España no es un país de camareros: esta rúbrica (que además no comprende sólo a camareros) apenas ocupa al 5% de la población activa, y no es la más importante modalmente ni la que más ha crecido desde que arrancara la crisis.
La buena evolución de los datos de empleo durante los últimos dos años ha trasladado el foco de la polémica no ya a la falta de empleo —aun cuando siga siendo alarmante–, sino a la calidad del empleo creado. Hasta ahora, sin embargo, la mala calidad se predicaba sólo con respecto a una variable: el tipo de contrato laboral (temporal o a tiempo parcial). En las últimas semanas, en cambio, estamos asistiendo a un nuevo objeto de crítica: el empleo se está creando en ramas de actividad con poco valor añadido. De ahí, por cierto, el viralizado titular de que España «se está convirtiendo en un país de camareros».
La frase parece querer trasladar esencialmente dos mensajes: en España predominan los camareros y, además, éstos son la profesión que más rápidamente se está expandiendo en nuestra economía. Pero ¿es así? No: ni es el grupo predominante de trabajadores ni es el que más rápidamente ha crecido durante la crisis.
Empecemos con una aclaración terminológica: cuando se habla de camareros, en realidad se está haciendo referencia a trabajadores del sector de la hostelería. Por nuestra parte, vamos a intentar afinar al máximo la profesión de camarero a partir de la rúbrica de trabajadores en la actividad de servicio de comida y bebida (que incluye también a cocineros o a repartidores a domicilio). Desde esta perspectiva, ¿cuántos camareros (y cocineros, y repartidores…) hay en España? En 2015, como media, 1,15 millones de personas estuvieron empleadas en esta actividad: 31.000 más que en 2008 (último año pre crisis); a saber, un incremento inferior al 3%.
Así, en primer lugar, la actividad profesional de camarero no es la más numerosa: en España hay 1,88 millones de comerciantes minoristas, 1,34 millones de personal administrativo y de seguridad dentro del sector público y 1,17 millones de trabajadores en el sector educativo. Más que un país de camareros, seríamos un país de tenderos, de maestros o de burócratas. Pero no parece que a nadie se le hayan ocurrido tan llamativos titulares.
En segundo lugar, la actividad profesional de camarero tampoco es la que más está creciendo desde el inicio de la crisis, esto es, desde que iniciamos el camino de un cambio en el modelo productivo desde la burbujística construcción. En términos absolutos, las profesiones que más crecen desde 2008 son: personal sanitario (66.000 más), de dependencia (50.000 más), de servicios sociales (38.000 más), de consultoría (36.000 más) y de servicios deportivos y ocio (35.000 más). Todas ellas, por cierto, crecen más en términos relativos que la de camarero (el personal sanitario ha aumentado un 7,3%, el de dependencia un 22%, el de servicios sociales un 24%, el de consultoría un 54% y el de servicios deportivos un 21%). Otras profesiones que han crecido casi tanto como la de camarero y que no suelen aparecer citadas son: programadores informáticos(26.000 más), burocracia del Estado (22.000 más), servicios administrativos (21.000 más), personal en la industria farmacéutica (19.500 más), aseguradoras (19.500 más) o provisión de electricidad y gas, transporte y almacenamiento (18.000 más). De momento, pues, el modelo productivo no ha mutado sólo ni mayormente hacia la hostelería, pero tales cambios no suelen remarcarse con igual intensidad.
En suma, España no es un país de camareros: esta rúbrica (que además no comprende sólo a camareros) apenas ocupa al 5% de la población activa, y no es la más importante modalmente ni la que más ha crecido desde que arrancara la crisis. Insistir en esta descripción sólo contribuye a presentar una imagen falseada del país. Otra cuestión muy distinta, claro, es que el mercado laboral español posea grandes bolsas de personal muy poco cualificado que a corto plazo parece difícilmente reempleable en sectores de alto valor añadido (bolsas mayores que en otros países ricos de nuestro entorno): ése es un problema que venimos arrastrando desde hace lustros (justamente, la construcción concentró un volumen alto de este tipo de trabajadores). Pretender que esto constituye una novedad de los últimos años es, de nuevo, falsear la realidad. Si queremos mejores profesiones y salarios más altos, inevitablemente deberemos avanzar hacia una economía intensiva en capital y en formación; es decir, deberíamos avanzar hacia una economía abierta y libre que promueva en mucha mayor medida el ahorro, la inversión y la especialización formativa en sectores valiosos en el mercado global. El dirigismo estatal de los últimos 30 años no parece que haya dado buenos resultados al respecto.