Ayer estuve a punto de atropellar a una embarazada. Por suerte yo conducía a unos 20km/h porque era zona urbana y estaba llegando a mi destino así que pude frenar a tiempo, pero ella bajó a la calzada entre dos coches aparcados, de forma que era imposible que yo la hubiera visto antes de tenerla justo delante. Pocos días antes había visto a una mujer cruzando una amplia avenida en diagonal, lejos de cualquier semáforo y de cualquier paso de peatones, corriendo como alma que lleva el diablo mientras empujaba un carrito de bebé que estuvo a punto de volcar. No consigo imaginar qué debía ser tan urgente como para ponerse a si misma y al bebé en semejante peligro.
Leí que, en España, hay una media diaria de 20 niños atropellados y que cada quince días uno fallece. Es una barbaridad, pero fácilmente comprensible si uno ve cómo actúan muchos adultos. En general les damos muy mal ejemplo, por eso el blog La orquídea dichosa puso en marcha una campaña de concienciación que llamó “en rojo, no” para pedirle a la gente que no cruce con los semáforos en rojo, especialmente cuando haya niños a la vista. Porque los niños hacen lo que ven, y da igual cuántas veces les repitas que se cruza en verde y se mira a ambos lados, y cuántas fichas de semaforitos les hagas rellenar, y cuántos juegos “didácticos” les obligues a jugar, si luego salen a la calle y ven a la gente cruzando cuándo y por dónde les da la gana.
Todos esos que se cuelan en las rotondas, que hablan por teléfono mientras conducen, que no usan los intermitentes (o los usan tarde y mal), tal vez tengan un título universitario, pero no tienen educación. Se juegan su vida y las de los demás sólo por ganar un par de minutos o por ser incapaces de controlar sus nervios. Además, se lo ponen muy difícil a los padres que intentan darles una educación vial a sus hijos, porque les ponen en la tesitura de tener que dar explicaciones de unos hechos que no son defendibles.
Es otra de las asignaturas pendientes que tenemos en este país. Han querido hacernos creer que la educación en nuevas tecnologías consiste en darle un ordenador a cada dos niños y decirles lo que tienen que hacer, igual que nos han contado que la educación financiera consiste en conocer el funcionamiento del sistema impositivo. Y algo muy parecido sucede con la educación vial. Les han dado unas fichas a los niños para que digan de qué color tiene que ser la luz del semáforo para poder cruzar y hasta aquí hemos podido leer. Luego eso no tiene ninguna conexión con el mundo real, no les sirve para nada y además comprueban que es una mentira cada vez que salen a la calle.
Veinte niños atropellados cada día es demasiado. Un niño muerto cada dos semanas es demasiado. Podríamos enseñarles a cruzar como es debido y a conocer y a respetar las señales, pero eso no depende en exclusiva de los padres ni de los profesores, sino de todos los que estamos en las calles, caminando o conduciendo. Ése niño podría ser el suyo. El mundo sería un lugar mejor si cometiéramos menos imprudencias y diéramos mejor ejemplo.