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Incorrectos

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Sencillamente, tienen su propio criterio sobre las cosas, y da la casualidad de que ese criterio no se ajusta al traje ideológico que nos han hecho para todos.

La corrección política no es una ideología. Es incluso peor. Constituye un entramado de tabúes e imposiciones, de mecanismos mentales repetidos millares de veces, mitos y letanías que no constituyen en sí una forma de pensamiento, pero sí apuntalan una forma de ver las cosas. Thomas Sowell, en su estudio sobre los ungidos (el precipitado antropológico de la izquierda), dice que su dialéctica se basa en dividir el mundo en mascotas que deben ser defendidas a toda costa, y objetivos a los que hay que destruir sin concesiones. Ese mapa maniqueo es la corrección política.

Está claro que la corrección política no tiene nada que ver con la lógica. En ocasiones incluso prohíbe llamar a las cosas por su nombre. No puedes llamar “viejo” a una persona vieja. Como si pudiera haber algo malo en ello. La corrección es un cortocircuito de la razón y una traba constante a la libre discusión. Y, sobre todo, una pesadez enorme.

Por eso resultan atractivos aquellos que, como Sánchez Dragó o nuestro compañero Salvador Sostres, se pasan la corrección política por salva sea la parte. Por eso, y porque tener criterio propio al margen de lo establecido le lleva a uno a ponerse en muchas ocasiones contra el poder. Y si bien hay quien se muere de miedo cuando alguien se mete con el poder, somos también muchos los que disfrutamos con ello.

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