¿Aguantaría una república bolivariana en España? ¿la aguantarían los españoles? Tiempo al tiempo.
El título de este artículo se remite a la película ‘¡Aterriza como puedas!’, protagonizada, entre otros, por el gran Leslie Nielsen. El resumen del guion reza: “Cuando el piloto de un jet se enferma porque consumió comida contaminada, un piloto neurótico toma los controles”. Tras las elecciones del pasado domingo, la dimisión y huida de Evo Morales y el prepacto firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, tengo la dolorosa sensación de que nuestra realidad política se asemeja a esa historia. Especialmente porque en ambos casos se trata de una sátira de una catástrofe: en la película, aérea, en nuestro país, política. Porque un gobierno de España con Podemos y el independentismo actual de copilotos sería una tragedia. Aclaro que me refiero al independentismo actual por dos razones. La primera, porque para ellos el fin justifica los medios y no tienen reparos en emplear la extorsión y la violencia contra sus conciudadanos. Y la segunda, porque están dispuestos a pactar con terroristas independentistas del País Vasco. Yo defiendo la soberanía de los individuos, no de los territorios, pero no a cualquier precio.
Los resultados electorales no han sido los esperados por casi nadie. El PSOE no ha logrado suficientes diputados como para formar un gobierno cómodo. Podemos ha bajado aún más. Ciudadanos ha fracasado estrepitosamente. Y, aunque se esperaba una bajada de votos, nadie preveía un descenso tan brusco. Vox ha subido más de lo que, probablemente, incluso ellos, esperaban. Solamente el Partido Popular ha remontado, más o menos, como se había vaticinado. En estos días, la pregunta que más he oído y leído es cómo es posible que tres millones de españoles hayan votado a quienes han sido calificados como fachas, ultras, radicales, y antidemócratas. ¿Hay más de tres millones de personas que comparten las ideas de Abascal? No, por fortuna, no los hay. Muchos de ellos han votado por diferentes motivos, que se entienden mejor si analizamos las votaciones de la audiencia de los realities. Me permito esta comparación aún sabiendo que mi escaso prestigio de “intelectual seria” se va a ver mermado, pero, al fin y al cabo, no soy una intelectual seria y la audiencia de estos programas es una muestra de la base electoral. Escuece reconocerlo, sobre todo si ves un par de estos programas. Pero seamos sinceros: así somos.
El pasado martes, la dirección del programa preguntó a la audiencia a qué dos concursantes de Gran Hermano VIP habría que encerrar en el “búnker”, una sala amplia pero incómoda, comparada con la casa de Guadalix de la Sierra donde viven. Pues eligieron a los dos peores enemigos, a sabiendas de que una de las concursantes, la periodista Mila Ximénez, con fama de borde y descarnada, tiene claustrofobia, ataques de ansiedad y que ha estado a punto de abandonar el concurso en varias ocasiones porque no soporta a Hugo, el concursante con el que se tenía que encerrar. Por supuesto a Mila le dio un brote y se armó un lío fenomenal. En otros concursos, yo he visto a mujeres famosísimas, llorando a mares, pedir, mirando a cámara, ser expulsadas por la audiencia por razones familiares, y la audiencia responder otorgándole el privilegio de ser la nominada menos votada para la expulsión. He visto cómo han salvado de la expulsión a todos los locos, malotes e histéricos de cada edición.
El voto a Vox de parte del electorado tiene mucho que ver con el permanente goteo de acusaciones, cordones sanitarios, críticas unánimes y feos de todo tipo al partido de Santiago Abascal. Es el voto al “malote” que no tiene pelos en la lengua y está dispuesto a liarla parda. Ante la atonía de siempre: los azules, los rojos, los morados, los verdes y los ‘indepes’, con los mensajes de siempre y la superioridad moral de siempre, vamos a votar a éstos, que vienen dando caña. Esa es más o menos la explicación. Por supuesto que los de Abascal pueden desempeñar ese rol porque no tienen nada en absoluto que perder. Nunca esperaron tanto éxito, ni en Andalucía ni después. Pero la actitud puritana y nada dialogante del resto de los partidos se lo ha puesto tan fácil, que ahí están, con más de 50 escaños. Y no provienen del sector más pijo y rancio de la población, hay mucho voto obrero. ¿Van a mantener sus propuestas económicas liberales cuando tengan que cumplir con ese voto o se van a escorar hacia el populismo de derecha que tan bien conocemos en este país? El tiempo lo dirá.
La siguiente sorpresa ha sido la caída y posterior huida de Evo Morales en Bolivia. La sociedad civil boliviana se ha lanzado a las calles porque no quieren repetir la terrible experiencia venezolana. Y han logrado su objetivo, han derrocado al tirano. Por supuesto, los secuaces bolivarianos partidarios de Morales ya han puesto el grito en el cielo y han denunciado un supuesto “golpe de Estado”. No lo ha sido: la OEA ha condenado el fraude electoral de Morales. Y además de eso, Evo tiene en su haber la muerte de bolivianos, autobuses acribillados, y el desfalco del Estado.
La tercera sorpresa viene de la mano de la segunda. ¿Qué político español se ha solidarizado con el tirano bolivariano Morales? El mismo con quien Pedro Sánchez ha pactado en tiempo récord un Gobierno de coalición. Es un ‘win-win’. Pablo Iglesias está a un paso de obtener un poder político que no le han dado las urnas y Pedro se redime frente a los socialistas que le afearon su incapacidad para lograr pactos de gobierno. Ahora todo está en manos de los nacionalistas radicales. Lo que está en juego es que Pablo les ponga ‘ojitos’ y les prometa la “patada constitucional” que acabaría con el régimen establecido en muchos más aspectos de los que se piensa. Que pregunten a los venezolanos cómo es que Hugo Chávez se erigió en presidente vitalicio.
Decía alguien en Twitter esta mañana que la Unión Europea ha tragado con Varoufakis y con el Movimiento Cinco Estrellas. Pero ¿aguantaría una república bolivariana en España? ¿la aguantarían los españoles? Tiempo al tiempo.