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Es muy sencillo, Montoro: eres socialdemócrata

Publicado en El Confidencial

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Decir que el liberalismo “antepone los derechos del individuo” sin aclarar a qué derechos se refiere y ante qué los antepone es decir muy poco.

El liberalismo es una filosofía política que coloca la salvaguarda de la libertad individual en el centro del orden social: el objetivo fundamental de las instituciones políticas ha de ser el de respetar los planes vitales de cada individuo, reconociéndoles a todos y cada uno de ellos la más amplia esfera posible de autonomía personal. A saber, el liberalismo consiste en universalizar en condiciones de igualdad el respeto jurídico de cada persona hacia los planes vitales de otras personas.

El Estado moderno es una institución que se arroga la soberanía sobre la población que reside dentro de un territorio. El soberano, en términos schmittianos, es aquel que cuenta con la capacidad para suspender el derecho por encontrarse por encima de ese derecho: es decir, es un ente que se arroga la legitimidad para conculcar arbitrariamente la libertad de cualquier individuo. Precisamente por ello, el liberalismo siempre mirará con desconfianza y animadversión al Estado: aun cuando pueda considerarlo inevitable, lo verá como un mal cuya influencia —antijurídica y liberticida— sobre la sociedad es necesario minimizar.

Por supuesto, el liberalismo no es la única corriente de filosofía política posible. A día de hoy, por desgracia, ni siquiera cabe señalar que se trate de la corriente mayoritaria. Otras perspectivas más recientes han tratado de retener algunos aspectos del liberalismo (por ejemplo, el valor de la libertad individual), pero tratando de compatibilizarlos con la injerencia permanente del Estado en la vida de las personas. Es el caso, por ejemplo, de la socialdemocracia (que no socialismo) en un sentido rawlsiano: las personas son ‘prima facie’ libres, pero el Estado debe articular un paquete de políticas públicas dirigidas a garantizar la igualdad de oportunidades y a contrarrestar aquellas desigualdades sociales que no redunden en el beneficio de los más desfavorecidos.

Mi objetivo en este artículo no es tanto explicar por qué la socialdemocracia es un sistema filosóficamente fallido e internamente incoherente (algo que ya he intentado explicar ampliamente en mi libro ‘Contra la renta básica‘), sino exponer que liberalismo y socialdemocracia no son lo mismo. El liberalismo busca restringir al máximo la actuación del Estado porque desconfía de su soberanía superimpuesta sobre los derechos individuales; la socialdemocracia, en cambio, ve al Estado como una herramienta de acción colectiva para transformar la sociedad en la dirección deseada por el pueblo. Mientras el liberalismo pretende limitar al Estado para así proteger la libertad individual, la socialdemocracia aspira a instrumentar el Estado para promover un cambio social continuado que presuntamente maximice el bienestar agregado.

En una reciente entrevista, el ministro de Hacienda que más impuestos ha subido en nuestra historia reciente, Cristóbal Montoro, dijo considerarse liberal. De tomarle en serio, habría que reconocer la existencia de una cierta disonancia entre sus ideas y sus acciones, si bien, al menos, cabría la hipótesis de que, en el plano exclusivamente intelectual, exhibiera una cierta coherencia ideológica. Pero tampoco: la descripción que efectúa Montoro sobre el liberalismo se ajusta más bien a la socialdemocracia: “Liberalismo es anteponer los derechos del individuo, pero completándolos con la acción del Estado. Los liberales ultramontanos no entienden la segunda parte. Sin Estado no hay igualdad de oportunidades”.

Decir que el liberalismo “antepone los derechos del individuo” sin aclarar a qué derechos se refiere y ante qué los antepone es decir muy poco. Por concretar un poco más: lo que hace el liberalismo es anteponer la libertad de cada individuo (entendida como autonomía frente a la coacción ajena) frente a cualquier otro derecho que otra persona o agrupación de personas (sea una confesión religiosa, una comunidad nacional o el Estado) se arroguen sobre él. Cuando Montoro reivindica la acción correctiva del Estado como complemento consustancial de la libertad individual está, en realidad, socavando la prioridad de esa libertad individual y sometiéndola al ‘diktat’ de otras personas (en este caso, del Estado). O dicho de otro modo, cuando Montoro reivindica una libertad individual domesticada por el Estado, no está reivindicando el liberalismo sino la socialdemocracia moderna: ciertas libertades individuales, sí, pero siempre tuteladas y reconociendo la soberanía del Estado para conculcarlas en la consecución de sus objetivos sociales.

Es muy sencillo, Montoro: si apuestas por subordinar la libertad individual a un intervencionismo económico y social del Estado dirigido a redistribuir coactivamente la renta, la riqueza o las oportunidades, no eres liberal sino socialdemócrata. El propio ministro de Hacienda reconoce haber formado parte en su juventud del Partido Socialdemócrata: cinco décadas después, sigue económicamente anclado en la misma posición ideológica de entonces. Nada que objetar al respecto, más allá de lamentar su perseverancia en un error que ha contribuido a desangrar fiscalmente a los españoles: pero, al menos, llamemos a las cosas por su nombre. Socialdemocracia, no liberalismo.

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