El Gobierno de EEUU se ha lanzado al rescate de la banca norteamericana, en un intento desesperado por evitar un colapso sistémico, tras aprobar la mayor intervención gubernamental en este ámbito desde el crack de 1929.
Dicha medida evidencia que las inyecciones masivas de liquidez efectuadas por los bancos centrales no han servido absolutamente de nada para salvar de la bancarrota a un sector que, debido a la arbitraria e irresponsable bajada de tipos de interés aplicada por las autoridades monetarias, se ha lanzado a la ejecución de una estrategia financiera suicida. A saber, endeudarse a corto plazo para invertir a largo en proyectos cuya rentabilidad se ha demostrado inviable. Es el caso del mercado inmobiliario e hipotecario estadounidense que, tras el pinchazo de la gran burbuja, ha terminado por depreciar y convertir en ilíquidos los activos crediticios respaldados en el ladrillo.
¿Y ahora qué? El mega-rescate gubernamental servirá de poco. Más bien resultará contraproducente, puesto que acentuará en gran medida los problemas económicos de la primera potencia mundial. El pasado miércoles los inversores de todo el mundo asistieron incrédulos a la quiebra de un modelo. El pánico se apoderó de las bolsas, tras el rescate de la aseguradora AIG y la quiebra del histórico banco de inversión Lehman Brothers.
Durante aquella jornada y la siguiente, los valores de las entidades bancarias más importantes del planeta se hundieron en bolsa hasta tal extremo que, por momentos, estuvo a punto de producirse la caída en cadena de un importante número de entidades. Ante tal amenaza, las autoridades estadounidenses se apresuraron a anunciar su plan de salvamento, cuyo objetivo consistirá en adquirir toda la deuda de baja calidad (activos ilíquidos y sobrevalorados) que se han acumulado en los balances bancarios durante los últimos años de éxtasis crediticio.
De este modo, el Gobierno de EEUU ha decidido transferir las abultadas pérdidas financieras al bolsillo de los contribuyentes norteamericanos, ante la incapacidad material de la Reserva Federal (Fed) para seguir reflotando entidades en quiebra, tal y como advirtió el propio presidente de la autoridad monetaria semanas antes, Ben Bernanke.
Y es que, en realidad, el plan gubernamental se encamina hacia el rescate de la propia Reserva, puesto que su balance terminó por convertirse en un basurero de última instancia en el que depositar los deshechos financieros de las entidades crediticias desde que aconteció el estallido de la crisis subprime en el verano de 2007. Ahora serán los contribuyentes norteamericanos los obligados a asumir la pesada losa de la insolvencia bancaria.
Pues bien. El coste del aplaudido plan no alcanzará los 700.000 millones de dólares anunciados por el secretario del Tesoro y nuevo dictador financiero estadounidense, Henry Paulson. Ni mucho menos. El coste será astronómico. En realidad, estamos hablando de billones de dólares. Tan sólo el rescate de los gigantes hipotecarios Fannie Mae y Freddie Mac amenaza con triplicar a corto plazo el déficit presupuestario del país y duplicar la deuda pública. La factura del conjunto de pérdidas que ha acumulado el sistema será colosal… Inasumible para las cuentas públicas estadounidenses. El coste de las ayudas financieras anunciadas por el Gobierno hasta el momento asciende ya a 1,8 billones de dólares. Para que se hagan una idea, el déficit fiscal previsto para 2008 era de 500.000 millones.
Así, de producirse dicho mega-rescate en los términos que están siendo negociados, la economía de EEUU se verá abocada a padecer la II Gran Depresión de su historia, con los efectos colaterales que ello provocará a nivel mundial. Y es que la factura tendrá que ser sufragada por la actual generación de estadounidenses, sus hijos e, incluso, sus nietos.
El Supercrash ha dado comienzo. Las quiebras bancarias ya han tenido lugar. De hecho, el propio Gobierno ha tenido que acudir en ayuda de la mismísima Reserva Federal. Ahora tan sólo queda saber si el conjunto de la economía estadounidense, tras el decreto que pretende imponer la Administración Bush, podrá saldar la mayor deuda de su historia, empleando para ello un uso ilícito del ahorro de los ciudadanos y el beneficio de las empresas.
De no ser así (lo cual me temo), el valor del dólar, divisa de referencia internacional, se hundirá en el fango. Asistiremos entonces al nacimiento de un nuevo sistema monetario y, por lo tanto, económico a nivel global. La clave del problema aquí es que, dado que muchos ignorantes insisten en culpar al liberalismo de todos los males actuales, la ciudadanía se mostrará dispuesta a ceder mayores cuotas de poder a las autoridades gubernamentales.
Es decir, depositarán su confianza en los principales culpables de la mayor crisis del último siglo, las autoridades monetarias y políticas. El capitalismo de Estado que se pretende instaurar en estos momentos amenaza con desencadenar una mayor restricción de los derechos individuales y libertades económicas. Atentos, pues, a los que a partir de ahora se autoproclamen en salvadores y defensores de nuestros intereses, ya que serán éstos, y no otros, los responsables últimos de nuestras calamidades futuras. Lo peor está por llegar.