Sin embargo, mientras que la compañía de Redmond se refiere al proceso de emulación y rivalidad que se produce en un mercado libre entre oferentes que quieren alcanzar el favor del mayor número posible de consumidores, la Comisión tiene en mente el modelo abstracto de "Competencia Perfecta" en el que todos los productores de una industria venden exactamente el mismo producto, al mismo precio e incurriendo en los mismo costes.
Llamar competencia a lo que no puede ser sino su ausencia más absoluta y situación de monopolio a emular a los demás productores se ha convertido en el pasatiempo favorito de políticos ávidos de intervencionismo y de economistas con hambre de subvención pública. Hace más cuatro siglos que Jerónimo Castillo de Bobadilla explicó que la competencia es un proceso de rivalidad que tiende a seguir los designios del consumidor y a reducir los precios de los bienes y servicios. Hoy, en cambio, cuando oímos a un político decir que hay que hacer respetar la competencia podemos estar seguros de que se refieren a intervenir en los acuerdos que se producen en el mercado libre entre oferentes y consumidores sobre, por ejemplo, si un reproductor audiovisual debe estar integrado o no en un sistema operativo.
Desde el Sherman Act hasta el caso Microsoft, la regulación antitrust ha sido la excusa de productores ineficientes para solicitar al poder político que deshiciera la voluntad de los consumidores. A finales del siglo XIX fueron los ganaderos de los estados centrales de los EE.UU. quienes suplieron su incompetencia frente a las nuevas factorías de Chicago con el uso de los mandatos establecidos gracias a sus labores como lobby. Hoy es una coalición de políticos intervencionistas y productores de poca monta quienes tratan de encorsetar la realidad dinámica del mercado dentro de los estáticos moldes de las leyes antitrust.
El caso de la Comisión Europea contra la empresa de Redmond supera las fantasías del regulador más compulsivo. Primero se acusa a Microsoft de cuasi-monopolio. Vamos, dicho en Román Paladino, de haber competido con éxito y logrado en una gran medida satisfacer el deseo de los consumidores. Después, se la condena por integrar un programa de video en su plataforma Windows –es decir, por hacer lo que hacen los productores de todas las industrias- y, por último, por no facilitar a la competencia que le desbanque con facilidad. Por delitos tan graves como esos se condenó a Microsoft a pagar casi 497 millones de euros y dos millones diarios más hasta que hubiese enseñado a la competencia todos los secretos de la compatibilidad.
La Comisión ha anunciado que ahora está pre-ocupada ante la posibilidad de que el esperado sistema operativo Windows Vista pueda incluir alguna herramienta que antes se vendiera por separado de modo que el comportamiento de la empresa hurte a los consumidores su libertad de elección. Catalogar la integración de varios servicios como acción contra la libertad de elección no sólo va contra la lógica más elementas sino también contra la práctica empresarial más característica de nuestro mundo industrial desarrollado en el que el consumidor exige cada vez productos más versátiles.
A estas alturas Microsoft ya lleva "invertidos" más de 600 millones de euros en gastos de defensa legal. Esa suma y la de todas las multas impuestas deberían haber servido a la firma estadounidense para innovar y competir con Google, la empresa que se perfila como su gran competidor. Sin embargo, en nombre de la "competencia perfecta", la Comisión está consiguiendo que se trate de un duelo en el que Microsoft lleva las manos atadas y en el que el consumidor no podrá ser el soberano que decida quien es el vencedor.