Si queremos un futuro mejor debemos empezar por dejar de subvencionar lo que no funciona.
“Have you seen junior’s grades?” David Lee Roth
Europa no está perdiendo la carrera tecnológica. Es que no se ha presentado.
Si analizamos el ránking de las principales empresas tecnológicas (2017), no hay ni una sola europea entre las primeras quince. La inmensa mayoría son norteamericanas y chinas.
Es todavía más preocupante. Si vamos a las primeras 50 empresas tecnológicas globales, solo cuatro son europeas, pero cuando analizamos esas cuatro, es más que debatible que sean líderes en innovación, patentes y mercado. En los índices europeos de “tecnología” se incluyen, de manera diplomática, conglomerados industriales que han perdido hace mucho la carrera tecnológica.
Esto no es por casualidad o por mala suerte. Es por diseño, aunque parezca triste.
Una fiscalidad equivocada
La Unión Europea suele hablar mucho sobre inversión tecnológica y apuesta por las nuevas industrias, pero mucho de ello es una fachada. No solo penaliza fiscalmente de manera muy agresiva la inversión tecnológica, sino la creación de valor y riqueza que conlleva. La fiscalidad europea penaliza la inversión tecnológica desde el principio, no solo poniendo escollos a la empresa sino, y más importante, poniendo dificultades y una política confiscatoria a las inversiones de capital que financian el crecimiento empresarial. No es solo errores monumentales como la mal llamada Tasa Google y una percepción de la fiscalidad miope y orientada a recaudar lo que sea, es el asalto a cualquier inversión de capital, plusvalía y beneficio creado desde la toma de riesgo por parte de inversores que apuestan por la innovación. En Europa, si no se subvenciona se considera sospechoso.
Todo viene del enorme error de una Unión Europea que parece comportarse como una combinación de predicador televisivo y sheriff de Nottingham. El que le dice a los demás lo que tienen que hacer y ser mientras rasca la última moneda del contribuyente que queda. La miopía de obsesionarse con supuestos ingresos fiscales que solo un planificador central se inventaría, y a la vez ignorar y entorpecer el enorme caudal de empleo, riqueza y mejora de productividad que podríamos atraer.
Una regulación equivocada
No solo es el asalto a la fiscalidad inversora. Es la supeditación de la innovación a los caprichos burocráticos de funcionarios que piensan en mantener las cosas como en 1980. La regulación europea para tecnología e innovación es la misma que para la vieja economía, y pone escollos bajo la excusa del normativismo pero esconde algo mucho peor, el objetivo poco disfrazado de sostener los sectores de baja productividad poniendo barreras a los de alta.
Cuando comentas con reguladores este problema, se felicitan por que el periodo de aprobación de, por ejemplo, una Fintech, sea de seis meses. Es peor, la miopía anti-empresarios se refleja en un comunicado de treinta emprendedores tecnológicos enviado a la Unión Europea en el que alertan de un sistema “incoherente y punitivo”, “frecuentemente arcaico y altamente ineficiente” que puede causar una “fuga de cerebros de los mejores y más brillantes de Europa”.
Subvencionar a sectores de baja productividad y penalizar sectores de alta productividad
Tras la equivocada política europea se encuentra un problema importante. La obsesión de los estados de intentar sostener a toda costa la renta de posición de sus mal llamados campeones nacionales, que se han convertido en una especie de Seguridad Social encubierta y que son dóciles compañeros del poder político. La constante subvención de los sectores en proceso de obsolescencia mientras se penaliza a los que podrían sustituir y mejorar el patrón de crecimiento y el tejido empresarial. Por mantener a los dinosaurios vivos, se destruye el propio ecosistema que haría que otras empresas crezcan, se desarrollen y se conviertan en líderes globales. No es una sorpresa que, país por país, veamos cómo la Unión Europea que habla constantemente de competencia, en realidad lo que termina haciendo es intentar poner puertas al campo para que los sectores rentistas se mantengan en sus privilegios de hace décadas.
¿No les parece sorprendente que Japón, país que todos mirábamos con envidia por su desarrollo tecnológico, haya visto, de manera lenta pero inexorable, a sus “campeones nacionales” convertirse en anécdotas globales? Por la misma política equivocada que está llevando a cabo la UE. Intentando proteger a los dinosaurios, acabas con la capacidad de innovación del país y no permites que crezcan nuevos gigantes.
En realidad estamos hablando de proteccionismo escondido bajo la excusa de la regulación y la fiscalidad. Y lo peor es que ni protege a los conglomerados de renta de posición, ni les incentiva a reinventarse, ni apoya la creación de nuevos líderes europeos.
Por supuesto que hay iniciativas más o menos positivas, no se puede negar. Pero la evidencia empírica es que, desde un millar de cortes, la Unión Europea se desangra a la hora de liderar el cambio tecnológico.
Si queremos un mejor futuro para nuestros hijos y nietos, y que nuestras economías se fortalezcan, debemos empezar por dejar de subvencionar lo que no funciona y penalizar lo que funciona, dejar de atacar a los que arriesgan e invierten en innovación. Porque lo que ningún político europeo va a conseguir es volver a 1980. Pero lo que sí va a conseguir es que, si no nos ponemos las pilas ante el reto tecnológico de verdad, Europa sea el daño colateral ideal de la negociación entre EEUU y China.