Bitcoin elude el control estatal, no involucra a los bancos y es completamente descentralizado y anónimo.
Si tuviera que elegir un fenómeno que resumiera las innovaciones económicas del año 2017 sería el bitcoin. Esta moneda virtual nació el 3 de enero del 2009, de padre (o madre) desconocido, oculto tras el seudónimo Satoshi Nakamoto. No nos hallamos ante un fenómeno notable tan solo por la tecnología que subyace en su funcionamiento. La maravilla del bitcoin es que detrás del término “moneda virtual” hay algo diferente a lo que la mayoría de la gente interpreta. No hablamos de una “moneda” como objeto, normalmente redondo y metálico, o rectangular y de papel, sino que se trata de un conjunto de protocolos, comportamientos, reglas, que hacen que esa red cumpla las funciones de un medio de cambio, un depósito de valor y una unidad de cuenta, que son las tres funciones que definen, tradicionalmente, el dinero.
Desde sus comienzos hasta este año, las operaciones en bitcoins no dejaban de ser algo casi exótico, y las conversaciones acerca de las criptomonedas eran propias de frikis. Sin embargo, en el año 2017, nadie ha podido escapar al fenómeno y ya son tema de trabajo de fin de grado en nuestras universidades, objeto de negocio de alguna start up, y conversación familiar entre “cuñados”.
Pero ¿qué aporta el bitcoin? ¿y por qué ha explotado este año precisamente? Para responder a estas preguntas es imprescindible ir a lo básico, al concepto de medio de pago y sus fundamentos. Los seres humanos hemos pasado siglos empleando medios de pago que se basaban en un bien que tenía valor en sí mismo, como el oro o la plata. El dinero era un bien con un doble valor: el del objeto en sí, y el valor como medio de pago. Se trataba de un sistema bastante estable, con problemas en la época de descubrimientos de minas de plata o de oro, pero con buenos resultados. Y mucho más cuando, tras las Guerras Napoleónicas, en Gran Bretaña se adoptaron una serie de reglas operativas para que los bancos permitieran un funcionamiento armónico del sistema, especialmente el Banco de Inglaterra, que no se constituyó como banco central hasta 1844, pero ya tenía bastantes privilegios. Y funcionó bastante bien. No dejaron de existir crisis y problemas monetarios, pero había un “ancla” que impedía grandes desmanes. El siglo XX, con sus dos guerras mundiales y la difícil posguerra de la primera de ellas vio desaparecer los últimos vestigios de este patrón oro y entramos en la era del sistema fiduciario. Recordemos que el mismo Keynes rechazaría el patrón oro porque quitaba poder arbitrario a los gobiernos para actuar “en caso de necesidad”. Y, tal vez, esa visión era comprensible dadas las circunstancias de los años 20 y el pánico que se generó. No obstante, a día de hoy, da la sensación de que los responsables monetarios se han olvidado del sujeto, es decir ¿en caso de necesidad, pero de quién? Porque actúan en función de las necesidades de los gobiernos, no siempre con el ojo puesto en los dueños del dinero, sino más bien en su permanencia en el poder.
Y ahora, en el siglo XXI, aparece un medio de cambio que elude el control estatal, que no involucra a los bancos (controlados por los Estados), completamente descentralizado y anónimo. Por primera vez en la historia los medios de pago estatales tienen competencia. Por supuesto que se pueden ocultar los peores crímenes, pero eso no criminaliza el bitcoin sino a los criminales. Además, solamente podrían esgrimir este argumento aquellos que jamás han empleado dinero manchado de sangre, y los gobiernos mundiales, que tratan con criminales, que venden armas, pactan con criminales y todo lo que no sabemos, no son precisamente los más indicados. El bitcoin facilita las transacciones de los mafiosos porque facilita todas las transacciones, también las que financian las mejores acciones.
Es normal que los “reguladores” monetarios traten por todos los medios de desprestigiar esta nueva moneda; es el siguiente paso, tras el de la negación. Por supuesto que el bitcoin tiene defectos, y probablemente, para el común de los mortales, no es fácil de entender qué lo soporta. Por más que se explique que las normas establecen que no se crearán más de 21 millones de unidades, que lo respalda la propia cotización y la red de protocolos que representan una cierta inversión, a quienes no están en temas financieros, les cuesta. Les resulta mucho más fácil entender que Keynes abogara por una mayor arbitrariedad porque, al fin y al cabo, es como querer que los buenos tengan el control. Es un esfuerzo enorme darse cuenta y aceptar que “los buenos” pueden no serlo tanto, que nuestro dinero se emplea en cosas que no nos parecen éticas, que ellos tampoco son ángeles.
Afortunadamente cada vez más empresas y particulares apuestan por el bitcoin, con su volatilidad y sus problemas. Y, lo que es mejor, hay cerca de 30 criptomonedas diferentes, algunas de ellas bastante relevantes. Sin olvidar la tecnología blockchain que respalda estos nuevos sistemas de pago y que presenta economías a escala que aún están por descubrir.
Pero, aunque los avances tecnológicos son espectaculares, y la previsión es que el 2018 sea el año de las criptomonedas, como el 2017 ha sido el año del bitcoin, lo mejor de este fenómeno, desde mi punto de vista, es la filosofía. La sociedad mundial ya ha cambiado la mentalidad monopolística en el ámbito monetario, ya hay una posibilidad distinta, hay otra cosa. La diversidad, base de la evolución, ha aparecido casi sin querer y es posible que de manera irreversible. Por fin, podemos albergar la esperanza de salir de la Edad Media monetaria. Viva el futuro.