Si de entrada nos inclinamos a respaldar la coacción, ningún liberalismo se tendrá en pie.
En una interesante entrevista publicada en Papel, el suplemento dominical del diario El Mundo, declaró Luis de Guindos: “Yo soy liberal, pero entiendo que un porcentaje importante de la sociedad considera con toda razón que el Estado del bienestar es prioritario”.
El liberalismo de Guindos, como el de muchos otros políticos de derechas y de izquierdas, tropieza con una frontera, y es que parece que hay personas que respaldan la coacción del Estado, “con toda razón”. Mi conjetura es que con esa condición ningún liberalismo se tiene en pie.
En primer lugar, es obvio que el Estado tiene partidarios. Simplemente imaginemos qué sucedería si no los tuviera. Supongamos que el Estado le quitara el dinero a la gente y recortara su libertad sólo para que los gobernantes organicen suntuosas francachelas. En ese caso, hace mucho tiempo que la población habría expresado su resistencia hasta acabar con semejante sistema opresivo. Si el Estado perdura, y está grandote y rozagante, es precisamente porque ha conseguido que “un porcentaje importante de la sociedad” piense que es “prioritario”.
Como los Estados modernos son redistributivos, porque de otra manera no hubiesen crecido bajo sistemas democráticos, parece razonable concluir que las personas partidarias del Estado son las que creen que les beneficia más de lo que les perjudica. En caso contrario, no lo apoyarían. A medida que el Estado crece, y aunque procura por todos los medios ocultar sus costes (mediante las retenciones y la tributación no directa), es imposible que no haya una masa muy importante de ciudadanos que perciban y rechacen dichos costes. Un liberal se situaría lógicamente junto a esas personas, a la vez que procuraría argumentar con las demás las falacias y deficiencias de todo tipo que un Estado redistribuidor entraña.
El caso de Luis de Guindo es justo el contrario: como hay muchas personas a favor del Estado, él se apunta a ese grupo, valora sus exigencias y gobierna conforme a ellas. Si de entrada nos inclinamos a respaldar la coacción, ningún liberalismo se tendrá en pie. Q.E.D.