En cuanto un personaje de la izquierda pone como ejemplo experiencias democráticas foráneas, tenemos que echarnos a temblar. Acordémonos de la admiración de la progresía patria por el Chile de Allende. Mi amigo José Piñera explica admirablemente cómo este protomártir siniestro primero ignoró y luego destruyó la democracia en su país. Era, al fin, un obstáculo de lo más molesto para su último objetivo, que siempre fue llevar al país al socialismo. A la tiranía, en fin.
A Chávez la democracia le resulta también un estorbo. Ya demostró el interés de progreso que tenía en ella cuando protagonizó un golpe de Estado contra CAP. Luego ha seguido protagonizando otros hitos de hombre progresista cerrando medios de comunicación incómodos, por ejemplo. También ha nacionalizado el que está considerado como el mayor pozo petrolífero del mundo, siguiendo el camino de Evo Morales. Es una fuente de ingresos especialmente útil para los dictadores, porque no necesitan a la gente para extraerlos; no son como los impuestos.
La progresiva socialización de la economía ya está rindiendo sus frutos de progreso. Los bienes básicos ya no van a los mercados. Los venezolanos tienen que dedicar el tiempo que no pueden destinar a mejorar su condición a esperar largas colas en unos comercios cada vez más desabastecidos. Chávez está persiguiendo a los productores, y les impone precios máximos, que siempre llevan a abastecimientos mínimos y colas interminables. Su última propuesta como hombre de izquierdas pasa por someter a los bancos a sus proyectos socialistas, o nacionalizarlos si no se pliegan a ellos. No hay problema. En el XX pudimos comprobar que no hay villanía que no cuente con el apoyo de los intelectuales y el "socialismo del siglo XXI" que pregona Chávez ya tiene sus Riefenstahl, o sus Bertolt Brecht.
El socialismo, o el crimen hecho ideología, no desaparecerá jamás. Y como tampoco necesita de muchas sutilezas para imponerse, ni las utiliza, ¿por qué no recuperar a Marx para construir ese socialismo del XXI? Total, ¿qué más da? Marx tiene la virtud de que se puede explicar en un par de frases, en el par de lecciones que Sevilla le dio a Zapatero, o en los miles de tomos inútiles que se han escrito en su nombre. Y es tan falso que quien lo adopta queda automáticamente inmune a cualquier experiencia o razonamiento. Bien, pues Chávez ha resuelto imponer a las empresas que dediquen cuatro horas semanales a explicar el marxismo a sus trabajadores. ¡Cuatro horas semanales! Con lo sencillo que resulta resumirlo todo en una sola cifra: cien millones de muertos.