Por supuesto, el documental de Norberg nunca se emitió en Televisión Española. Ya se sabe que, desde su misma creación, las televisiones públicas han estado destinadas a manipular y aborregar al pueblo en beneficio del estatismo; mucho pedir habría sido que difundieran algunas verdades económicas fundamentales y permitieran a los españoles saber por qué su Gobierno, merced a la misericordia plañidera, les roba su dinero para empobrecer aún más a África.
En cambio, nada impidió que, hace dos semanas, Informe Semanal emitiera un infame, tergiversador y obsceno reportaje, titulado Las causas del hambre, en el que Jean Ziegler, conocido activista antiglobalización, intenta relacionar la pobreza en el mundo con el libre mercado.
El video se divide en cinco secciones cortas, tituladas igual que los siguientes apartados.
Un crimen absurdo
Ziegler comienza contándonos que cada día 100.000 personas mueren de hambre en el mundo mientras que el Informe Mundial de la FAO asegura que la agricultura moderna puede alimentar con holgura una población de hasta 12.000 millones de personas. Dado que, aun así, la gente muere de hambre, para Ziegler cada muerte es equiparable a un asesinato.
La conclusión parece evidente: hay que dirigir y controlar la agricultura mundial para que produzca más alimentos, y redistribuirlos equitativamente entre todos los individuos.
El problema es que, allí donde se ha aplicado, el socialismo agrícola, lejos de acabar con el hambre, multiplicó los muertos por desnutrición. La colectivización de las tierras en Ucrania mató entre cinco y ocho millones de personas; en la China maoísta del Gran Salto Adelante murieron casi 40 millones; en la Etiopía de Mengistu más de un millón.
Cuando el Estado pretende controlar la producción sólo genera carestía y una mala asignación de recursos. La cuestión no es «cómo nacionalizamos la producción de alimentos», sino «por qué los africanos no pueden comprar o producir alimentos por sí mismos». Y la respuesta, como ya analizamos, es muy sencilla: porque los gobiernos socialistas africanos no respetan la propiedad privada de los individuos.
Si los africanos pudieran producir, ahorrar e invertir sin que sus políticos los oprimieran, explotaran, expoliaran o arrasaran, no tendrían dificultad alguna para adquirir los alimentos que requieren para subsistir; sólo el intervencionismo empobrecedor y asfixiante explica la situación de parálisis absoluta en que viven tantos africanos.
La mentira neoliberal
Obviamente, Ziegler no está de acuerdo en nuestra última afirmación y prefiere culpar al neoliberalismo y al «gran capital internacional» de la pobreza africana. Según el reportaje, existen «ideologías mentirosas pero muy poderosas, como el neoliberalismo (…), que supone la legitimación del gran capital financiero internacional». Para Ziegler, los neoliberales defienden que la economía debe funcionar sin intervención alguna, a pesar de la pobreza que genera entre muchos pueblos, los cuales, en caso de ser improductivos, deben ser excluidos de la historia y morir.
En realidad, la construcción de ideologías mentirosas a que alude Ziegler arropa sus propias palabras: difunde una imagen falsa del liberalismo para implantar el socialismo asesino.
Desde luego, si de algo carece África es de la presencia de capital financiero internacional que permita a los individuos crear sus propias empresas, generar puestos de trabajo y producir masivamente bienes de consumo, como los alimentos; carencia que, de nuevo, se explica por la falta de seguridad en torno al derecho de propiedad. Si el Gobierno puede nacionalizar los patrimonios o dirigir las compañías, nadie en su sano juicio invertirá en el territorio que maneja.
De ahí que ningún economista liberal sostenga que la pobreza de África se deba a su «improductividad natural», sino a la impuesta por el intervencionismo económico de sus gobiernos, que Ziegler sólo pretende expandir aún más.
La Bolsa, culpable
En esta parte, Ziegler trata de explicar que el precio de los alimentos se «fija» en la Bolsa de Chicago de acuerdo con «los criterios del capitalismo financiero». Los países pobres dependen, así, de esta cuasimística fijación de precios: «La gente muere de hambre por culpa de las cotizaciones bursátiles, por eso los precios de la alimentación deberían negociarse contractualmente por los estados». Para Ziegler, «la Bolsa no puede fijar el precio de los alimentos», pues «no son una mercancía como cualquier otra».
Lo primero que debemos recordar es que los precios no los «fija» nadie en el mercado, sino que son el resultado de las interacciones de los agentes. El capitalismo no es una versión privatizada del socialismo, donde el Comité de Planificación imponía unos precios que sólo el propio Comité, de manera unilateral y arbitraria, podía revisar. En el libre mercado, los empresarios capaces de ofrecer a los consumidores los precios más bajos o los productos de mayor calidad son los que triunfan.
El problema, no obstante, sigue siendo el de siempre. No son los países (los estados) los que tienen que alimentar a su población, arrebatándoles su riqueza para luego comprar alimentos en los mercados internacionales. Cada individuo debe ser responsable, con su propio dinero, de proveerse su sustento.
