Lo que de verdad resulta obsceno de todo este escándalo es el hecho de que la mamarrachada se haya financiado con dinero público, que al contrario de lo que opina la CCCP, pertenece a los ciudadanos que pagamos impuestos, es decir, todos menos los luchadores por un mundo más justo y otros especimenes alternativos, que con su afán de salvar a la humanidad de la humanidad misma ya dan por cubierta su cuota solidaria.
Ahora bien, no se trata de dejar de financiar expresiones culturales porque ofendan a una parte de la población, aunque sea mayoritaria, sino de acabar de una vez con la inmoralidad del fenómeno de la subvención. Cuando un organismo oficial dedica dinero público a editar un libro, está cogiendo recursos propiedad de los ciudadanos para invertirlos según el criterio estético de sus dirigentes, y no hay que ser un antropólogo avezado para constatar que los políticos no son precisamente unos expertos literatos. Ahí está la ministra de Cultura para demostrarlo. Lo decente no es dejar de subvencionar a unos para hacerlo a favor de otros, sino acabar con las subvenciones a la (supuesta) cultura de una vez. ¿No quieren los socialistas la igualdad? Pues no se me ocurre otra fórmula más igualitaria que acabar con el nepotismo subvencionador y que cada cual viva de su talento, en lugar de sus relaciones con el político de turno.
Estoy seguro de que los extremeños podrían sobrevivir perfectamente sin que su presidente financie las paranoias exhibicionistas de un abuelete depravado. Si se trata de juzgar el criterio inversor de las autoridades, la construcción de un hospital o de una carretera seguramente contaría con una mayor aprobación popular que estas obras polémicas. En buena lógica política, cualquier desvío de fondos públicos para subvencionar los caprichos de un artista debería tener un coste electoral. Sin embargo, el socialismo ha conseguido penetrar de tal forma en la mentalidad moderna que la ecuación se ha invertido radicalmente. Así pues, si un político actual, sea del partido que sea, decidiera cerrar un departamento de cultura y devolver a los ciudadanos esas ingentes cantidades de dinero malgastado, no duraría ni cinco minutos en la poltrona.
La "redistribución de la riqueza" nos hace malas personas. Desincentiva al creador con talento en favor de una fauna apesebrada que sólo activa su intelecto para descubrir la manera de influir en la voluntad de los políticos, de cuyo favor depende. Sin la subvención de la junta extremeña, el "artista" Montoya tendría que haber buscado un editor privado y confiar en que el público aclamara su talento comprando el libro. Montoyita sería más feliz, constatando que su arte tiene aceptación popular, y los extremeños tendrían un motivo menos para avergonzarse de sus políticos, así que todos contentos. Porque "otro mundo es posible", acabemos con las subvenciones.