Antes de que a ningún facineroso se le ocurriera hablar de monedas de curso legal, varios bienes han servido como dinero. Pero ninguno como la plata y especialmente el oro.
Parece que la larga relación entre el oro y el dinero se haya roto para siempre. Después de la crisis social y económica de los 30’ y de Bretton Woods parece que el oro ha quedado para la joyería. Pero no es así, sigue siendo un activo monetario de primer orden y más que lo va a ser en el inmediato futuro. Hay quien quiere exortizarlo repitiendo las palabras bárbara reliquia. Pero no resulta efectivo.
El Instituto Juan de Mariana ha publicado recientemente un informe que, cuando menos, es sugerente. Se plantea la posibilidad –real, aunque no se pensara entonces en ello– de adoptar el oro como base para la peseta en el año 1972. Desde entonces han corrido 35 años, toda una vida para quien les escribe. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiésemos confiado en el metal como moneda? Entre otras los precios serían hoy 21 veces inferiores. Una casa de 600.000 euros costaría poco menos de 30.000. Y el precio del petróleo se habría abaratado especialmente, teniendo en cuenta que su precio se fija en dólares. Una energía barata, para un país dependiente como España, hubiera venido muy bien.
Pero hemos seguido el camino inflacionista que también han transitado otros, y con un enorme coste. Hay una relación negativa a largo plazo entre inflación y crecimiento. Además la inflación afecta especialmente a las economías más modestas y hace subir los impuestos sin aumentar los tipos, simplemente haciendo parecer real una mejora en los salarios que no lo es.
Pero una de las muchas perversidades de la inflación, una de la que apenas se habla, es el modo como mina la soberanía del consumidor. Cuando uno tiene en la mano una moneda que no pierde valor con el tiempo, mantiene con ella toda su fuerza negociadora. Si, por el contrario, cada día que pasa es un nuevo sacrificio inútil ante el dios de la inflación, vale más correr a las tiendas a entregar un dinero que quema en el bolsillo y llevarse a casa, al menos, un bien real. Una moneda sana es la mejor defensa de los consumidores. Y el oro, como muestra el informe del Juan de Mariana, nos habría defendido muy bien.