A Intereconomía le ha caído, literalmente, la del pulpo, 100.000 eurazos, por emitir un autopromocional en el que se criticaba el desfile del Orgullo Gay. No es que la multa sea totalmente desproporcionada para el presunto delito del que se acusa a la cadena, es que tal delito no existe. En un país libre cada uno puede criticar lo que y a quien le plazca siempre que, al hacerlo, no acuse a alguien de ser algo que no es. Es decir, que no se puede llamar a alguien “hijo de puta” sino estamos en condiciones de demostrar que la madre del aludido se dedica al viejo oficio de la prostitución. Punto. A partir de ahí entramos en el terreno de la opinión, santuario sagrado donde una democracia se la juega. La nuestra se la juega continuamente y suele perder.
En España como no teníamos suficiente con el engendro ese del “derecho al honor”, nos estamos inventando continuamente leyes y regulaciones nuevas que imponen lo que se puede y no se puede decir, escribir o difundir por las ondas hercianas. A Intereconomía la han cogido con un artículo perdido de una ley que, a su vez, se acoge a una directriz comunitaria. El típico caso de Leviatán legislativo que lo único que persigue es atemorizar al personal opinante para que se lo piense dos veces antes de emitir un juicio. El poderoso lo celebra y el ofendido se regodea como gato panza arriba sabiendo que desde ya mismo es inmune a la crítica.
La izquierda, que es muy arrojada y muy de llamar asesino a Aznar sin necesidad de demostrar nada, tiene una epidermis finísima, de apenas unas pocas micras de grosor. Ellos, como es lógico, tienen carta blanca para decir lo que les venga en gana, pero, ¡ay!, como los de enfrente hagan lo mismo arman la de San Quintín y se ponen a toda leche el camisón de la abuela de Caperucita. Son los dos raseros. El de unos, el suyo, es de malla gruesa que lo deja pasar todo. El de los otros, el nuestro, es de malla fina de esa que retiene hasta las impurezas microscópicas.
Esto es así porque, en su universo simbólico, ellos representan el Bien y nosotros el Mal, ellos el luminoso mañana y nosotros el pasado retrógrado. Como la gasolina que pone en marcha el motor de explosión del cerebro progre son los mantras, es fácil saber sobre quién debe caer todo el peso de una ley hecha sólo para los malos. Por eso, a igualdad de “delito”, con Intereconomía se ceban mientras que los mismos que han promovido el castigo pueden seguir desfilando vestidos de obispo blasfemo con un miembro viril de gomaespuma colgando de la sotana. Y no les pasará nada. Faltar el respeto es algo que sólo ellos se pueden permitir.