El último número del semanario dublinés Northside People abría la semana pasada con un titular en portada y a toda página que no dejaba lugar a dudas: Fear on the doorsteps (Miedo en la puerta de casa). Y no es para menos. Unos vecinos de una barriada dublinesa se enfrentaban a la justicia, en concreto a penas de hasta de diez años de prisión….por no reciclar la basura, es decir, por no hacer la preceptiva separación y entregar las bolsas a unos basureros informales.
La legislación medioambiental irlandesa es una de las más severas de Europa, más incluso que la que el gabinete rojiverde de Fischer y Schröder está implantando en Alemania. Y lo que es peor, por la cuenta que les trae, los irlandeses la cumplen a rajatabla, al menos de puertas para afuera. Los isleños tienen la obligación, por ley, de separar sus desperdicios domésticos en distintas categorías, a saber; cristal, papel y cartón, plástico, metal y residuos orgánicos para su posterior compostaje. Una vez separados en bolsas de diferente color han de depositarlos en el cubo correspondiente. En Alemania dicen con sorna que Los Verdes han convertido la casa de cada alemán en un basurero, en Irlanda han ido más lejos, cada casa irlandesa es, además de vertedero, una planta de tratamiento de residuos.
Un cuerpo especial de policía, la Waste Management Enforcement Unit, se encarga de velar por el cumplimento de la ley y de patrullar en busca del infractor. Las multas, según la Waste Management Act pueden elevarse hasta la impagable cifra de 10 millones -sí, ha leído bien, millones- de euros y hasta diez años de cárcel. Vista semejante y desproporcionada severidad sólo queda preguntarse cuál será la pena que la ley de aquel país contempla para los atracadores de bancos. Miedo da pensarlo.
Tal situación es el último extremo de una política auspiciada desde el Gobierno para hacer de Irlanda el país europeo de referencia en temas medioambientales. Hace dos años, la tierra de Joyce y Molly Malone se convirtió en el primer país del mundo en crear un impuesto para las bolsas de plástico. 15 céntimos de euro por unidad. Consecuentemente a las pocas semanas habían desaparecido de los supermercados y hoy, para comprar, hay que ir pertrechado de engorrosos carritos de ruedas o bolsas de tela. Nadie pensó ni en los fabricantes de las bolsas ni en los que las estampaban, ni naturalmente, en la comodidad de los usuarios.
El impuesto sobre las bolsas, la Plastic-bag tax, ha cosechado tal éxito que el titular de Medio Ambiente, Martín Cullen, está estudiando crear nuevos impuestos sobre el chicle, los paquetes de poli estireno en los que se sirven las hamburguesas o, y esto es insuperable, sobre los recibos de papel que emiten las cajas registradoras. Otra de las brillantes ideas del ministro, que ya está en funcionamiento en el condado de Dublín, es multar a los que el cubo de la basura les pese más de lo estipulado. Una vez más, la idea que guía al ministro es la de evitar que sus conciudadanos generen más basura de la que él cree necesaria. La weight-based garbage tax estará implantada en toda la isla en enero de 2005, a pesar de las críticas que ha suscitado entre amplios segmentos de una población hasta el gorro de tanto ecologismo ultramontano.
A pesar de los aires que el Gobierno irlandés se da por los foros internacionales, los resultados de su política medioambiental integrista están a la vista de cualquiera de visita en Dublín. La aceras de la ciudad están, literalmente, hechas una porquería y en las papeleras municipales no cabe un alfiler. El ciudadano corriente, antes que pagar por el peso de la lata de refresco o deshacer el paquete de tabaco en las tres partes que exige la Ley, prefiere dejarlo en la calle o, en el mejor de los casos, buscar una papelera. En el campo están proliferando los vertederos ilegales, y en las zonas costeras el mar se ha convertido en un basurero anónimo de excepción. La dueña de un Bed & Breakfast de Galway, en la apartada región de Connaught, me contaba la semana pasada cómo algunos vecinos aprovechan la noche para colar su basura en cubos ajenos. Todo con tal de no someterse al despotismo ecológico de mister Cullen.
El sueño del ministro de ver una Irlanda más verde de lo que ya de por sí es gracias al clima, se ve de este modo truncado por un sencillo principio; cuanto más estúpida es una ley menos se cumple. Por de pronto, la controvertida legislación de residuos ha conseguido el efecto contrario que buscaba. La basura es indudablemente un problema de las sociedades avanzadas, pero las medidas que están aplicando en Irlanda -y quizá pronto también aquí- más que solucionarlo lo agravan. Si el gobierno quiere que la población recicle no tiene más que potenciar el pago por residuos y no al revés. La parte de nuestros residuos que merece la pena reciclar, esto es, que es rentable devolver al ciclo productivo, tiene un precio. Nuestras botellas, latas o periódicos tienen un valor de mercado, ¿Por qué hemos de darlos gratis o, peor aún, pagar dos veces por ellos?