No es suficiente con tener éxito
Durante el juicio contra Microsoft, el jefe de Netscape preguntó a la sala donde se celebraba cuántos de los presentes tenían un ordenador personal y, de ellos, cuántos tenían instalado un sistema operativo Windows. La práctica unanimidad de manos levantadas se vio como un símbolo de que, sin lugar a dudas, Microsoft disfrutaba de una posición monopolística.
Yo también tenía esa postura. No obstante, lo malo de ser liberal es que se tiene cierto apego a la verdad; de modo que, cuando algunos amigos me hicieron ver que mi posición era muy poco sostenible, me vi en la necesidad de estudiar el caso más a fondo. Efectivamente, resulta difícil mantener que un simple y notable éxito empresarial sea malo para los consumidores si éstos no son forzados a adquirir ese producto. Resulta difícil ver qué pueda haber de malo para la gente en una situación que esa misma gente ha propiciado.
El mal nombre del monopolio es debido a las barreras legales que impiden la competencia con el mismo. Telefónica era un monopolio porque la ley impedía, por medio de la fuerza, toda posible competencia. La Seguridad Social es otro monopolio del que empiezo a dudar que nos vayamos a librar algún día. PRISA parte del monopolio concedido a base de licencias de radio y televisión.
Un supuesto monopolio que no tiene su fuente en una concesión legal no puede mantener su puesto durante mucho tiempo si no consigue impedir que la competencia le rebaje los humos. Y para conseguirlo tiene dos medios: mantener los precios bajos (en cuyo caso no parece que exista un gran problema) o presionando a las autoridades para conseguir convertirse en un monopolio legalizado. Este es el verdadero problema de una posición de dominio de un mercado logrado gracias a la superioridad de la empresa. Las preguntas que debemos hacernos son, por tanto, si Microsoft disfruta de algún beneficio legal que le permita tener el éxito que tiene y si está empleando su éxito para perpetuarse legalmente en su posición.
Ingeniería inversa
La ingeniería inversa consiste en desmontar un objeto para ver cómo funciona y, de ese modo, duplicar o mejorar el mismo. Por ejemplo, si Ford compra un SEAT Panda y lo descompone para ver cómo han hecho un coche tan cutre y barato, estaría realizando ingeniería inversa. En el ámbito informático, existen dos maneras de llevarla a cabo:
1. Empleando métodos de “caja negra”, que consiste en observar desde fuera el comportamiento de un programa al que se somete a una serie de casos de uso. Esto es factible en programas pequeños. Por poner un ejemplo, existe un programa llamado Trillian que accede a las redes de mensajería instantánea de MSN, ICQ o Yahoo!, habilidad obtenida por este método. Microsoft hizo algo parecido para que su MSN interoperara con el software de AOL.
2. El otro consistiría en descompilar un programa de modo que se obtenga el código fuente, legible por un programador, del mismo a partir del código que ejecutamos en nuestro ordenador, compuesto por unos y ceros. Es la única manera con programas grandes, como sistemas operativos.
En el ámbito del software, esta práctica está prohibida, tanto por las licencias con las que se vende como por leyes (aunque en este último caso la primera opción se permite). En general, la ingeniería inversa en un trabajo muy costoso y largo, que no suele ofrecer beneficios que justifiquen su uso. La legislación vigente en Europa, Estados Unidos y Japón parecen permitirla en el caso de que facilite la interoperabilidad entre los productos, pero en ningún otro caso.
Algunos de los usos de la descompilación no tienen relación ni con la copia del programa original ni con la interoperabilidad, único uso permitido. Se emplea para aprender a partir del código ajeno, aunque el auge del software libre ha reducido este uso, para mejorar una herramienta existente o adaptarla a un uso particular o, incluso, para comprobar si un competidor ha copiado tu código. Un caso curioso que se puede considerar prohibido por la ley es la descompilación de virus que realizan rutinariamente las compañías de antivirus para poder neutralizarlos. Claro que ningún creador de virus se va a dedicar a demandarles.
No obstante, si el código de un programa es la única fuente de la que obtener datos sobre su funcionamiento, ¿es legítimo evitar su examen para lanzar al mercado un competidor, aún cuando éste no copie el código original? Este es el caso en la legislación actual, lo que permite que buena parte de Windows siga siendo un gran secreto.
Barrera legal sobre Windows
Existe un programa que funciona bajo sistemas Unix llamado Wine, que emula el comportamiento de Windows y es el mejor en su género. Es el usado por Lindows para intentar convencer a sus clientes que su sistema operativo puede ejecutar tanto programas Windows como Linux. Es un proyecto iniciado en 1993, desarrollado empleando tanto el método de “caja negra” como el uso de las especificaciones publicadas, y sus resultados son, cuando menos, discutibles. Se pueden ejecutar muchos programas en él, pero presenta grandes dificultades con algunos, especialmente con los de Microsoft, como el Access o el Internet Explorer.
El caso de Microsoft no es un caso de demanda inelástica, especialmente porque la piratería hace realmente arduo estudiar la demanda de Windows. Son los consumidores los que deciden qué bienes son homogéneos y forman un mercado. En el campo empresarial hay una competencia dura porque los consumidores consideran a los sistemas operativos como un mercado en el que Windows no es más que uno de los participantes. En el ámbito doméstico, en cambio, sólo existe el “mercado Windows”, al que no pueden acceder sus competidores porque no pueden realizar Windows alternativos. Y no pueden hacerlo porque la herramienta para lograrlo está prohibida.
No obstante, tampoco es un caso de monopolio clásico de concesión gubernamental, pues las leyes sobre ingeniería inversa atañen a todos los creadores de software. Es evidente que ha beneficiado más a unas empresas que a otras, pero dado que no hay voces que clamen por su abolición, las quejas del resto de la industria parecen infundadas. Tampoco parece que la compañía de Redmond haya presionado a favor de dichas leyes. De modo que sólo cabe concluir en la responsabilidad de los gobiernos occidentales. Claro que ellos no se van a imponer sanciones a sí mismos, claro.
Sin embargo, sí es cierto que la actuación de Microsoft como lobby puede ser un intento de obtener ventajas legales que le permitan perpetuarse sin necesidad de satisfacer a sus consumidores. Ésta se ha centrado en la persecución del software libre, y en procurar que no se acepten estas licencias en la administración pública. Dado que sus mayores competidores emplean este tipo de aplicaciones, no parece que sus intentos tengan otro objetivo que mantenerse legalmente apartado de la competencia. Y eso sí que debería ser punible.