Hay un Estado dentro del Estado con plena autonomía operativa y agenda propia, capaz de colarse en el despacho del ministro del Interior.
Siempre me llamó mucho la atención eso de las “cloacas del Estado” cuando lo cierto es que el Estado en sí es una cloaca gigantesca. Se conoce que esa gran cloaca tiene a su vez un albañal aun más hediondo habitado por agentes de los servicios secretos, policías sin escrúpulos y funcionarios venales sin más lealtad que la que profesan a sus propios intereses. Una cloaca invisible para el común cuya cochambre se desborda de tanto en tanto y termina aflorando a la superficie para espanto de los bienpensantes de nómina que tienen al Estado por un ser beatífico preocupado solo por el bien común.
El chusco episodio de las grabaciones en el despacho de Fernández Díaz nos instruye por partida doble. Constatamos sin riesgo de equivocarnos que el Gobierno Rajoy carece por completo de iniciativa y que no es más que un pelele dentro y fuera de la Moncloa. No cabía otra posibilidad habida cuenta de la afición rajoyana por procrastinarlo todo. Estamos, en suma, ante las consecuencias no deseadas de haber entregado todo el poder a ese monumento a la incompetencia llamado Soraya Sáenz de Santamaría. Si el país se le escapó de las manos hace tiempo, ¿cómo no iba a quedarse expuesto ante la aceitada y eficiente maquinaria del Estado, un ente con vida y voluntad propia que a todos sobrevive y a todos supera? Esta sería la primera lección, que es una metáfora del rajoyato mismo. La segunda es más del día. Nos dice que allá abajo, en el colector por el que fluyen las peores inmundicias, las aguas bajan revueltas.
Los que saben de esto comentan que el origen de todo está en la destitución de Marcelino Martín Blas como jefe de Asuntos Internos. Martín Blas, y esto es vox populi, lleva mucho tiempo enfrentado a cara de perro con José Manuel Villarejo, un comisario sin comisaría cuyo nombre aparece en todos los guisos que nadie quiere servir. Algunos apuntan incluso a que todo este lío no es más que la enésima guerra entre la Policía Nacional y el CNI, entre policías y espías, con la peculiaridad de que esta vez han subido demasiado el tono y les hemos terminado escuchando a través del ministro.
Villarejo es uno de esos personajes sombríos que parecen salidos de una película policiaca. Lo que no sé es si interpretando el papel de bueno o el de malo. El que le tocó encarnar en el caso Emperador fue este último. Martín Blas acusó a varios agentes relacionados con Villarejo de haber recibido comisiones de la mafia china. La cosa terminó en la Audiencia Nacional, que archivó el caso y miró a otra parte. Esa sería la espoleta de efecto retardado que ha terminado estallándole en la cara del Gobierno a solo cuatro días de las elecciones.
A partir de aquí no hay que ser un lince para imaginar el resto. Martín Blas fue cesado en abril de este año y relegado al consejo asesor del Cuerpo, un cargo decorativo, sin ninguna función concreta, el lugar idóneo para desactivarle. Si siguiésemos tirando del hilo entraríamos en el terreno de lo puramente especulativo, pero nos ayudaría a entender la celada tendida desde dentro en la que ha caído Fernández Díaz y, con él, todo el gabinete en el que quizá sea el momento más delicado de toda la legislatura.
No sabemos a ciencia cierta ni quién ni cómo lo hizo. Lo que sí sabemos es el cuándo y el qué. Y he aquí lo preocupante porque nos viene a demostrar en la práctica lo que ya sospechábamos. Hay un Estado dentro del Estado con plena autonomía operativa y agenda propia, capaz de colarse en el despacho del ministro del Interior, grabar sus conversaciones y filtrarlas a la prensa en el momento que cree oportuno. Si pueden hacer eso, ¿qué maldad no estará dispuesta a perpetrar este Estado bis para mantenerse y prosperar?
Así las cosas, y comprobando que el alcance del desastre es mayor incluso del que imaginábamos los más desconfiados, al ministro no le quedan muchas más opciones que dimitir. Hoy mejor que mañana. Y detrás de él el propio Mariano Rajoy, quien el mismo día 27 debería anunciar su paso a retiro, con o sin recuperación del registro de Santa Pola. Hasta ayer sobraban los motivos para exigírselo, hoy los motivos son ya tantos que han terminado por enterrarle.