Leí esta llamada en la portada de El País: «Los grandes dueños de la publicidad. Cinco agencias dominan el mercado». Este tipo de retórica es tan habitual como engañosa.
El mercado no tiene dueños, y por lo tanto nadie lo domina. Recordemos que dominio significa «poder que alguien tiene de usar y disponer de lo suyo». Pero nadie es dueño de la publicidad en ninguno de los sentidos de la noción de propiedad.
En realidad, «usar y disponer» de una determinada actividad económica es algo que solo está al alcance del poder político cuando no hay mercado. Digamos, el poder está en condiciones de usar y disponer de los bienes de los ciudadanos, y con esos bienes puede dedicarse a financiar, por ejemplo, las televisiones públicas, o privadas. En ese caso quizá podría valer la retórica que habitualmente se emplea para hablar del sector privado.
El sector público, por tanto, sí que sería «dueño», pero porque tiene la capacidad de usurpar legítimamente la propiedad de otros dueños, los propietarios originales, algo que nadie más puede hacer.
También es habitual ignorar los efectos de la competencia sobre la supuesta propiedad de los mercados a cargo de las empresas privadas, así como exagerar la fuerza de las empresas grandes. Pero, precisamente, el mercado se define porque existe libertad de entrada, en cuyo caso ni el número de empresas activas en él ni su tamaño constituyen garantía de dominio de ningún tipo. Todos recordamos casos de empresas cuyas ventas representaban un elevado porcentaje de la actividad y cuyo peso no las protegió frente a recién llegados más pequeños, pero también más competitivos. Pensemos solo en IBM o en Panam.