Ha pasado de fracasar con la reforma del Obamacare a aprobar la mayor rebaja fiscal en 31 años.
Fire and Fury, el libro-carnaza que Michael Wolff ha lanzado a la prensa internacional sobre el arranque de la presidencia de Donald Trump, retrata a un candidato que fijaba su baremo del éxito en quedar menos de seis puntos por debajo de la candidata Hillary. Su victoria le dejó tan sorprendido como al resto del mundo, comenzando por su propio equipo de campaña. No es ya que su larga carrera de empresario pueda considerarse insuficiente para liderar al Gobierno más poderoso del mundo, sino que en su fuero interno no contaba con asumir esa responsabilidad.
No es el único en contarlo, de modo que es posible que sea cierto. Wolff ha dicho que no sabe qué afirmación de su propio libro es cierta y cuál no, porque sus propias fuentes son muy mentirosas. Pero podría ser. Podría ser que sólo buscase una gigantesca campaña de publicidad, servida por los medios de comunicación y sin poner apenas un dólar de su milmillonaria cuenta. Podría ser que, como sugiere Wolff, su equipo de campaña fuese «lo peor». Pero todo ello sólo aumenta el significado y la importancia política de su victoria, y la medida del hartazgo de medio pueblo estadounidense con la élite progresista que llevaba ocho años intentando cambiar un país que desprecia profundamente. Y literalmente: recuerden la mención de Hillary Clinton a los «despreciables».
El caso es que Donald Trump llegó a la presidencia, y lo hizo con seis claros propósitos: acabar con el Obamacare; transformar la orientación del sistema judicial, sobre todo en el Tribunal Supremo; hacer la mayor rebaja de impuestos de la historia; derrotar a Estado Islámico; frenar la inmigración ilegal y expulsar a quienes estuviesen en esa situación y adoptar una política comercial proteccionista. Puntos, estos dos o tres últimos, que el empresario neoyorquino sintetizó rescatando de los libros de historia el reclamo «America first». Antes incluso de asumir el poder, ya había conseguido lo que bien podría ser otro de sus grandes objetivos, que es cabrear sistemáticamente a la prensa y a la América más progresista, que clamaba por su recusación (impeachment) sin que hubiese tenido tiempo de cometer ningún crimen, más allá de no ser Obama o Clinton.
Esto da la medida del absurdo de la trama rusa para favorecer al candidato Trump. La mitad de los estadounidenses no han hecho caso a la mayoría de los medios que favorecían a Hillary, pero habrían sido influidos por miles de bots en Twitter, 1.100 vídeos en YouTube y unas cuantas noticias falsísimas en Facebook. Pero el asunto, sumado a la inexperiencia de Trump o, más bien, a la importación para la presidencia métodos de gestión que le son impropios, sumieron la Casa Blanca en el caos, hasta que John Kelly se convirtió, a mitad de año, en su jefe de gabinete.
Comenzó de un modo arrollador, haciendo avanzar su agenda por medio de decretos (órdenes ejecutivas). Pero, por un lado, se las detuvo en los juzgados; y, por otro, todo avance real tiene que pasar por el Capitolio. Y aquí también se estrenó con un gran fracaso: ha sido incapaz de desmantelar Obamacare. También ha tenido que retrasar un año su plan de infraestructuras, de unas ambiciones propias de un Gallardón.
Pero ha cosechado éxitos muy notables. En política exterior, ha logrado infligir una derrota parece que decisiva a Estado Islámico. Su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, tan mal entendida, señala cuál es el único camino real hacia la paz. La presión sobre Pyongyang es peligrosa, pero si le sale bien puede ser una jugada maestra. Sobre Irán, simplemente está restituyendo el sentido común. En EEUU, ha nombrado a un juez conservador para sustituir a Scalia en el Tribunal Supremo, y le ha dado la vuelta a la Corte Federal de Apelaciones.
Trump ha batido todos los récords de impopularidad y de polarizaciónde la opinión pública. Pero eso no quiere decir que su presidencia esté condenada. Para empezar, su país está viviendo un momento económico esplendoroso. Hace 17 años que la tasa de paro no estaba tan baja y la confianza del consumidor tan alta. Y él ayuda a que sea así con la menor regulación desde la época de Clinton y con una decidida política de liberalización, y con la reforma fiscal que rebaja el Impuesto de Sociedades del 35 al 21%, entre otras cosas.
Además, ha aprendido a trabajar con el Congreso. Ha pasado de fracasar con la reforma del Obamacare con el voto en contra de tres senadores republicanos a aprobar la mayor rebaja fiscal en 31 años, y de ahí a fraguar a un acuerdo con los demócratas en un asunto tan sensible como la inmigración. Si sigue así, su probable derrota en las legislativas de este año puede no ser suficiente para que sus enemigos arruinen la segunda parte de su mandato.