Yo soy un poco más canalla que eso, qué le vamos a hacer. Es lo que tiene defender la libertad, que acabas echándole un cable a lo más inmoral, soez y despreciable de la sociedad. ¡Con las buenas compañías que hacen los valladares de la virtud!
La mala compañía de hoy se llama Pedro Varela y regenta una librería nacional-socialista. De un nacionalismo acendrado, con los antecedentes intelectuales con mayor renombre, y un socialismo que nada tiene que envidiar a otros. “Socialistas de cátedra”, se llamaba, con servil reverencia, a los abuelos de aquel “socialismo alemán”. Ese nacional-socialismo, envuelto en libros y a la venta, era el comercio de la famosa librería barcelonesa. Y ese comercio le ha llevado a Varela a una condena de dos años y nueve meses.
El pensamiento no delinque, se ha dicho, y es cierto. Es criminal el acto concreto contra los derechos de los demás. El genocidio, por ejemplo. A Varela se le ha condenado por “ideas genocidas”. Pero todo el mundo sabe que del dicho al hecho hay un trecho. El trecho que separa una librería, pongamos por caso, de la cárcel. La libertad de expresión, esa madre repudiada por todos, o casi, ampara lo más excelso y lo más bajo del pensamiento humano. Y se la maldice mil veces por proteger ambas cosas.
Pero ¿qué mejor censura de las ideas abyectas, las de Varela y su gente, que su libre encuentro con las buenas? Por ejemplo, su contraste con los pocos que defendemos la libertad de expresión. ¿Cómo podríamos salir perdiendo? A la luz, el nacional-socialismo aparece con toda su fealdad. Él y sus dos patas ilustres. Que venga, que algunos le estamos esperando. Seremos pocos, pero somos mejores.
Por lo demás, ¿cuál es el crimen del nacional-socialismo sino el genocidio? Pues tampoco, porque no ha habido ningún genocidio comparable al comunista. No tiene rival en número, en concepción de un plan ambicioso, sobrehumano e infrahumano a la vez. Pero, al parecer, hay genocidios de buen tono, que se pueden encapsular en libros de toda laya, y venderse libremente por las librerías de Barcelona y de España toda. Prohibir los genocidios de mal tono me parece una frivolidad inane.
José Carlos Rodríguez es periodista.