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El patriotismo como sumisión al Estado

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Reconstruir nuestro pasado es una de las tareas más necesarias y difíciles de las que se ha propuesto el espíritu humano. Da sentido a nuestro mundo y responde en parte a la pregunta de quiénes somos. La mirada a la huella del hombre se hace con todo tipo de instrumentos, desde el microscópico al telescópico; es decir, desde la minuciosa mirada al detalle a la observación de las grandes tendencias seculares. A diferencia de la fría investigación de las ciencias naturales, en la historia participamos de la naturaleza del objeto de estudio, lo que hace que esta disciplina sea, además, apasionante.

Yuval Noah Harari es historiador. Después de habernos contado todo el pasadoel futuro, y de darnos lecciones sobre el presente, se ha quedado sin novedades que compartir con nosotros. De modo que ha vuelto a sacar el libro que le catapultó a la fama, pero en versión cómic. Harari ha quedado para dar conferencias, participar en foros organizados por Naciones Unidas, y dedicarse a la pesca, si es que es aficionado.

El libro Sapiens, que ha sido traducido a más de medio centenar de lenguas, es de los que miran con telescopio. Abarca desde la emergencia de nuestra especie hasta la actualidad de la que ahora nos da lecciones. Es un método que por un lado está condenado a cometer alguna injusticia, pero por otro permite alumbrar nuevas ideas generales sobre nuestro camino hasta aquí. Por otro lado, el libro destila como poco desconfianza hacia el género humano. El descubrimiento de la agricultura es “el mayor fraude de la historia”. Es verdad que dio lugar a la civilización, con todo lo que ello conlleva de negativo (guerras, pandemias, opresión desde el poder…). Pero por un lado no parece valorar lo suficiente todo lo positivo que acompaña al crecimiento de la experiencia humana, y por otro no plantea una alternativa.

Juan Carlos Sanz le ha hecho al autor una entrevista para el diario El País, en la que Harari comparte varias de sus ideas. Una de ellas nos resulta muy familiar. Con un apreciable talento político, el periodista la ha llevado al titular: “Ser patriota es sostener un buen sistema sanitario”. Dicho por un profesor como Harari, respetado a pesar de las duras críticas que también recibe su obra, este argumento parece adquirir un respeto mayor que cuando se lo oímos a otro profesor, de nombre Pablo Iglesias.

Hay infinidad de muestras de lo que para Iglesias es “la patria”. Invito a quien tenga curiosidad a leerlas en este artículo. Pondré algunos ejemplos:

Valencia, 25/1/2015: “La patria es poder llevar a tus hijos pequeños a una guardería pública. La patria es que el gobierno garantice que a los enfermos de hepatitis les da la mejor medicación”. Madrid, 18/10/2014: “(La patria es) hablar de que tiene que haber hospitales. Eso es sentirse orgulloso de tu país. Sentirse orgulloso de tener las mejores escuelas públicas, sentirse orgulloso de tener los mejores hospitales”.

24/5/2020, en Twitter: “El patriotismo no es agitar una bandera muy grande para agredir a quien piensa diferente. El verdadero patriotismo es que cada uno pague los impuestos que le corresponden para sostener los servicios públicos y los derechos de todos”.

Los ejemplos se pueden multiplicar, pero van todos en el mismo sentido. El patriotismo es el pago de impuestos. Y que esos impuestos sean suficientes para que el Estado pueda proveer unos servicios públicos con muchos medios materiales. E implícita en las palabras de Iglesias (pero no en las de Harari) está la idea de que patriotismo es que sean los servicios prestados por el Estado, y no servicios privados, los que cubran las necesidades de los ciudadanos. En ocasiones esa idea la hace explícita, como cuando dijo: “Romper España es privatizar la sanidad. Romper España es privatizar la educación”.

Harari contrasta el patriotismo con la actitud del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de evitar en la medida de lo posible el pago de impuestos. Iglesias, en varias declaraciones públicas, apunta al mismo argumento: “Quien tiene las cuentas bancarias en Suiza o en Andorra tiene un nombre: traidor”.

Esta idea tiene una historia particular, en el caso de Pablo Iglesias. El líder de Podemos, pero especialmente Íñigo Errejón, llegó a la conclusión de que las apelaciones a la nación, o a la patria, son un expediente político muy efectivo. Lo vieron en sus años de asesoramiento a las satrapías del socialismo del siglo XXI en la América Hispana. Iglesias llegó a mencionar, ya en España, el caso de Marine Le Pen. Reconocía que su populismo tiene en Francia un gran atractivo en parte porque hace apelaciones constantes a la patria. Nosotros, decía, tenemos que hacer lo mismo; impedir que sea la ultraderecha la que se beneficie de un instrumento político tan poderoso.

Iglesias dijo en su momento que España, tras el resultado de la guerra civil, es un concepto políticamente inasumible. De modo que tiene que hablar de “patria”, sin mencionar la suya, que es la de todos. Y tiene que encontrar un sentido a la palabra que refuerce su intención de que le entreguemos nuestro trabajo y sus frutos al Estado, y que éste nos conceda sus restos en forma de servicios públicos. Con Iglesias al frente, claro está.

Harari quiso recurrir a la ironía para contrastar el patriotismo de Donald Trump con su cicatería en el pago de impuestos. El historiador es especialista en la Edad Media, y no tiene por qué saber que una decisión del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, firmada por el juez Marshall, asentó el principio de que nadie está obligado a pagar más impuestos que los que prevé la ley, y que por tanto tiene todo el derecho a beneficiarse de todos los resortes legales para minimizar el pago de impuestos.

El caso de Iglesias es distinto. Él identifica la nación con el Estado; una idea estrictamente totalitaria. El patriotismo, en su discurso, es la plena sumisión al Estado, la entrega de los súbditos a la maquinaria de poder, y su dependencia absoluta para el cuidado de su salud, de la educación de niños y jóvenes y, en última instancia, para todo lo demás. El patriotismo impositivo no deja al ciudadano espacio para su elección, y por lo tanto para un verdadero patriotismo, o para cualquier otra cualidad moral. Los patriotas de Pablo Iglesias serán los esclavos de su nuevo Estado.

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