El IPC se dispara cinco décimas en mayo y los precios de los bienes que compramos habitualmente, los que de verdad entran en la cesta de la compra, crecen casi el doble. No hay problema. No se preocupe, hombre, que hay que ser optimista; como Zapatero, el optimista antropológico, el Pangloss impenitente, el alucinado, el friki.
Ya puede hundirse el sector inmobiliario, multiplicarse el precio del depósito de combustible o venirse abajo la confianza de los consumidores a simas jamás vistas. El optimismo de Zapatero lo puede todo. Él rompe con los viejos prejuicios de mirar a la realidad tal como es. ¿Que se tuerce? Una sonrisa estereotipada, un dedo en la ceja, un gesto, un lugar común dicho a tiempo y todo arreglado. Mienten las estadísticas, mienten los despidos y los precios, mienten los carteles de "se vende" y las cuentas de resultados de los grandes almacenes. La realidad es la mentira y la ilusión es la verdad.
Esa idea de que los ciudadanos somos medio lelos y estamos a la espera de que nos guíe el presidente con sus palabras está bien para caudillos y liderzuelos tropicales, no de un político de talla. Es esa vieja idea protofascista de que hay que robarle al pueblo cierta información porque el vulgo, ya se sabe, es incapaz de digerirla. Nada que ver con la concepción liberal del ciudadano como una persona responsable y que es buen juez de sus propios asuntos; especialmente, aunque no sólo, los que le tocan el bolsillo.
Zapatero nos está llamando tontos a cada ocasión. Lo peor no es que además nos pida el voto, sino que son legión los que se lo dan. Ni el pesimismo ni el optimismo determinan los avatares del ciclo económico, y la alucinación de Zapatero con nuestras expectativas sólo le aleja de la realidad de nuestra economía. Ha anunciado nuevas medidas, pero no sabemos si están escritas en las crónicas de Narnia, para el Señor de los Anillos o desde los Mundos de Yupi. La economía de los lunnis es lo único que nos ofrece el presidente. ¡Qué cuatro años nos esperan!