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El régimen del 78, ante el precipicio

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O Sánchez nos conduce al fin del actual régimen, o le da una salida, que sólo puede venir de la mano del Partido Popular.

Estamos todavía con los últimos votos, y el reparto de escaños, en función del juego de porcentajes y restos mediado por la ley D’Hont, arroja lo que adelantaban las encuestas: Un parlamento sin una clara mayoría. Un parlamento “colgado”, dice la ilustrativa expresión en inglés.

Ahora cabe esperar a que los líderes abran obscenamente sus gabardinas para mostrarnos sus vergüenzas: Sánchez quiere vivir en La Moncloa sin hipotecas, pese a que su cuenta de diputados no se lo permite. Y todo basado en una reinterpretación del derecho divino al poder: un vox populi vox dei (con perdón) que, con un 28 por ciento de apoyo electoral parece que no está justificado. Él esperaba alcanzar cerca de 140 escaños, y en lugar de subir una quincena de diputados, ha perdido tres. Ha utilizado todos los recursos del Estado al servicio de su partido, y con olvido de los intereses generales de los españoles, que desconoce por completo. Su fracaso es inapelable.

Albert Rivera, que ya compareció en pelota picada en unas elecciones, ahora no tiene nada que mostrar bajo esa gabardina. En contra del sentido común, y prestando oídos sólo a sus propias palabras, Rivera ha apostado por sustituir al Partido Popular como alternativa al PSOE. Su ambición personal, que es la de convertirse en presidente del Gobierno, se ha antepuesto a lo que es la función política esencial de Ciudadanos: ser una bisagra entre PP y PSOE que les otorgue una alternativa constitucionalista y españolista a la sempiterna necesidad de contar con el apoyo de los nacionalistas. Rectificó a última hora, pero desde la primera debió someter a Pedro Sánchez a la disyuntiva entre un gobierno constitucionalista, perfectamente viable desde el punto de vista parlamentario, y el suicidio político de un pacto con Podemos y los nacionalistas.

Ha llevado a su partido a los 10 escaños, 47 menos que en las anteriores elecciones. Es el último de los grandes fracasos políticos del centro, desde el desplome de la UCD, la caída del CDS y la candidatura del Partido Reformista Democrático. Rivera lo tenía todo. Y todo lo ha perdido. No es ya que tenga que dimitir como líder de Ciudadanos, es que se presentó en el lomo de una montaña, y bajaría de una humilde colina. Él solo ha acabado con uno de los proyectos políticos más interesantes y prometedores de nuestra democracia. Ciudadanos tiene algo de esperanza en una nutrida abstención que no ha optado por otros partidos, y que por tanto siguen teniendo esperanzas en la formación naranja.

Pablo Casado ha ganado casi seiscientos mil votos, y 21 escaños. No es, ni de lejos, un éxito del Partido Popular: Ciudadanos pierde unos 2,5 millones de votos y Casado no ha logrado recabar más que la cuarta parte de esa sangría electoral. Es cierto que el joven Casado lleva poco tiempo al frente del partido de referencia en el centro derecha español, pero no ha logrado hacer ver que el suyo es un PP distinto del de Mariano Rajoy.

Lo que no logrará es la reunificación electoral del centro derecha, porque todo lo que Ciudadanos y el PP han hecho mal, Vox lo ha hecho bien. Tiene una marca electoral definida ideológicamente, y que le parece útil a una parte muy importante del electorado nacional. Su éxito es abrumador. Concita un 15 por ciento del voto, y con 52 escaños supera en un par el mínimo que le permite plantear cuestiones de inconstitucionalidad. Tiene la posibilidad de plantear debates que, de otro modo, estarían vedados en los medios de comunicación.

Pablo Casado se plantea como única alternativa a Pedro Sánchez. No ha mencionado al PSOE. De modo que se ha abierto la posibilidad de llegar a un acuerdo con el partido, que no incluya a su actual líder. Este movimiento podría tener sentido hace años, cuando de verdad existían los partidos políticos, o al menos el PSOE. Pero el partido más que centenario ya desapareció con José Luis Rodríguez Zapatero, asomó tímidamente la cabeza cuando echó a Pedro Sánchez, pero despareció por completo con el regreso del hijo descarriado. No existe el PSOE; sólo existe Sánchez.

A partir de aquí, cabe hacer dos reflexiones. La primera de ellas es que la democracia de 1978 se creó expresamente para reforzar a los partidos políticos. Si lo que tenemos no es una democracia sino una partitocracia es porque se diseñó expresamente así en la Constitución. La razón es, en primer lugar, que la crearon los propios partidos políticos, y que tras 36 años de dictadura, se pensó que los españoles no sabrían vehicular el voto si no era por medio de unas estructuras de partidos muy potentes. Éstos han concitado tanto poder, que al final han acabado por desaparecer y convertirse en órganos de transmisión de intereses personales, y plataformas de apoyo de sus líderes.

Por otro lado, como señala José Antonio Zarzalejos, si el fracasado Sánchez no llega a un acuerdo con el fracasado Casado, por un lado o con Pablo Iglesias y otros enemigos de la Constitución, por otro, y vamos a unas nuevas elecciones, puede que hayamos llegado al final del actual régimen. Porque se habrá puesto de manifiesto que sólo se puede ocupar el poder desde una mayoría absoluta, algo que está a varias décadas de poder repetirse, o con el apoyo de los nacionalistas.

En realidad, estamos en un callejón sin salida. La suma de PSOE más Podemos alcanza los 155 escaños. Con ellos puede superar los 153 noes de PP, Vox, Ciudadanos, Navarra Suma y Coalición Canaria, pero tendría que contar con la abstención del resto. A largo plazo, si Sánchez no quiere gobernar con los presupuestos de Cristóbal Montoro sine díe, tendrá que pactar con ERC. Y ese partido sólo aceptará un apoyo si el PSOE se decide a acabar con las instituciones españolas. Lo mismo cabe pensar del PNV: no puede apoyar al PSOE con las elecciones vascas a la vista y Bildu muy fuerte. De modo que o Sánchez nos conduce al fin del actual régimen, o le da una salida, que sólo puede venir de la mano del Partido Popular.

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