La miniserie El Pingüino, concebida como un spin off de la última entrega cinematográfica de la saga Batman, se ha ganado el aplauso del público y de la crítica. La producción de Warner Brothers para su plataforma de streaming HBO ha sido uno de los estrenos más populares del otoño y se ha ganado tres nominaciones en los próximos Globos de Oro.
Como ya es tradición en sus distintas encarnaciones, esta nueva versión de El Pingüino nos presenta a Oswald Cobblepot como un personaje clave en los bajos fondos de Gotham City. Al mismo tiempo, la ficción nos dibuja al protagonista como alguien que siempre se queda fuera de los círculos de poder, en los que se valora su destreza para el crimen pero se percibe asimismo un profundo desprecio y una innegable desconfianza hacia su figura. Todo esto ha llevado al Pingüino a desarrollar un profundo resentimiento social, que de hecho es una de las bases narrativas en las que se apoya la trama de la serie.
Es interesante anteponer la figura del Pingüino a la de Bruce Wayne. Ausente en la miniserie, Batman no deja de ser un tipo acaudalado que, en vez de dejar en pie el agotado sistema de gobernanza de Gotham City, se anima a intervenir en el mismo para evitar que la capital caiga víctima de una clase política corrupta que se apoya en una compleja red de alianzas criminales. El papel del hombre murciélago como un filántropo privado también sería prueba de su búsqueda de un modelo diferente, alejado de las malas prácticas que exhiben sus antagonistas.
En El Pingüino vemos como el protagonista, interpretado por un magistral e irreconocible Colin Farrell, soborna a la policía local y llega a acuerdos con sucios políticos municipales carentes de escrúpulos. Su ciudad está indudablemente arruinada, pero lo que mueve a Oswald Cobblepot no es mejorar las condiciones de vida de sus habitantes. Al fin y al cabo, nuestro hombre es un criminal sin escrúpulos que no duda en acabar con la vida de socios, amigos o familiares si ello le ayuda a avanzar su posición.
Resulta especialmente perturbador que El Pingüino ensalce una y otra vez la figura de Rex Calabrese, un viejo mafioso local al que trató de niño. Sabe que las familias tradicionales que manejan el crimen en la ciudad solamente aceptan su participación en sus negocios de forma limitada, de modo que su hambre de poder es coherente con sus circunstancias. El problema, claro está, es que en el mundo del crimen, al contrario que en el mercado, no abundan las situaciones de ganancia mutua, sino que el avance de unos se suele dar a costa de otros. Por tanto, sus avances traen innecesariamente más violencia y decadencia para una ciudad que no pretende mejorar, sino simplemente poner bajo su control.
Por descontado, en la cima de la corrupta ciudad de Gotham se sientan círculos corruptos que son merecedores del más absoluto rechazo desde el punto de vista moral. Con todo, nuestro protagonista solamente busca colmar su sed de venganza y, en vez de reformar el sistema, simplemente aspira a conquistarlo desde las sombras, apoyándose en todo tipo de tretas y maniobras en las que se muestra tan hábil como desleal y tan contundente como cruel.
En España, el auge de la extrema izquierda ha coincidido con el liderazgo político de Pedro Sánchez en las filas del PSOE. Desde que el político madrileño llegó a la cabeza de su formación, Ferraz no solamente no ha combatido el auge de formaciones comunistas como Podemos y Sumar, sino que ha gobernado con ellas en el plano local, regional y nacional.
El discurso económico del sanchismo parte de esa legitimación de la extrema izquierda que le permite aferrarse al poder aún perdiendo elecciones. Por eso, se apoya sin disimulo en el resentimiento social y el odio de clases, como puso de manifiesto el propio presidente cuando defendió que nuestro país necesita «más transporte público y menos Lamborghinis».
Tristemente, cultivar ese tipo de discurso demagógico, simplista y tramposo puede resultar útil desde el punto de vista electoral: el 64% de los españoles cree que los ricos «no son personas decentes» y nuestro país destaca en los rankings de envidia social, así como en los estudios que miden las actitudes proclives al intervencionismo y reacias a la libertad individual y el mercado.
Estas tensiones se ven exacerbadas por los discursos del gobierno y de sus socios, pero también por el hecho de que la economía española esté estancada en términos de renta y cada vez se aleje más de los niveles de ingresos observados en Europa o en Estados Unidos. No obstante, un liderazgo constructivo y transformador como el que ejerce Javier Milei en Argentina podría ayudar a abandonar las peligrosas tendencias populistas que cultiva el gobierno español.
No es esa la intención de Sánchez, que sigue volcado en machacar a los ricos, culparles de todos nuestros males y socavar el libre mercado bajo decenas de subidas impositivas y miles de páginas de nuevas regulaciones. Su liderazgo, pues, se asemeja al de El Pingüino. Y el problema es que, en vez de una obra de ficción, este peligroso experimento se desarrolla en la vida real.
El paralelismo entre El Pingüino y Pedro Sánchez radica en cómo ambos encarnan una visión del poder que no busca mejorar las condiciones generales, sino consolidar su propia influencia a expensas de corromper la gobernanza sobre las que se apoya su poder. En Gotham, El Pingüino se aprovecha del resentimiento social para alimentar su ascenso en el mundo criminal, pero su dominio no trae progreso, sino más violencia y decadencia. En España, Sánchez y su gobierno han instrumentalizado el odio de clases y la envidia social para dividir a la población y fortalecer los tentáculos de un Estado mastodóntico que cada vez se arroga más poder.
El liderazgo de Sánchez sigue una senda más cercana a la del Pingüino: utilizar las emociones más destructivas, como el resentimiento y la envidia, para erosionar las bases de un sistema de gobernanza ya debilitado. En lugar de fomentar un entorno donde el crecimiento económico y las oportunidades sean accesibles para todos, nuestros gobernantes priorizan la redistribución forzada y el señalamiento de culpables como herramienta de control político.
El problema es que este modelo, tanto en Gotham como en España, resulta insostenible. En una economía global cada vez más competitiva, el ataque constante al mercado y la penalización de los motores del crecimiento no sólo generan descontento social, sino que perpetúan la mediocridad económica. Al igual que Gotham cae en una espiral de decadencia bajo el control del Pingüino, España corre el riesgo de ahondar en su estancamiento si no se corrigen las tendencias populistas que dominan y dan forma al liderazgo político en la Era Sánchez.