Este sábado las portadas de toda la prensa europea llevaban la historia del rescate a Chipre, un minúsculo país del Mediterráneo oriental del que se había hablado muy poco hasta ahora. El rescate correría a cargo de los socios de la eurozona y de sus propios ciudadanos, a los que se les sometería a una suerte de semicorralito mediante una tasa sobre los depósitos bancarios. Todas las alarmas saltaron de inmediato. Un nuevo rescate y, por primera vez, un corralito. El fantasma de la crisis argentina de 2001-2002 volvía a aletear por encima de la Unión Europea cuando todos descontaban que lo peor ya había pasado.
Antes de nada hay que colocar a Chipre en el mapa. Este pequeño país ocupa la isla homónima, una isla que, desde hace décadas está partida en dos mitades. La parte norte la ocupa la llamada República Turca del Norte de Chipre, un estado de facto, reconocido internacionalmente sólo por Turquía. El centro y sur de la isla constituyen la República de Chipre, un país independiente desde 1960 de un tamaño ligeramente inferior al de la Comunidad Foral de Navarra y cuya población no llega al millón de habitantes. Este Estado, fuertemente vinculado con Grecia por razones históricas, lingüísticas y culturales, pertenece a la Unión Europea desde 2004 y se incorporó a la zona euro cuatro años después, en 2008.
¿De qué vive Chipre?
Básicamente de los servicios. Dispone de una economía muy abierta con impuestos relativamente bajos en comparación con los de otros países de Europa y un clima amigable para la inversión. Desde hace años su Gobierno apuesta por facilitar la entrada de inversores, especialmente de compañías financieras, atrayéndolos con una legislación benigna y una laxa regulación. Su situación geográfica, a caballo entre tres continentes, ha convertido también a Chipre en un país muy comercial. La marina mercante chipriota es la cuarta del mundo en toneladas de registro bruto y número de navíos que navegan bajo su pabellón.
Por otro lado, gracias a un clima privilegiado, idéntico al de la costa española mediterránea, el turismo es un sector muy importante. Chipre recibe más de dos millones de turistas cada año, casi todos provenientes de Europa, con el Reino Unido y Rusia a la cabeza. Ocupa a cerca del 30% de los chipriotas y produce más del 10% del PIB. La economía chipriota es, por lo tanto, muy sensible a las oscilaciones en este sector, y más cuando buena parte de lo que consume tiene que importarlo en el extranjero.
¿Cuál es el verdadero estado de su economía?
La economía chipriota es de un tamaño muy reducido, acorde, por lo demás a la poca población que posee, pero sólida, al menos mucho más que la de su vecina septentrional y que la de muchas naciones de la eurozona. En las últimas dos décadas ha crecido con gran vigor gracias a sus bajos impuestos, su buena infraestructura turística y su vocación de centro financiero y comercial.
En el último lustro, coincidiendo con la crisis financiera internacional, no ha levantado cabeza. En 2012, por ejemplo, la economía decreció un 1,2%. En años anteriores o creció muy poco o decreció. La atonía ha minado los recursos del pequeño Estado chipriota y ha terminado poniéndolo contra las cuerdas de la quiebra soberana. A día de hoy el bono chipriota está considerado por Fitch como bono basura, el desempleo se ha ido al entorno del 15%, la deuda pública alcanza ya el 75% sobre el PIB y el déficit permanece estable muy por encima del 5%.
¿Qué es lo que ha llevado entonces a Chipre al rescate?
Esencialmente su exposición a la deuda pública de sus hermanos griegos. A muchos efectos Chipre es parte de Grecia. Uno de esos efectos es el humano y cultural, otro el bancario. El PIB de Chipre el año pasado fue de unos 25.000 millones de dólares (19.000 millones de euros). Los dos principales bancos de país tienen sus balances inflados de deuda del Gobierno heleno. Esto les ha generado un agujero de unos 10.000 millones de euros, es decir, más de la mitad del PIB.
Por hacer una comparación, es como si las dos principales entidades financieras españolas, Santander y BBVA, tuviesen un agujero en sus cuentas de unos 500.000 millones de euros. En ese caso sólo quedarían dos opciones. La primera recapitalizar los bancos con dinero público. Dado que Chipre no dispone de moneda propia ese dinero tendría que pedirlo prestado en el exterior y llevaría su deuda al entorno del 150% sobre el PIB, es decir, la quiebra inmediata y, con ella, el impago. La otra, que es la que se ha terminado llevando a cabo, es tapar ese agujero con dinero de los contribuyentes europeos vía sus respectivos Gobiernos.
Ahora bien, como quedaba feo eso de arrebatar directamente a los contribuyentes alemanes, franceses o españoles 10.000 millones para entregárselos a los bancos chipriotas, al eurogrupo se le ha ocurrido una solución mixta consistente en entregar el dinero y luego exigir al ejecutivo de Chipre que se invente un impuesto sobre los depósitos con el que, eventualmente, devolver el rescate. Ese impuesto es el famoso corralito chipriota.
¿Qué es el impuesto sobre los depósitos?
Simplemente una tasa fija que todo aquel que tenga una cantidad de dinero guardada en el banco debe satisfacer obligatoriamente. No es exactamente un corralito pero si una incautación legal. La tasa tiene dos niveles. Los que tengan menos de 100.000 euros deberán pagar el 6,75%, lo que tengan más de esa cantidad un 9,9%. La novedad de este mecanismo es que los depositantes corren por vez primera en la Unión Europea con los excesos de los bancos, que serán quienes absorban las pérdidas provocadas por las pésimas inversiones en deuda pública griega de sus gestores.
¿Qué tienen que ver los rusos en todo esto?
Como centro financiero muchos millonarios rusos habían llevado su dinero a Chipre confiando en que la estabilidad y la seguridad jurídica de la zona euro pusiesen a salvo sus ahorros. Chipre no es un refugio fiscal pero su fiscalidad para los capitales es más suave que en otros países. Al estar en la zona euro y tener suscritos acuerdos internacionales que evitaban la doble imposición, estos ahorradores trataban de maximizar sus beneficios minimizando los riesgos al tiempo que operaban a la luz del día. Al final no les ha servido de nada.
El Gobierno ha tomado la parte que cree que le pertenece para solucionar un problema que podría llevarse a Chipre por delante. Eso sí, esta jugada a Chipre no le va a salir gratis. Su fama de puerto seguro para compañías navieras y ahorradores de todo el mundo va a quedar en entredicho. Chipre tendrá que reinventarse, y un país pequeño, periférico y necesariamente importador no va a tenerlo fácil.