaje a Marruecos como parte de su caso presentando como prueba fotografías con el acusado pegado con Photoshop. Una aspirante a asesina aprovechó las leves lesiones que le causó su pareja al defenderse de sus puñaladas como prueba de maltrato. Una presunta violada declaró cosas completamente contradictorias en la investigación y en el juicio, entre ellas que era virgen y luego que no lo era, y sin lesiones que corroboraran su historia. En un juicio por violación, secuestro y maltrato, la denunciante afirma que se inventó su denuncia inicial porque quería volver con él. En un caso de secuestro, una testigo, familiar de la denunciante, asegura haber oído por teléfono los insultos de él sin que exista registro de tal llamada, y el móvil de la supuesta víctima siguió funcionando durante el supuesto secuestro, pese a que se declaró lo contrario. Y así muchos más: pueden consultar la excelente revisión de David Prieto sobre los casos de los que habla el informe.

En ninguno de ellos se abrió una investigación por denuncia falsa. Es cierto que no cabe concluir sin más que lo son pese a los indicios. Pero sí que esos indicios existen; de ahí que no se condenara a los acusados. En alguno de los juicios incluso se advirtió a la denunciante de que podría estar inculpándose de un delito de denuncia falsa. Pero nada se hizo. No se investigó nada, y nada se reflejó en los porcentajes que esgrimen los medios defensores de la ley contra la violencia de género. Esos porcentajes son así de bajos porque los jueces no deducen testimonio, por regla general, cuando hay sospechas de que una denuncia de este tipo es falsa. Eso no quita para que, por supuesto, sí se haga en casos mediáticos como el de la falsa violación en grupo de Málaga o el de la mentirosa del pegamento. Pero no intenten convencernos de que las denuncias falsas casi no existen, por favor. Ofenden a la inteligencia y, por supuesto, a su credibilidad.

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