La concepción de que los alimentos no son una mercancía sino un derecho humano nos lleva a creer que los alimentos no tienen por qué ser producidos, pues caerán automáticamente del cielo, como si de maná se tratara. Aun cuando Ziegler lo niegue, la producción de alimentos se rige exactamente por las mismas leyes que la de coches u ordenadores: si queremos darle un trato diferencial, promoviendo iniciativas intervencionistas que controlen la producción y la distribución, lo que conseguiremos será una población hambrienta, anestesiada, sumisa al Estado y controlada por los políticos. Es decir, justo la situación vigente en África.
En este contexto de total dependencia, resulta casi imposible que emerja una clase empresarial capaz de generar riqueza y de desarrollarse.
El nuevo feudalismo
Ziegler nos informa de que las 500 multinacionales más grandes del mundo controlaron en 2005 el 54% de la producción mundial, lo cual, en su opinión, constituye un flagrante «monopolio sobre la riqueza» que asesina a los africanos, al no preocuparse por la redistribución y obsesionarse con la búsqueda de beneficios. Las multinacionales son «las principales responsables» del hambre en el mundo.
De nuevo, Ziegler tergiversa de manera grotesca. Las multinacionales no «controlan» el 54% de la producción mundial, más bien la han «creado». La alternativa no es que ese 54% pase a manos de los gobiernos, sino que deje de existir.
Las multinacionales se han apropiado de unos bienes que antes no existían y, por tanto, no han perjudicado a nadie. No pueden ser las responsables del hambre porque no han quitado nada a nadie, sino que han generado ex novo. La nacionalización no supondría una transferencia de riqueza, sino su destrucción.
Las empresas pueden generar esa riqueza que favorece a sus trabajadores, accionistas y consumidores, precisamente, porque tratan de incrementar sus beneficios. Si no persiguieran incrementar sus ganancias, simplemente se estarían suicidando; sería equivalente a pedir a un agricultor que plantara semillas muertas o que quemara su cosecha.
Si las multinacionales renunciaran a los beneficios, todo el capital occidental perdería su valor y se consumiría. La base de nuestro crecimiento y bienestar desaparecería. La propuesta de Ziegler no permitiría que África alcanzara a Occidente en riqueza, pero sí que Occidente se equiparara con África en miseria.
La ayuda no basta
Por último, Ziegler trata de adoctrinarnos sobre los beneficios del socialismo. Dado que el fracaso de la ayuda pública internacional en lograr el desarrollo de África es patente, va más allá y pide utilizar la riqueza del mundo para construir las infraestructuras que necesitan los africanos. La ayuda internacional no basta, hace falta un paso más hacia el comunismo.
En realidad, no se trata de que la ayuda internacional no baste, sino de que sobra. Las transferencias estatales sólo sirven para consolidar y ampliar el poder de los sátrapas políticos que oprimen a los africanos y socavan su propiedad privada. Con las ayudas sólo lanzamos más gasolina al fuego de la pobreza.
Los efectos nocivos de la propuesta de Ziegler van más allá. Si los políticos son quienes deciden qué proyectos deben emprenderse o qué productos deben fabricarse, también deberán establecer dónde debe trabajar cada persona, cuánto debe cobrar o a qué precio deben venderse los productos. Además, dado que los recursos son escasos, también deberán fijar qué proyectos no deben emprenderse y qué productos no deben fabricarse.
En otras palabras, Ziegler somete a todas las personas al arbitrio de los políticos: los individuos pierden su capacidad para ejercer la función empresarial, crear riqueza y satisfacer sus necesidades. Y dado que el Gobierno sigue controlando la economía y que se ha quedado sin riquezas que expoliar y redistribuir, la miseria se extiende y se perpetúa.
El socialismo no sólo es un monumental fracaso, es el paradigma del crimen y la maldad. Su mentira sirve para justificar el cercenamiento de la libertad, la pobreza permanente y los asesinatos más atroces.
Algunos, como Ziegler, no han sido capaces de asumir la caída del Muro y siguen mintiendo y manipulando a la población con sus infectas proclamas. Lo lamentable del asunto es que la televisión pública de España, financiada con el dinero robado a los ciudadanos, se preste a difundir semejante vertedero ideológico.
Al igual que en el caso de los negacionistas del Holocausto, estos apologistas de la burocracia y del absolutismo no han cometido ningún delito, pero ello no hace su actitud moralmente intachable. No.
Hay que señalar con contundencia a esta tropa de sinvergüenzas bien alimentados que utiliza nuestro dinero para difundir un mensaje esclavizante que a su vez sirve para mantener a los africanos en la miseria.
Ziegler y los redactores de Informe Semanal no son más que los mamporreros del estatismo, los aliados de los bandidos, represores y criminales que controlan la vida de millones de africanos hasta el punto de matarlos de hambre.