La mayor parte del tiempo, los seres humanos han vivido en pequeños grupos en los que la supervivencia dependía de que la autoridad diseñara buenos planes y los miembros del clan repartieran lo poco que tenían ayudándose para no sucumbir a la continua amenaza de la escasez más absoluta de los recursos más básicos. Durante toda esa larga etapa en la historia del hombre la prosperidad era imperceptible a lo largo de la vida de una persona y cuando alguien mejoraba con rapidez solía ser en base a quitarle a los demás sus recursos.
Otro posible motivo podría residir en que muchos liberales han tratado de influir en el corto plazo o, lo que viene a ser lo mismo, sobre el poder político; ya sea en reyes, presidentes, ministros o príncipes. Esta actitud ha permitido dar algunos sonados pasos adelante seguidos con demasiada frecuencia de importantes reveses. Cuando la inmensa mayoría de los miembros de una sociedad no entiende por qué la prosperidad generalizada viene de la mano del respeto de la propiedad privada, los vínculos contractuales y la persecución de beneficio propio, las posibilidades de éxito de este tipo de estrategias son muy reducidas. Por otro lado, trabajar pensando en el largo plazo exige paciencia, perseverancia, optimismo, profundas convicciones y buenas teorías sobre la dinámica de los procesos sociales. Estas cualidades raramente se encuentran en una persona o pequeño grupo de personas y los liberales no son una excepción.
A pesar de los múltiples errores cometidos, hay ejemplos que avivan la esperanza. Entre estos destaca la marea internacional de think tanks dedicados a la elaboración y difusión de ideas o las plataformas digitales -formales o informales- de comunicación que han surgido gracias a Internet. Pero la iniciativa más ilusionante que he conocido es la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. En 1971 Manuel Ayau, ayudado por un reducido grupo de amigos liberales, se propuso convertir un pestilente barranco a las afueras de Ciudad de Guatemala en un oasis académico cuya misión fuese la enseñanza y difusión de los principios éticos, jurídicos y económicos de una sociedad de personas libres y responsables. Treinta y seis años después la UFM se ha convertido en una de las universidades más prestigiosas de Latinoamérica y forma a más de 2800 estudiantes en diversas disciplinas siguiendo los principios fundacionales de la Institución.
Quienes pasan por la “Marro”, como cariñosamente le llaman sus estudiantes, conocen de buenas fuentes la obra de autores como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Milton Friedman, James Buchanan o Ayn Rand. La universidad ha logrado compatibilizar la participación activa en la vida social del país con el rechazo a las presiones intervencionistas y liberticidas gracias a un fabuloso campus selvático que crea una burbuja intelectual, al uso de las más modernas tecnologías de la información y al rechazo de subvenciones públicas para desarrollar este monumental proyecto. Detrás de este éxitos está, como siempre, la tarea de un héroe silencioso que, ayudado de un grupo de individuos extraordinarios ha sabido trabajar centrado en el largo plazo ayudado de una pasión por la libertad y unos conocimientos de la teoría de la liberad que han hecho su voluntad inquebrantable. Ojala que su ejemplo y el de quienes impulsan día tras día ese oasis de la libertad ayuden al surgimiento de proyectos similares en España y el resto del mundo.