Así, los gobiernos pueden chulear de ser primeros, segundos o terceros, o, al menos, de estar por encima de la media de la OCDE, de la UE, de la UE-15 o del sursuncorda. Claro, también pueden quedar abochornados si ocupan los últimos lugares, o si no alcanzan la media susodicha.
En el fondo, lo que subyace en estas comparativas es una visión socialista del mundo, en que todas las personas son iguales y tienen las mismas preferencias. Por eso, cuando un país no alcanza la media, automáticamente se asume que el gobierno está haciendo algo mal, pues es la única explicación posible para tal separación, insisto, en ese mundo inexistente de individuos clónicos.
El ejercicio comparativo puede ser interesante y hasta informativo en determinados casos. Por ejemplo, puede ser interesante conocer el precio de la gasolina en los distintos países. Después de todo, se trata de un bien relativamente homogéneo del que todos sabemos cuanto consumimos y cuyo precio es sencillo de conocer. Además, en casi todos los sitios se vende de la misma forma, esto es, por capacidad adquirida, aunque en algunos países el precio se especifique en litros y en otros en galones (y al europeo no habituado le dé un sofocón al ver el precio en la gasolinera).
Ahora bien, el ejercicio alcanza cierto grado de delirio cuando estamos hablando de bienes o servicios más complejos. Por ejemplo, los servicios de telefonía móvil. ¿Cómo se pueden comparar los precios de servicios móviles, que son un conjunto de servicios muy heterogéneos, y que además se venden de muchas formas distintas? Quizá se pueda comparar el precio de un servicio determinado, no sé, el de SMS, con el de otros países, si se olvidan todas las ofertas de bonos, empaquetamientos y planes comerciales que hacen los operadores. Pero tratar de comparar los precios de la telefonía móvil, así, en general, parece tarea imposible.
Pues ni corta ni perezosa, la OCDE aborda periódicamente el ejercicio. Coge y se define unas cestas de llamadas, hace los números y clasifica a los países. El problema, es, por supuesto, lo de las cestas de llamadas. Porque lo que significan esas cestas es que existe una especie de ciudadano "medio" virtual, que hace un determinado número de llamadas de cierta duración y manda unos cuantos SMSs al mes. Así que lo que se mira es qué país es el más barato para ese ciudadano universal que, obviamente, no tiene nada que ver con ninguno de nosotros, ni españoles, ni americanos ni turcos. Pero sí con esa visión distorsionada de que todos los individuos tienen las mismas preferencias.
Al ser un ciudadano inexistente, sería absurdo que los operadores se dedicaran a hacerle buenas ofertas. Pero parece que eso es lo que espera la OCDE de los móviles: que en vez de tratar de dar servicio a los ciudadanos reales de cada uno de sus países, se lo den a ese tipo. Por cierto, a lo mejor coincide con el patrón de consumo del funcionario que ha definido la cesta. Así se garantiza el mejor precio en todos los países.
Como los operadores españoles sirven a ciudadanos reales españoles y compiten duramente al hacerlo, dicho sea de paso, suelen salir mal en las clasificaciones para ciudadanos virtuales. Las buenas noticias son que cada vez menos gente se toma en serio estos absurdos ejercicios. Ni siquiera, según parece, el Gobierno español.