Suecia ha ido adoptando progresivamente el Estado de Bienestar que ellos concibieron en los 30, hasta llegar a ser el caso más extremo y aparentemente más exitoso de todos. Pero ha llegado tan lejos, que ha esclerotizado la economía y corrompido los otrora firmísimos valores suecos de responsabilidad y autosuficiencia, que se han disuelto en una solución de exigencia a los demás de las propias necesidades.
No fue así en un principio. A finales del XIX, Suecia era uno de los países que con mayor entusiasmo abrazó el liberalismo, abriendo sus fronteras a los productos de otras naciones, y con un Estado que no sobrepasaba el 10 por ciento del PIB. Así llegó a ser una de las economías más exitosas del mundo, con un aumento de la productividad con pocos países que pudieran medirse a la par, y los salarios reales siguiendo su estela. No pensemos que ese liberalismo desapareció con el diecinueve. En 1950 la presión fiscal era todavía del 21 por ciento, por debajo de Estados Unidos. Pero desde entonces el aumento del Estado de Bienestar fue espectacular. El peso del Estado en la economía se dobló en dos décadas, pasando del 31 por ciento en 1960 al 60 en 1980.
Este cambio tan espectacular no podía dejar de tener consecuencias. Hay dos características básicas del modelo sueco que son una auténtica locura. El nivel de impuestos es altísimo y las ayudas por no trabajar son cuantiosas. Sólo un mercado laboral fuertemente intervenido que hace la reincorporación al mismo lenta e insegura hace que los suecos teman dejar de trabajar. El resultado de castigar el empleo y premiar la sopa boba es claro: no se han creado empleos netos en el sector privado desde 1950. De las 50 mayores compañías suecas, sólo una se ha creado después de 1970. El declive de los últimos años es claro. Desde 1995, el número de empresarios ha crecido en la Unión Europea en un 9 por ciento; el mismo porcentaje en que ha disminuido en Suecia desde entonces. En PIB per cápita medido en paridad del poder de compra, en 1960 Suecia estaba 20 puntos por encima de la media de la OCDE, y a principios de los 90 cayó a 10 puntos por debajo. Desde entonces, apenas se ha recuperado.
Hace una semana de la victoria de los conservadores en Suecia. Todo un acontecimiento, porque de los últimos 74 años, los socialdemócratas han estado en el poder 65. El nuevo primer ministro, Fredrik Reinfeldt, no ha prometido nada parecido a un cambio en el modelo sueco, sino simplemente la moderación de alguno de sus extremos. Suecia, que es ejemplo admirado fuera de sus fronteras, vive con desasosiego la sensación de vivir una crisis.
No es para menos. El modelo sueco ha dejado de ser atractivo. Durante unos años pareció funcionar, pero porque la vivísima economía de aquél país, que se desarrollaba con pujanza y que había fomentado una sociedad de personas orgullosas y autosuficientes, parecía aguantarlo todo. Ha sido el liberalismo lo que ha permitido el éxito aparente de la socialdemocracia en Suecia. Ahora se tendrán que replantear su camino.