Cautivo y desarmado el ejército zapateresco el así llamado movimiento 15-M alcanza sus últimos objetivos callejeros.
La sucesión de los hechos es la que sigue. Un grupo de entrañables revolucionarios de mayo, es decir, de radicales de extrema izquierda, se ofende por una campaña publicitaria del Metro de Madrid. Dicen que es caro, mucho más que en otras ciudades europeas si comparamos los niveles de renta. Evidentemente esto no cierto. La comparación, para variar, la hicieron mal. Reñidos como están con el dos y dos son cuatro, tomaron la renta per cápita nacional y no la de la Comunidad de Madrid, que es sensiblemente más alta y perfectamente equiparable a la de otras capitales europeas.
Bien, hecha la cuenta del perroflauta (que es como la de la vieja pero incorrecta), burda excusa para liársela a Cristina Cifuentes, nueva delegada del Gobierno en Madrid, se pusieron en marcha; que contar no saben, pero dar la paliza se les da de perlas. Lanzaron entonces la campaña “Yo no pago”, así, con un par, porque ellos lo valen. La operación consistía en algo tan, digamos, convencional, como colarse en el Metro, viejo deporte que todo buen madrileño ha practicado alguna vez en su vida. Con la diferencia de que esa pequeña travesura no la convierte en bandera política y, a ser posible, la practica en la intimidad de un vestíbulo solitario, lejos de las miradas reprobatorias de otros viajeros.
A los animosos jóvenes de la Spanish Revolution, en cambio, les pierde la publicidad y salir en la tele. El día de autos la armaron en las estaciones designadas para la “acción” dotándose de un nutrido aparato gráfico para dejar constancia de la gesta. A falta del Palacio de Invierno no está mal la estación de Callao, o la de Sol, donde, además, después de protestar uno se puede tomar un piscolabis tan ricamente. Como se dieron tanto autobombo, la policía acudió a su encuentro y detuvo a nueve de ellos. Porque, aunque colarse en el Metro sea algo relativamente habitual, no está bien hacerlo y, además, es ilegal.
Era exactamente lo que buscaban. Ya saben, el viejo adagio acción-represión-acción. No importa que la acción sea una tontería infantil y que la “represión” no satisfaga plenamente los sueños húmedos del perroflauta en jefe, poblados de tenebrosos calabozos de la DGS y comisarios fascistas con bigotito que aplican electrodos en salva sea la parte. La historia es simple: unos se cuelan en el Metro, viene un poli y les detiene. ¿Normal, no? Pues eso.
Pero las detenciones eran necesarias, ya que la “represión” es la materia prima que alimenta su fecunda y sublevada imaginación. Al día siguiente tocaba la manifestación de repulsa por las detenciones bajo un lema muy, pero que muy de izquierdas: “si nos tocan a uno, nos tocan a todos”. Obviamente no es así, han “tocado” a nueve, no a todos, y si les han “tocado” ha sido por colarse en el Metro, no por protestar. Parece mentira, pero cosas tan elementales hay que explicarlas.
Pero el fondo de la protesta no era la previsible “represión”, sino los presuntamente abusivos precios del Metro. Dicen que no piensan pagar. Pues bien, la ecuación es sencilla, lo que ellos dejen de pagar lo hará usted, que sí que paga. Cuanta más gente deje de pagar por motivos de conciencia tarifaria, más grande será el agujero en las cuentas de la empresa y más subirán los billetes. Como el Metro no suele ser el transporte habitual de millonarios tipo el Gran Wyoming o Juan Luis Cebrián, sino de la gente de menos recursos, al final la ocurrencia perroflauta la pagarán los pobres, que es algo como muy de progreso. Claro, que la policía podría empezar a hacer su trabajo, que no es otro que velar por el cumplimiento de la ley. En eso parece que están, y que nos dure.