Tal vez el problema no sea el relevo, sino pensar si tendríamos que eliminar para siempre a estas organizaciones que sólo sirven al interés del Estado. Todas las organizaciones políticas destacan por lo mismo: ser fuertes con los débiles y débiles con los fuertes, o estás conmigo o contra mi.
España, y Europa también, se está matando a sí misma en este camino hacia el socialismo e intervencionismo. En lugar de hacer un cambio de rumbo radical para conseguir el progreso los políticos, como siempre, sólo saben que barrer hacia casa tomando más dinero de la economía privada y más libertad de la sociedad civil. El hombre se está volviendo un sumiso esclavo de los órganos políticos ya se llamen estado, ayuntamiento, CNMV, FMI… Sin darnos cuenta estamos volviendo a una sociedad de oligarcas absolutistas donde la vieja consigna de “todo por el pueblo pero sin el pueblo” está más vigente que nunca. Es más, estamos avanzando hacia un estado puramente totalitario donde el individuo no es más que una vulgar pieza para la satisfacción del bien común, y el bien común no es el bienestar de los hombres, sino el de los oligarcas. Prohíben a la gente fumar porque mata y en cambio envían y mantienen tropas armadas en países extranjeros haciendo peligrar a esos españoles y a la sociedad ocupada (Afganistán y Haití no son una excepción); el gobierno crea una nueva inquisición mediática para castigar a sus oponentes civiles; obliga a la gente a cuánto ha de ahorrar para su jubilación sin ninguna garantía que vaya a recibir nada, adoctrinan a la juventud en colegios públicos para que sean dóciles e inútiles, extorsiona a empresas y particulares con un sinfín de impuestos, gestiona empresas estatales pésimamente matando la competencia y dando fuerza a los monopolios… ¿Necesitamos tanta represión y violencia?
La mayor amenaza de España no es el “islamismo sangriento”, ni el terrorismo, ni la globalización, porque estos son fenómenos no masivos que podemos combatir precisamente con una sola solución: menos intervencionismo, menos estado y más libertad, y cuanto más mejor. Nuestra gran amenaza es la tiranía de las buenas intenciones, el bien común que usan los políticos como excusa para engañarnos y vivir como auténticos seres supremos a costa del trabajo y libertad de la gente.
Es sorprendente a los límites que la sociedad civil ha dejado llegar al opresor político y al estado para sentirse “segura”. Ha sido un Síndrome de Estocolmo masivo que ha tardado años y que a fuerza de represión y engaños ha cuajado ente nosotros. Ahora no llevar un pequeño dictador dentro de nosotros y no querer prohibir al resto todo aquello que no nos gusta por el simple hecho de amar la libertad es sinónimo de antisistema y destructor de la sociedad, los liberales lo sabemos bien. Sólo el que usa y aboga por métodos totalitarios y criminales es el bienhechor de la sociedad. Antes, a estas personas se les llamaba por su nombre: fascistas o comunistas según para donde tirasen, los dos nacen del mismo principio: la igualdad y la utopía, y de aquí el estado del bienestar, una locución, que como la gran mayoría de expresiones actuales ha perdido todo sentido hasta el punto de convertirse en todo lo contrario.
La pregunta está en si podremos cambiar todo esto. La situación me recuerda tremendamente a la novela “Rebelión en la granja” de George Orwell. La fábula es una crítica a la Revolución Rusa, donde recuerden, una panda de infelices llegaron a esclavizar a uno de los países más grandes del mundo con las mismas palabras, la tiranía de las buenas intenciones. No hay diferencia alguna con la actualidad. Parafraseando a Lord Acton: “el poder corrompe, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.