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Estado, pensiones e independencia

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Vamos a una sociedad de dependientes e independientes.

Dolores Agra Rodríguez, Loli para los clientes de su tienda (Lencería Marta, La Coruña), ha dejado de trabajar a los 78 años. Pasa a formar parte del pasivo del sistema público de pensiones, y comenzará a cobrar poco menos de 1.000 euros al mes, pese a haber cotizado al sistema durante 64 años.

Lleva trabajando, pues, desde los 14. Comenzó a cotizar en 1955. No se había aprobado todavía la Ley de Bases de la Seguridad Social, que acercó el sistema de previsión a lo que es hoy. Medalla de plata al trabajo, Dolores hubiera sido noticia en los medios por ser la trabajadora que más años ha estado cotizando al sistema, pero la parquedad de su pensión es lo que ha elevado el tono de los titulares. “Irrisoria”, dice uno, “indignante” señala otro.

“Me indigna”, dice Dolores a la cadena Cuatro. Siempre había querido viajar, pero con la paga que voy a recibir no me da. Aunque mucho peor está quien no le llega ni para comer o para cubrir las primeras necesidades… Eso sí, los políticos trabajan dos años y ya tienen la vida solucionada”. Claro, los políticos son más iguales que otros.

Pero lo que Dolores Agra cobrará cada mes se corresponde exactamente con la lógica del sistema, como asociaciones y analistas han tenido la paciencia de explicar. Celia Ferrero, vicepresidenta de la Federación Nacional de Trabajadores Autónomos – ATA, ha dicho que “lo más importante es lo que se contribuye, no el tiempo”; y de hecho la base del cálculo de la pensión es la cuantía de las aportaciones de los últimos 19 años. Si, como infinidad de otros autónomos, Dolores ha cotizado por el mínimo o por una cantidad cercana, el resultado no puede ser otro que el que conocemos. Las pensiones máximas alcanzan los 2.659 euros, pero para ello los casi 60.000 jubilados que están en esa situación han tenido que cotizar por el máximo en las dos últimas décadas.

El caso de Dolores desvela varios problemas subyacentes. Uno de ellos es que hay trabajadores o empresarios autónomos que no están bien asesorados. Seguramente Dolores podía haber buscado una fórmula alternativa para mantener abierto su negocio y haberse incorporado antes al pasivo del sistema de pensiones.

Pero el peor error es el de tener una confianza plena en el sistema público de pensiones, y no haber recalado en algún sistema de ahorro privado. Para ver cuál es la diferencia entre uno y otro sistema, vamos a suponer que Dolores hubiera recurrido a la inversión privada. ¿Qué tendría que haber hecho para obtener el mismo resultado?

La esperanza de vida en España para las mujeres, según los últimos datos del INE, es de 85,9 años. Vamos a quedarnos con los 86. Imaginemos que Dolores acude a una compañía de seguros y le dice que necesita una renta de 1.000 euros al mes. ¿Cuánto le pedirá la aseguradora de capital, si cree que tendrá que dejar de pagar la pensión a los 86 años de su cliente?

Como los tipos de interés están por los suelos, supondremos un uno por ciento anual. En ese caso, que llamaremos Caso 1-1, le bastarían 91.820 euros. Si el tipo fuera el 2 por ciento, (Caso 1-2), le bastarían 87.906, y si fuera del 3 (Caso 1-3), 84.236.

¿Se puede acumular ese capital en 64 años? Podemos plantearnos cuánto tendría que haber aportado durante ese período para acumular un capital de 91.820 euros, con los cuales habría igualado a lo que le ofrece el sistema público de pensiones

Para el cálculo es fundamental el tipo de interés que elijamos. Un 5 por ciento para los últimos 64 años es razonable, a la luz de que es la rentabilidad real media de la bolsa española en los últimos 50 años.

Con una rentabilidad media del 5 por ciento, Dolores tendría que haber aportado 16,4 euros al mes para obtener poco más del capital que le asegura 1.000 euros al mes. Pero es sólo una primera aproximación, y muy imprecisa. Pues, claro, esa cantidad es hoy muy pequeña, pero si tenemos en cuenta la inflación, en 1960 supondría la mitad del sueldo de un jefe de almacén. Y las primeras aportaciones son precisamente las más importantes.

Pero con un ahorro de 60 euros al mes en los últimos 40 años, un período que se corresponde con lo que pueda haber cotizado una persona que trabaje “toda la vida”, se alcanzaría un capital de 91.561 euros. Y no es difícil plantear un supuesto en el que Dolores o alguien en una situación análoga se hubiera creado un patrimonio

Pero planteémonos que se hubiera jubilado a los 65 años. ¿Qué capital tendría que acumular para haber disfrutado durante ese tiempo de una renta de 1.000 euros al mes?

Si la compañía de seguros sólo le otorga una rentabilidad a su capital del 1 por ciento (Caso 2-1), tendría que haber acumulado un capital de 226.284 euros. Si acordase un tipo de interés del 2 por ciento (más razonable, por mucho que ahora estén tan bajos), le habían bastado 204.135 euros. Y si fuera del 3%, 184.980.

De nuevo, podemos hacer un ejercicio sobre cómo podía alcanzar ese capital: Con el supuesto del 5 por ciento medio del índice de la bolsa española de los últimos 50 años, si hubiese ahorrado 120 euros al mes durante 40 años antes de jubilarse con 65 años, habría acumulado un capital de 183.885 euros.

Se pueden hacer otros supuestos, por ejemplo, anotando para cada año la cotización correspondiente de la Seguridad Social, y haciendo el cálculo consiguiente. Lo que íbamos a comprobar en todo caso es que: en el sistema de capitalización 1) Toda aportación cuenta, 2) Las primeras aportaciones tienen un mayor valor, 3) En consecuencia, el sistema favorece el ahorro y la constancia. Y, sobre todo, no depende de las promesas que haga un político sobre lo que hará con el dinero de los demás.

El sistema público está quebrado, si bien lo que hay que entender es que lo que ha quebrado son las expectativas de los españoles, que creyeron en algún momento (yo hasta los 20 años) que el sistema podía cumlir con lo que prometía. Ahora lo que cabe esperar es un largo y tortuoso declinar, en el que los políticos se debaten entre dar una patada a seguir o hacer las reformas necesarias para que el sistema no se les derrumbe a ellos. Entiéndase “reforma” como “adaptar lo que paga el sistema a lo que puede pagar”, que será cada vez menos.

De modo que, como ciudadanos, tenemos que replantearnos nuestra relación con nuestro futuro económico, y con el Estado. Él nos había resuelto nuestro futuro, y había decidido por nosotros quitarnos una parte muy importante de nuestro sueldo para ello. Pero esto ya no es así. El expolio seguirá, pero tenemos que crear cada uno un patrimonio personal, familiar, para que nos sostenga sin depender de nadie.

No vamos a una sociedad de ricos y pobres. Toda sociedad los ha tenido. Vamos a una sociedad de dependientes e independientes, de unos ciudadanos que miren absortos al Estado, esperando de él que les sostenga porque no tienen otra cosa, y de otros que en este aspecto, quizás como en la sanidad, la educación y en otros, simplemente se han desenganchado de él. La línea que demarque la dependencia o independencia del Estado será la que ejerza de eje de un gran conflicto social y político.

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