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El negro chantaje tiene los siglos contados

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Su extensión es superior, aunque no en mucho, a la de España. Y sus campos son suelo amable y fértil para ciertos cultivos y sus vastas extensiones el paraíso en la tierra para el ganado. Cuando se veía venir el siglo XX, cuando casi se podía tocar con la punta de los dedos, surgió en aquel Estado un mal tan penoso y tan abundante en aquellas tierras que dio en llamarse “la maldición de Tejas”. Era un mineral líquido, negruzco y harto desagradable que surgía del suelo a nada que lo inquietásemos para civilizarlo un poco: construir una carretera, tender dos vías de hierro que se cortan en el infinito… Era el petróleo, un bien preciadísimo que tenían aquellos ganaderos por condena.

Entonces lo era, pero ahora hemos aprendido a poner al petróleo a nuestro servicio y extraemos de él una capacidad energética extraordinaria. Bien domeñada por la tecnología, que cada año es, además, más diestra, nos permite conocer mundo como nunca, jamás, lo conocieron nuestros antepasados. Su energía nos ha permitido a centenares de millones de personas tener cualquier punto del mundo a nuestro alcance. Y son muchos más los usos industriales que hacemos de él. Tenemos “dependencia del petróleo”, como muchos dicen, pero sólo porque le hemos sabido dar usos que para nosotros son muy valiosos.

Pero ese mal que nosotros hemos convertido en bien ha resultado ser caprichoso en su yacimiento y gran parte de él se acumula bajo suelos en que viven millones de personas sojuzgadas por regímenes autocráticos, teocráticos o dictatoriales, o en sociedades inestables, dadas, además, al uso político de este recurso. Como es una poderosísima fuente de ingresos para el Estado al margen de los ciudadanos, las luchas políticas por su control son brutales. Y como quienes tienen el poder no necesitan de sus ciudadanos para allegar recursos al Estado, sin que por ello renuncien a los impuestos, los ciudadanos pierden capacidad política y por tanto poder de influencia sobre el Estado. Sus derechos no son tan importantes.

Es en este contexto donde se desarrolla el chantaje de que nos habla Pedro Canales en su última crónica. Occidente necesita el petróleo, pero sólo tiene una parte, y es pequeña. El resto está en manos de esos Estados que, en lugar de reconocer el derecho de los ciudadanos del mundo a ocupar y explotar los recursos, los toman ellos para hacer del negro oro un instrumento de chantaje. Cada dólar que sube el barril, ¿no se hace más doloroso? ¿Estamos condenados a pagarlo o a invadir aquellos países con tal de no hacerlo?

La política mira siempre en el corto plazo y ahí caben soluciones de todo tipo, de las cuales la guerra no es, en absoluto la última. Pero la importancia del petróleo en nuestra economía será más y más liviana. Y, sin llegar a desaparecer jamás, como tampoco lo hará el negro combustible, su peso en nuestras vidas está llamado a ser menor con el paso de las décadas.

Esto es así porque sabemos crear más valor por cada unidad de energía, por lo que el porcentaje de la energía en el PIB no deja de ser cada vez menor en las economías desarrolladas. Por otro lado, las áreas con mayor desarrollo están asociadas a la electricidad o el láser, energías que se pueden producir con otras fuentes. Además la lista de fuentes energéticas utilizadas masivamente está aún abierta, a la espera de que el hidrógeno o alguna energía de las llamadas “alternativas” dejen de serlo. Además podemos extraer energía del uranio durante miles de años. Es decir, que las tiranías del petróleo tendrán cada vez menos poder. Eso sí, tendremos que contárselo a los nietos de los nietos de nuestros nietos. O quizá no tengamos que esperar tanto.

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