El capitalismo es una potente fuerza niveladora. El capital va a donde el trabajo es barato. Lo hace más productivo, lo que eleva los salarios. El trabajo barato, por otro lado, viaja a donde hay mucho capital, también para ser más productivo y generar una mayor renta. Esta doble vía no es perfectamente simétrica. El capital no incorpora una moral, un poso cultural, una forma de entender el mundo y relacionarse. Los trabajadores, sí. La primera importación de los Estados Unidos es la pobreza, que cruza sus fronteras a diario. Aquel país es tan productivo que transforma esa pobreza en oportunidades para la mejora. También ocurre en nuestro continente, que absorbe masas crecientes de gente procedente de países pobres.
El mercado es un proceso integrador; permite el acuerdo y la cooperación entre personas que en otros ámbitos mantienen diferencias graves, acaso irreconciliables. Un empresario contrata a un trabajador por lo que éste le puede aportar, sin necesidad de que tengan que estar de acuerdo en su forma de ver la vida. En otro tiempo, la presencia de millones de musulmanes en Europa sólo se podía entender como el resultado de una invasión bélica, pero lo cierto es que sólo han venido a ganarse la vida porque nuestra sociedad es mucho mejor para ellos que la que les ha visto nacer.
Nosotros, guiados por el triunfo arrollador de la izquierda, hemos negado la realidad de nuestra cultura para igualarla, en el cero absoluto, a las culturas que arrastran quienes vienen a trabajar. Si, por un lado, muchos musulmanes mantienen que su sociedad de origen es mucho mejor que la nuestra, pese a desmentirse cada día que deciden estar aquí, por otro, entre nosotros también hay quien parece tener la misma idea. Esta confluencia extraña ha resultado en una solución absurda: el multiculturalismo. Es la solución que permite a los musulmanes mantener su sociedad, pero en nuestro suelo, y con nuestra organización económica.
La integración no es una cédula que le entregamos a quien viene, sino una voluntad de quien llega. Nosotros fomentamos los guetos multiculturales y ofrecemos ese apoyo sin lazos sociales que es el Estado de Bienestar. No les damos motivos para hacer un esfuerzo por integrarse. Ellos tampoco los tienen, porque se ven sustancialmente distintos a nosotros, y muy superiores.
Esta es la realidad. Una parte de la sociedad la niega. Otra la afronta, indignada ante la hipocresía reinante, y quiere acabar con ella con manos de cirujano: cortando por lo sano. Es ese terreno de quien no niega la realidad, pero no confía en que una sociedad libre puede ser lo suficientemente integradora como para que no surjan problemas, es donde surge la ultraderecha. Frente a ella no cabe negar los conflictos. Si permitimos que el terreno de la verdad lo ocupe este espacio ideológico, mal vamos. Lo que sí podemos hacer es un esfuerzo por entender cómo se puede integrar a personas de culturas diferentes en un mercado abierto. Y por empezar a creérnoslo nosotros mismos.