Medio día del jueves. Dos guardias civiles acaban de entrar en un coche cargado de muerte. No llegarán a comenzar su jornada. A una distancia física prudencial y a una distancia moral intergaláctica, unos terroristas aprietan el botón. Todo se acaba para Carlos Sáenz de Tejada García y Diego Salvá Lezaun.
Apenas 36 horas, un día y medio, pasan entre ambos crímenes. Pero entre esas horas también pasan cosas. Pasan muchas cosas. Ocurre que de forma casi unánime se señala a ETA diciendo que quería provocar una masacre y que si no lo ha hecho es por impericia. Juicio audaz, vive Dios, ya que se dirige contra una banda que hoy, 31 de julio de 2009, cumple 50 años. ¿Qué grado de error y cuál de cálculo hay en ese edificio fachada en suelo? Pues la que habla, a las horas, es la propia ETA por boca de Batasuna: Este atentado, dicen, demuestra que es "una quimera" acabar con ellos. Y que la única vía de salida es el diálogo. Si quieren el diálogo, es decir, la negociación, ¿no hubiera sido un obstáculo el recuento de víctimas con las manos? Ese atentado sin víctimas, ¿no recuerda el enorme poder mortífero que tienen, sin necesidad de haber matado a nadie?
Pero todos los análisis apuntan a la matanza frustrada. Y, sin embargo, se repite: están aislados. Están debilitados. Hacen todo cuanto pueden. Son pocos, torpes, inexpertos. Pero ETA tiene su propio lenguaje, que es una combinación entre nacionalismo y sangre. Dos muertos en Mallorca. También los terroristas se apuntan a la moda del "yes, we can".
Amanece el viernes con España en vilo. Cincuenta años. ¿Los dejarán pasar sin traca final? Nos levantamos y ponemos la radio con temor. Abrimos nuestro diario favorito en Internet con temor. Ponemos la televisión con temor. Vivimos con temor. Han conseguido su objetivo.