El diario El País publicó el pasado jueves un reportaje, titulado "Keynes regresa en ayuda de la banca", cuya tesis principal dice que EEUU y los liberales son tremendamente incoherentes porque sus prédicas a favor del libre mercado terminan justo cuando generan problemas: entonces, aquéllos comienzan a clamar por la imprescindible intervención del Estado para que solucione los excesos de dicho sistema. Emilio Ontiveros, presidente de AFI y economista cercano al PSOE, resume perfectamente la idea: "La paradoja es que la patria del liberalismo y de los excesos neoconservadores se ve obligada a dejar de lado la ortodoxia cada vez que llegan auténticos problemas".
La frase de marras contiene dos errores: 1) el sistema monetario de EEUU no tiene nada de liberal; 2) las medidas intervencionistas que se vienen adoptando en los últimos meses no van a remediar, de ninguna manera, la crisis.
Bien por ignorancia, bien por mala fe, los intervencionistas imputan al liberalismo las consecuencias desastrosas de un esquema financiero que diseñaron ellos mismos. En la actualidad, la moneda es un monopolio público de curso forzoso, y los Bancos Centrales manipulan los mercados crediticios fijando tipos de interés de intervención. No existe ningún tipo de libertad monetaria (bajo la cual los bancos comerciales podrían emitir sus propias monedas) ni de respaldo a las divisas nacionales (se trata de dinero fiduciario no convertible en oro).
Pero otra parte, conviene saber que la crisis actual se debe a que la Reserva Federal y el Gobierno de EEUU han venido siguiendo políticas típicamente keynesianas para salir de la recesión de 2001. Políticas monetarias y fiscales expansivas. Greenspan redujo los tipos de interés al 1% durante más de un año, y Bush ha recurrido sistemáticamente al déficit público desde el referido 2001.
De hecho, hace unas semanas el famoso economista keynesiano Paul Krugman defendió la guerra de Irak desde el punto de vista económico aduciendo lo que sigue: "La guerra en general es expansiva para la economía, al menos en el corto plazo (…) en un momento en que la insuficiente demanda es el problema, la guerra de Irak actúa como una especie de Programa Público de Trabajo, que genera empleo directa o indirectamente".
EEUU está al borde del abismo después de a) haber terminado –desde 1973– con cualquier resquicio de libertad monetaria y b) haber aplicado con escrupulosa precisión políticas keynesianas desde 2001. ¿Con qué cara puede sostenerse que el liberalismo ha fracasado, y que ha llegado el momento de revivir a Keynes?
Los intervencionistas están utilizando la táctica que ya emplearon tras el crack del 29: culpar de todos los males económicos al laissez-faire. En aquel entonces el diablo fue Herbert Hoover; ahora se llama George W. Bush. Sin embargo, ninguno de estos dos presidentes republicanos aplicó políticas liberales que tuvieran que ser revertidas para salir de la crisis. Más bien ocurrió lo contrario.
Bajo el mandato de Hoover se aprobaron el mayor arancel al comercio exterior de la historia de EEUU (el Smoot-Hawley, que cuadruplicaba las tasas anteriores) y una de las mayores subidas de impuestos en tiempo de paz (la Revenue Act de 1932 duplicó, por ejemplo, los impuestos sobre beneficios). Bajo el mandato de Bush, el gasto público se ha incrementado a un ritmo nunca antes visto en EEUU (más que con los manirrotos Johnson y Carter), al tiempo que se ha limitado la libertad empresarial (por ejemplo, mediante la Ley Sarbanes-Oxley).
Vaya usted a saber qué tendrán Hoover y Bush de liberales, pero los intervencionistas (que comparten el fondo de la política económica de ambos) han decidido endilgar la presente crisis al libre mercado.
No es cierto que el keynesianismo sea ahora, como sugiere El País (y como ya se repetía en tiempos de Solchaga), "la única política económica posible". La Fed puede tratar de salvar a los bancos de la quiebra nacionalizando toda la deuda basura de la banca comercial, pero eso sólo acabará con el dólar y con la inversión empresarial productiva. Y es que, sencillamente, el Gobierno no tiene capacidad para convertir la deuda basura en deuda de calidad: lo único que puede hacer es redistribuir el coste de esa deuda. La alternativa a la descapitalización de los bancos es la descapitalización de las familias y las empresas, en una suerte de injustificado vampirismo financiero.
La solución tampoco pasa por rebajar los tipos de interés, ni por aumentar el gasto público. Lo primero sólo contribuiría, como mucho, a añadir más deuda a la montaña de mala deuda que está a punto de desmoronarse; lo segundo sólo reduciría la cantidad de ahorro disponible para amortizar la dichosa montaña.
La crisis es inevitable, y todo incremento de la intervención pública no hará sino contribuir a agravarla. A medio plazo, hay que favorecer un ajuste suave, con menos impuestos, menos gasto público y más libertad en los mercados de factores productivos; a largo plazo, hay que reformar el corrupto sistema financiero internacional para avanzar hacia la libre emisión de divisas convertibles.
Éstos son los presupuestos del liberalismo, que vienen atacándose sin vergüenza alguna desde los albores del s. XX. Éstos son los presupuestos del liberalismo, que los economistas keynesianos actuales desconocen porque sus padres intelectuales contribuyeron a enterrarlos. Éstos son los presupuestos del liberalismo, cuya violación ha generado la crisis actual. Y éstos son los presupuestos que deberán asumirse para salir de ella.
Keynes jamás llegó a morir, porque sus discípulos se encargaron de rendirle un merecido homenaje emponzoñando el sistema financiero internacional. No es momento de resucitar a tan peligrosos vivos, sino de enterrarlos y asegurar el ataúd con poderosos candados.