justo es reconocer que si las ideas que movían a IU eran malas las que mueven a Podemos son aún peores.
Podemos se nos ha aburguesado en solo dos años, qué digo, en poco más de seis meses. Y, claro, ahora se desuellan entre ellos como burgueses. Los que iban a tomar los cielos por asalto, los de la conquista de la utopía, el proceso destituyente y el nuevo país para la mayoría social al final han quedado para almorzar con Obama y el Rey en el Palacio Real. Supuse que algo así iba a suceder más tarde o más temprano, pero no antes de que llegasen al poder. Una vez allá arriba, ya como dueños de la finca, harían la transformación y, como los socialistas de antaño, cambiarían de casa, de coche pero no de compañera porque estos son todos solteros y sin hijos.
Los que hace un tiempo decían que Podemos no era más que la nueva marca de Izquierda Unida van a tener razón. Una nueva marca, eso sí, con esteroides porque los deudos de Carrillo no vieron setenta escaños contantes y sonantes ni en sus sueños más húmedos. Ese mérito hay que reconocérselo a Iglesias, Errejón y Monedero. Entre los tres han conseguido la prodigiosa gesta de rejuvenecer la apolillada izquierda española. El rejuvenecimiento no implica mejora, conste, porque justo es reconocer que si las ideas que movían a IU eran malas las que mueven a Podemos son aún peores.
Si alguna enseñanza nos ha dejado este brote podemita es que el lobo nunca es tan fiero como lo pintan –o como el propio lobo aparenta ser– y, sobre todo, que el sistema, el régimen que gustaba decir a Pablo Iglesias, todo lo tolera, todo lo devora y todo lo asimila. Esa es precisamente la grandeza de la democracia liberal, la misma en la que ellos no creen pero bajo cuya frondosa sombra prosperan y se reproducen.
De haber llegado al poder a la primera y con suficientes diputados la cosa sería distinta. Chávez la lió como la lió gracias a que se hizo con todo el poder de una tacada. Ese plus de legitimidad le facultó para diseñarse una constitución a la medida y para ocupar todas las instituciones del Estado en tres o cuatro golpes maestros, que dejaron a la débil democracia venezolana hecha un Cristo. El socialismo del siglo XXI solo funciona a pleno rendimiento si se sigue ese guión. Bueno, y si hay generosas reservas de petróleo en el subsuelo durante una fase alcista del crudo. La tormenta perfecta que se produjo en la Venezuela del 99 es difícil de reproducir de nuevo.
Probablemente los mandarines podemitas lo sabían desde el principio, pero eso no quita para que no lo intentasen, y más teniendo a la televisión de su lado y a todos los modernos del país besando por donde pisaban. Las modas son así de caprichosas. Podemos ha sido –y todavía es–, como tantas otras estupideces sin mucho sentido, una moda entre las clases medias-altas urbanas. De dónde sino iban a salir cinco millones de votantes. Ojo, no es una opinión mía, es lo que se desprende de uno de los barómetros del CIS. Sabían que era ahora o quizá nunca. El movimiento estaba concebido como una máquina de guerra electoral, pero el ciclo electoral que se abrió con las europeas del 14 se cierra este otoño con las vascas y las gallegas. Sin elecciones a la vista los movimientos populares se diluyen, se desmovilizan, se va cada uno a su casa y el que ha conseguido trincar algo se abraza al botín. Todo lo que queda es la gravedad del escaño, la comisión y la tediosa pero bien remunerada vida parlamentaria.
Para esa nueva etapa que se abre, infinitamente menos sexy, algo más larga y mucho más aburrida, los de Iglesias necesitan reorganizarse, hacer limpia y plantear objetivos a largo plazo. Lo que se despacha en la crisis interna no es otra cosa que quién será el que capitanee el barco hasta la próxima orilla electoral. Será Iglesias, claro, que para algo es quien puso su cara en aquellas míticas papeletas de las europeas. Errejón puede ir doblando el lomo o buscándose otro partido. Es la segunda autoridad nacional en lengua perroflautesa –después de mi, obviamente–, y de cancamusas sin utilidad siempre hay demanda en este país de pícaros nuestro.