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Historia clínica de Cataluña

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Hoy, como en octubre, como en las elecciones de 2015, hay dos millones de catalanes que quieren dejar de ser españoles.

Los partidos que han impulsado la secesión de Cataluña han renovado la mayoría parlamentaria, que pueden volver a disfrazarla de Parlamento Nacional y lanzar a la región contra la ley y contra el resto de España. No cabe el consuelo de que esas tres formaciones han superado la mitad del voto, porque una parte relevante del mermado apoyo a los comunes es también secesionista. No cuenta más voto que el emitido; la nostalgia por lo que nos habría aliviado lo que ha caído en la abstención carece de justificación. Además, en estas elecciones, el espacio para la nostalgia se ha reducido en cuatro puntos porcentuales y medio.

La victoria del secesionismo es inapelable. Y es aún más contundente si tenemos en cuenta que la realidad, impermeable a las enseñanzas de TV3, ha hecho añicos el relato nacionalista. La España que les acosa y les roba, financia su aventura independentista. La Cataluña que iba a ser la admiración del mundo por su capacidad de crear riqueza, ve cómo se le escapa entre los dedos como la arena del desierto. La Cataluña que iba a darle la alegría a Europa sumándose a la UE, se ha encontrado que esa misma Europa le ha dicho que será un tercer Estado hasta la séptima generación de la séptima generación. Esa unidad inmanente del pueblo, instrumentalizada generosamente por sus líderes Puigdemont y Junqueras, no existe; nos lo han dicho millones de catalanes en las calles con la bandera de España. Cataluña era el único pueblo ibérico con una historia propia, e iba a salir de su prisión tras una negociación con el Estado que, como su propio nombre indica, es un actor vacuo y endeble. Y se han encontrado con que España existe y que se ha aferrado a sí misma por medio del artículo 155.

Todo ello ha dado igual. Hoy, como en octubre, como en las elecciones de 2015, hay dos millones de catalanes que quieren dejar de ser españoles. Por eso es urgente escribir una historia clínica de Cataluña. Como la de aquellas personas que tienen delirios de grandeza. Como la de quienes ven alucinaciones. Como la de quienes escuchan voces que les compelen a hacer cosas estúpidas. Una buena historia clínica que sólo puede concluir con un diagnóstico: nacionalismo.

El nacionalismo es una enfermedad que engaña los sentidos, suspende la razón, y sume a nuestras almas, tan frágiles, en un permanente estado de estupefacción. Es fácil de diagnosticar porque inflama los sentimientos de admiración y de odio; nos retrotrae a nuestra existencia más atávica, al arcano recuerdo de nuestros milenios en la tribu. Nos habla desde una inteligencia basal; primitiva. Y nos conduce al delirio colectivo.

Hay que evitar que el delirio nos conduzca a la catástrofe. Pero también hay que reconocer la enfermedad que nos aflige, y curarla. Gran parte de la cura pasa por abrir las ventanas y permitir que la realidad se cuele por sus medios de comunicación. También habrá que abrir en canal y extirpar algunos focos infecciosos en la escuela, en los medios. Y dejar que corran los lustros.

Pero no nos engañemos, no vamos a tener que esperar mucho para que la realidad le vuelva a dar un arreón al nacionalismo. La fuga de empresas se ha acelerado a esta hora. El capital mira en sentido opuesto a Barcelona. La caída en la actividad económica va a mermar primero el empleo y luego los sueldos. El talento no encontrará tanto hueco en aquélla región. Los ingresos fiscales van a caer a plomo. Y la contribución de Cataluña al resto de España, moderada ya por una abierta y franca insolidaridad, se va a volatilizar. Y pasará a ser la nueva Andalucía. El resto de España tendrá que subvenir una Administración corrupta y que mantiene a millares de familias sólo por su cercanía al poder. Y cerraremos el dislate nacionalista escuchando “¡Cataluña nos roba!”.

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