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Falacias insostenibles

Publicado en Libertad Digital

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 “Planificación económica”; “crecimiento cero”; “desarrollo sostenible”. El envase varía, el contenido no. Dispusieron a su antojo de un tercio de la humanidad, de un volumen de recursos físicos aún más amplio y de tiempo, mucho tiempo… demasiado tiempo. Prometieron abundancia sin límites. Trajeron muerte, miseria y terror sin límites. La utopía se convirtió en pesadilla. Nadie les ha pedido cuentas. Ellos son “los que se preocupan”, “los que tienen conciencia social”, “los que no se mueven exclusivamente por el lucro egoísta”. Las intenciones eran buenas. Las intenciones siguen siendo buenas…

“Es verdad, el socialismo económico no producía abundancia como prometíamos, pero sí que evitará el Apocalipsis ecológico”. Completamente desprestigiada con sus viejos ropajes, la planificación completa de la economía –o sea, de la vida humana misma– reaparece con un nuevo disfraz. En los años 70 se llamó “crecimiento cero”. Todavía pueden repasarse en bibliotecas y hemerotecas las profecías –y los remedios–- que entonces realizaban –y proponían–, el Club de Roma, Paul Ehrlich y tantos otros: “En el año 2000 Inglaterra habrá desaparecido por falta de alimentos y de otros muchos recursos”; “Antes del año 2000, al menos sesenta millones de estadounidenses habrán perecido por el hambre”; “Carece de sentido tratar de salvar al subcontinente indio. Sus más de mil millones de habitantes están condenados y nadie podrá salvarlos”; “Una nueva glaciación, causada por el hombre, ha comenzado”, etc. ¿Los remedios? Esterilización forzosa; “redistribución” masiva de la renta; racionamiento de todos los recursos a través de un organismo político internacional (adivinen quiénes se ofrecían para gobernarlo). Se llegó incluso a proponer la adición de sustancias anticonceptivas en toda la comida que se vendiese en los EE.UU.

Como todo esto ya resulta grotesco, la bestia ha vuelto a cambiarse el disfraz. Ahora no se llama “crecimiento cero”, sino “desarrollo sostenible”. Eso de no crecer no parecía muy atractivo. Así que ahora nos proponen lo mismo, pero eso sí, “desarrollándonos”. La nueva revolución no sólo viene avalada por los tardo marxistas y la ONU. Ahora la apoyan también –seguramente sin saber siquiera que significa– bastantes gobiernos supuestamente liberal-conservadores, como el de José María Aznar.

Por si no se han enterado de qué se trata (el terrible bodrio de siempre), cito textualmente a Herman Daly, uno de los principales ideólogos del ‘desarrollo sostenible’: “Sin embargo, el crecimiento entre un 5 y un 10 por ciento en el tamaño de la economía (…) requeriría, aun poniendo el máximo énfasis en el desarrollo, un enorme crecimiento de la producción total que sería ecológicamente devastador. La lucha contra la pobreza será mucho más difícil en ausencia de crecimiento. El desarrollo puede ayudar, pero una seria disminución de la pobreza exigirá el control de la población y una redistribución dirigida a limitar las desigualdades de riqueza. Estas dos implicaciones del desarrollo sostenible son demasiado radicales para ser afirmadas abiertamente”. Las cursivas son mías.

No me extenderé ahora sobre todos los sofismas que contiene la teoría del desarrollo sostenible, incluido el concepto de capital “natural” que utilizan. Me conformaré con apuntar que ninguno de los puntos de los que parten son ni remotamente ciertos. La economía humana NO es un subsistema de un ecosistema global finito que no crece. No estamos en Nave Tierra con una despensa que no podemos aumentar y ya casi vacía. Más bien, somos como un niño que ha pasado su uña por el borde del Everest y al que un “ecologista coñazo” le increpa porque va acabar desgastando la montaña hasta que ésta desaparezca. El hombre no está en los confines del Universo, espalda contra espalda, con todos los recursos dominados y todo el conocimiento técnico para explotarlos ya descubierto. El hombre ya hoy en día (imagínense en el futuro) construye ecosistemas en los que sobrevive y prospera incluso en el espacio o a muchos metros bajo el nivel del mar. Algo, por cierto, mucho más confortable que ser un eslabón más en el ciclo biológico de la selva y ser devorado por los mosquitos de la malaria. Si lo prefieren, los límites del crecimiento de la economía coinciden con los del Universo. América estaba más lejos para los hombres de la Edad de Piedra, que la Luna lo está para el hombre contemporáneo. Desde un punto de vista físico, toda la Naturaleza es materia y energía. Éstas se presentan en cantidades inagotables en la Tierra, el Sistema Solar, La Vía Láctea o el Universo. Sólo desde un punto de vista económico, los recursos naturales relevantes para la acción son escasos y limitados en un momento dado. Ello es así porque sólo sobre una pequeñísima parte de toda esa materia y esa energía ha conseguido el hombre el poder de disposición físico y la capacidad técnica para, trasformándolos, ponerlos al servicio de sus necesidades. En eso consiste precisamente crear riqueza. En conseguir control sobre el entorno para hacerlo más habitable y confortable. No exagero pues si digo que la agenda de los ideólogos del “desarrollo sostenible” es impedir la creación de riqueza. Quieren impedirnos tomar el control de esa materia y de esa energía en estado “salvaje”.

Estaríamos entonces en un juego de suma cero. La despensa no podría aumentar y las raciones que se obtendrían no dependerían de lo que se lograse aportar a tal despensa, sino de otras consideraciones mucho más animales. Sabrían entonces los que creen que el mercado es un sistema darwinista, en qué consiste de verdad la Ley de la Selva. Sólo sería posible “prosperar” a costa de reducir el consumo de otros. Daly lo ha visto bien. El control forzoso de la población. Que nadie más nazca. Aborto no sólo libre y gratuito, sino además obligatorio. Si es posible también, deshagámonos de los que sobran.

Si la perspectiva les parece atractiva, aún hay más: La redistribución de la riqueza. Si, como sostienen los ideólogos del desarrollo sostenible, para que la producción sea sustentable a largo plazo, el capital (en la peculiar definición de Daly) no puede ser consumido en mayor grado de lo que es repuesto, uno no entiende para qué hay que redistribuir la riqueza. En todo caso lo que habría que redistribuir sería la renta que se consume. No se engañe aquí la gente. Tal redistribución no sería fundamentalmente entre Botín y cuarenta familias de gitanos, sino sobre todo, entre los habitantes medios de Europa y los de África. Entre los de Norteamérica y los de China. Entre los de Japón y los de la India… Suponiendo que tal redistribución se llevase a cabo (yo no veo a la gente tan dispuesta) y que no afectase a la propia estructura y volumen de producción total –algo imposible a todas luces–, les aseguro que muy pocos españoles “saldrían ganando”. Si tal redistribución no se realizase y se aplican con ortodoxia las ideas del desarrollo sostenible, los pobres jamás podrían salir de su condición. A esta bancarrota ideológica ha llegado la “progresía”. No está mal.

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