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El problema de la política es la propia política

Publicado en Libertad Digital

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Podemos enfocar este tema desde una vertiente económica. Una de las herramientas que usa el Gobierno para ganar nuestra confianza es inundarnos con buenos datos económicos. Por ejemplo, esta semana hemos sabido que la Seguridad Social obtuvo un superávit superior a los 8.000 millones de euros en los cuatro primeros meses del año. También nos han dicho que somos un 18% más ricos (algunos medios han sido así de tajantes) porque nuestra renta per cápita ha pasado de 19.000 en 2004 a 23.000 euros en la actualidad.

Es evidente que nuestra percepción no es la misma. Que la Seguridad Social tenga beneficios tiene la misma importancia para nosotros como el sistema de guía de las mariposas monarca. Lo único que sabemos es que el sistema de pensiones del Estado es un desastre y que a las personas de mi edad no nos va a llegar ni dinero para pipas. Que nuestra renta per cápita aumente un 18% lo vemos como una contradicción con la realidad. No somos más ricos que antes. En realidad, y sin meternos profundamente, a ese porcentaje le hemos de restar la inflación (IPC), que según las cifras oficiales, reduciría ese 18% a un 8%. A la vez, sabemos que la medición del IPC no es más que apaño estadístico del Estado. El IPC no considera la vivienda de propiedad a la que destinamos un 40% de nuestros ingresos o no contempla adecuadamente muchos productos y servicios que consumimos.

La comunicación entre el ciudadano y el Gobierno es imposible y más teniendo en cuenta que a los mismos estímulos reaccionan de forma diferente. Esta situación no es un problema de dimensión. Por ejemplo, una empresa, por más grande que sea, siempre tiene una relación de empatía y comunicación con su cliente inmejorable: las pérdidas y ganancias. Si la empresa no gana dinero o decrece en sus resultados, es que no está entendiendo las necesidades del cliente. Si la empresa aumenta sus beneficios, sabe que va por el buen camino. Esta es la diferencia entre el sistema de información del mercado (bidireccional) y el de la burocracia (unidireccional y de mandato).

Por el contrario, si el Estado no tiene dinero, sube los impuestos y se queda tan ancho. Esto nos lleva a otra característica del Estado: no tiene límite ni mesura. Expresado de otra forma, nadie lo controla, por lo que cae en demasiadas ocasiones en abusos evidentes. Veamos un pequeño ejemplo de esta semana. Un joven tendrá que pagar una multa de 180 euros, o quince días de arresto, por decir delante de unos mossos d’Esquadra "¡Viva la Guardia Civil!". Imaginemos que nosotros trabajamos en la empresa de telecomunicaciones Orange, por ejemplo. Al salir de nuestra jornada laboral alguien por la calle, un mosso, por ejemplo, nos grita: "¡Viva Vodafone!". A nadie en sus cabales se le ocurría denunciarlo por decírnoslo en un "tono despreciativo-vejatorio", como dice la sentencia. Tampoco se nos ocurre pensar que esa persona haya cometido una "falta contra el orden público". ¿Cree que si vamos a un juez ganaremos el pleito?

Simplemente es un abuso como tantos otros de la administración, que además limita nuestra libertad. ¿Es que no podemos expresar nuestra opinión en la calle? En algunas ciudades por ejemplo, es ilegal tener un aire acondicionado que se vea desde la calle. En muchas ocasiones, el ayuntamiento se lo ha retirado a mucha gente porque hace feo. Contradictoriamente, en Barcelona, sin ir más lejos, podemos ver desde la calle edificios de la administración no con uno, sino con varios motores de aire acondicionado. ¿Cree que alguna vez los retirarán?

A todo esto habría que añadir la corrupción, el altísimo nivel de tributación (nos sacan dinero por todo), las promesas incumplidas, la impunidad ante errores de nivel nacional como el caso Endesa o el continuo intervencionismo, que hacen que el Estado provoque continuamente injusticias y abusos contra personas honradas; cada vez estamos más inseguros ante la omnipotencia estatal. Qué contradicción: aquellos que nos han de proteger son nuestros peores enemigos. Los políticos son como unos vampiros que nos chupan la sangre día a día. Encima pretenden que les votemos y les consideremos superiores a nosotros.

Cuando se empezó a hacer fuerte el liberalismo en el siglo XIX, los primeros intelectuales de la época vieron esta contradicción rápidamente. Es increíble leer libros, por ejemplo, de Herber Spencer, Frédéric Bastiat o el propio Thomas Jefferson donde, hace mucho más de un siglo, ya denunciaban casos como los actuales. Algunos casos parecen calcados a los actuales. Aquellos pensadores nos dieron la respuesta a este continuo atropello de nuestras libertades y mangoneo de dinero. En palabras de Henry Thoreau: "El mejor Gobierno es el que menos gobierna… y cuando los hombres estén preparados para él, ese será el tipo de gobierno que tendrán". Ya han pasado más de 150 años, ¿no cree que ya estemos preparados para reducir drásticamente el peso del Gobierno en nuestras vidas? Haga las cuentas; peor no nos puede ir.

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