El voto de Celia Villalobos contra el criterio de su partido en la reforma de la Ley del Aborto es algo que todo el mundo daba por descontado. Lo sorprendente es que se hubiera equivocado de botón y hubiera votado a favor, pero veinticuatro años de servicios a estepaís desde su escaño en el Congreso de los Diputados propician el desarrollo de ciertas habilidades táctiles que evitan este tipo de confusiones. Celia es progre y como tal actúa; poco más cabe añadir.
Cabría reprochar a Villalobos cierta incoherencia en su decisión sobre el aborto, puesto que la reforma legal propuesta por su grupo parlamentario responde, en esencia, al recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP contra la ley de Zapatero, que convertía el aborto nada menos que en un derecho. Su puesto de vicepresidenta primera del Parlamento debería quizás suponerle una servidumbre añadida a la hora de dar ejemplo, pero en un Congreso cuya Comisión Constitucional está presidida por el político que decretó la defunción de Montesquieu y la de Exteriores por un separatista que pone precio a la unidad de España la actitud de Villalobos no desentona en absoluto con el resto de la tropa de aforados.
De Villalobos dicen con una sonrisa en el PP que es un "verso suelto". Nada más lejos de la realidad. Doña Celia es una estrofa necesaria, sin la cual el soneto pepero pierde su esencia centro-reformisma. El ecumenismo del PP en busca de los votos centristas exige estos alardes progres por parte de sus dirigentes segundones, sobre todo cuando se ventilan cuestiones ideológicas que la izquierda ya ha sentenciado. El voto de la señora de Arriola, además, apoya la tesis central de su marido, según la cual el centro es la clave para ganar las elecciones, que es en última instancia de lo que se trata.
La existencia de listas cerradas y bloqueadas en nuestro sistema electoral permite estos agravios, contra los que el votante poco puede hacer para manifestar su asco hacia algún dirigente concreto. De eso se aprovecha Villalobos para seguir en el Congreso trabajando contra sus electores sin que le alcance la más mínima reprensión. Pero no sólo ella. También el PP es beneficiario de una supuesta traición interna que, en realidad, no es más que la reafirmación utilitarista de un partido progre vergonzante dispuesto a cualquier felonía antes que intentar ganar la batalla de las ideas. Si es que en Génova hay alguna, que es algo todavía por ver.