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González, del sofismo a los GAL

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No es que los políticos desconozcan la verdad; tampoco se trata de que jamás tropiecen con ella, que de tanto hablar en algún momento tendrán que encontrarse sus palabras con la realidad. Es sólo que la mayoría se preocupa de si lo que dice se corresponde con lo que cree que es verdad, sino de lo que los ciudadanos vayamos a entender de ellas.

Ramón Pi fue quien dio en la clave con la relación que mantenían Felipe González y la verdad. No es que él mintiera sistemáticamente, es sólo que lo que decía y la verdad eran dos situaciones paralelas, que podrían coincidir o no sin más ley que los caprichos del azar. Este viernes, en un artículo del diario El País titulado (agárrense) Mentiras y mentirosos, González ha reconocido que para él, "en política la verdad es lo que los ciudadanos perciben como verdad". Es decir, que la verdad no está en las cosas, en que tengan una naturaleza u otra, sino en lo que piensa la gente sobre ellas. Y como las opiniones son mudables, la verdad se puede cambiar. Sólo es necesario tener una influencia decisiva sobre la opinión pública. Él conoce bien el negocio. Cuando llegó al poder la verdad era que el aborto es un crimen. Unos pocos años de monopolio televisivo y la verdad pasó a ser que de crimen nada, que el nonato ni es una persona ni merece la protección que, por ejemplo, concede la ley a los animales.

El sofismo rescatado por Felipe González es la espina dorsal del totalitarismo. Si la verdad la forman las ideas más ampliamente compartidas por la gente, podemos hacer que cualquier cosa que deseemos acabe siendo verdad. Siempre, claro está, que contemos con los medios adecuados para crear al nuevo hombre socialista, o al nuevo hombre progresista, o al nuevo progenitor A (o B). La verdad puede ser lo que se enseñe en Educación para la Ciudadanía y viceversa. Es cuestión de voluntad, la del poder, y de resistencia, la de la gente.

Por otro lado, si la realidad es moldeable no nos podemos aferrar a nada para defender nuestros derechos. Ya no hay verdades evidentes e independientes de cualquier opinión, como que "todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". Todo queda al albur de lo que se logre imponer como verdad. De la terrible frase "en política la verdad es lo que los ciudadanos perciben como verdad" a los GAL hay sólo un paso. Y es muy fácil de dar.

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